Usted está aquí: martes 4 de diciembre de 2007 Opinión Desapareció una noche

Carlos Bonfil
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Desapareció una noche

Una pareja de detectives, Patrick Kenzie (Casey Affleck) y Angie Gennaro (Michelle Monaghan), acepta hacerse cargo del caso que la policía de Boston, en particular el departamento de crímenes contra niños, bajo el mando del capitán Jack Doyle (Morgan Freeman), no ha sido capaz de resolver: el misterioso secuestro de Amanda, una niña de cuatro años. Una vez que asumen la investigación, los dos detectives, a la vez colegas y amantes, se enfrentan a múltiples reticencias de sus colaboradores cercanos, al rechazo de la propia madre de la niña y a pistas muy confusas que parecen ligar el secuestro con un asunto de tráfico de drogas. Al investigar el caso, denunciado por los tíos de la niña, magnificado por el sensacionalismo televisivo, Patrick descubre un clima de sordidez moral que paulatinamente lo fascina hasta hacerle perder su propio equilibrio emocional. Desapareció una noche (Gone baby gone), primer largometraje dirigido por el actor Ben Affleck con un guión suyo y de Aaron Stockard, está basado en la novela homónima de Dennis Lehane, autor también de Río místico, título llevado a la pantalla por Clint Eastwood.

La primera sorpresa en este filme es la forma inesperada en que Affleck rompe con las rutinas hollywoodenses del cine de acción, concentrándose de modo muy perspicaz en el análisis de la conducta moral de sus personajes. Esto hace que muy pronto el tema del secuestro de infantes, su posible vinculación con una red de pederastas; el involucramiento en el asunto, como parte criminal, de algún miembro de la policía bostoniana, se conviertan no sólo en un acertijo de solución azarosa, sino en una empresa demasiado arriesgada para un detective joven, un principiante casi, un rookie limitado, hasta el momento, a perseguir clientes morosos en operaciones de crédito.

Desapareció una noche se convierte así en un relato de iniciación, donde los dilemas morales que plantea el caso difícil sacuden las certidumbres de un hombre hasta colocarlo en la delgada línea que separa la corrupción de la inocencia. El relato es fascinante en la medida en que rebasa el género en que se inscribe, el thriller, hasta volverse una reflexión sobre la perversidad humana. Hay personajes notables: un detective de personalidad compleja y comportamiento imprevisible, Rémy Bressant (Ed Harris); un capitán de rostro impenetrable, que bien puede sugerir generosidad moral o cálculo perverso (Freeman), y una mujer, Helena (Amy Ryan), madre de la niña secuestrada, que transita con facilidad del comportamiento irresponsable a una fragilidad conmovedora. Es evidente que si algo interesa a Ben Affleck en su primer trabajo de director, además de una fiel adaptación de uno de sus libros favoritos, es el deseo de extraer de un muy buen reparto los mejores resultados.

Desapareció una noche tiene una trama que desafía todo intento de sinopsis. Baste señalar que en esta historia de secuestros infantiles se expone de tal modo la conducta de adultos responsables de la educación de sus hijos, que el espectador queda, junto con el protagonista Patrick Kenzie, sumido en una perplejidad profunda, interesado en una cuestión moral pocas veces abordada por el cine comercial estadunidense. ¿Hasta dónde es permitido invadir la esfera privada que garantiza que los padres eduquen, sin restricción alguna, a sus hijos? ¿Hasta dónde la suerte de estos últimos es responsabilidad de una colectividad racionalmente organizada? En este contexto el personaje que interpreta Morgan Freeman es de una complejidad fascinante, y el desempeño del actor, verdaderamente notable. Otro tanto puede decirse de un Casey Affleck capaz de una sorprendente variedad de registros histriónicos. A la manera de las mejores piezas de Clint Eastwood, el primer trabajo de dirección de Ben Affleck muestra una intuición certera, la de restituirle al thriller una dimensión moral a menudo muy soslayada.

 
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