Usted está aquí: sábado 1 de diciembre de 2007 Política Ganar legitimidad, de las prioridades de Calderón en un año de gobierno

Con el respaldo del Ejército y del PRI alcanza algunas de sus políticas

Ganar legitimidad, de las prioridades de Calderón en un año de gobierno

La creación de empleos y el combate de la pobreza son aún temas pendientes

Polémica ante los casos Ye Gon, Ernestina Ascencio, gasolinazo y EPR, entre otros

Claudia Herrera Beltrán

Ampliar la imagen Felipe Calderón, rodeado por panistas en San Lázaro, el primero de diciembre de 2006 Felipe Calderón, rodeado por panistas en San Lázaro, el primero de diciembre de 2006 Foto: José Antonio López

Con la mira puesta en ganar legitimidad tras una elección cuestionada, el presidente Felipe Calderón gobernó este primer año sin las estridencias del foxismo y a través de campañas mediáticas. Su inexorable aliado fue el PRI en el Congreso, y privilegió su relación con el Ejército.

Siguiendo esa estrategia, logró la aprobación de dos de las llamadas reformas estructurales: la Ley del ISSSTE y cambios en la hacienda pública, aunque de alcances limitados. Tuvo altibajos en seguridad pese a su declarada “guerra” contra la delincuencia, y dejó como asignaturas pendientes el empleo y el combate a la pobreza.

Hace unos días, el propio michoacano dio la pauta para poder evaluar su desempeño al reconocer que ha tenido aciertos y cometido errores. Pero sin hablar de los segundos, ha dicho que está satisfecho, porque México logró superar el panorama “sombrío y desalentador” que se veía aquel 2 de julio, tras una polémica jornada electoral.

De sus promesas iniciales, ofreció que sería “muy respetuoso” con la vida interna del PAN. Pero fueron tales sus desencuentros con el dirigente nacional, Manuel Espino, que no reparó en cocinar desde Los Pinos –como en los tiempos del priísmo– la recuperación para sí del partido. 

En aras de que el Presidente tuviera un hombre de confianza en el blanquiazul, Germán Martínez dejó la Secretaría de la Función Pública tras una fugaz gestión y sin investigar las denuncias de corrupción contra la “ex pareja presidencial”.

Con Marcelo Ebrard, el único gobernante perredista que se niega a reconocerlo, alentó una abierta disputa, arguyendo que se avecina una “catástrofe” hidráulica en la capital del país si no hay colaboración entre ambas administraciones.

Lejos de integrar el gabinete de “coalición” que prometió como candidato, el michoacano se rodeó de colaboradores que se distinguen sobre todo por un rasgo: lealtad. Por ahora, esa máxima le ha dado resultados.

En Los Pinos se mantiene aquel grupo de jóvenes estrategas que diseñaron la campaña presidencial y luego se encumbraron pese a las dudas que despertó su inexperiencia en la administración pública: el poderoso jefe de la Oficina de la Presidencia, Juan Camilo Mouriño; el secretario particular César Nava, los coordinadores de Comunicación Social, Maximiliano Cortázar, y de Imagen, Alejandra Sota.

A esta lista se suman aquellos funcionarios nombrados como producto del pago de facturas por los comicios. La maestra Elba Esther Gordillo, quien hasta celebró su cumpleaños en la casa presidencial, colocó, entre otros, a su yerno Fernando González en la SEP y a Miguel Ángel Yunes en el ISSSTE; el ex presidente Ernesto Zedillo ubicó a ex colaboradores suyos como Luis Téllez, y Vicente Fox dejó herencia en secretarios como Eduardo Sojo.

El gabinete desaparecido

Aunque Calderón ha guardado silencio en torno al escándalo del presunto enriquecimiento ilícito de Fox y de su esposa, Marta Sahagún, en la práctica ha buscado diferenciarse de su antecesor.

Así lo dejó ver a los tres días de iniciado su mandato, cuando enterró el “águila mocha” y después dio un viraje a la errática política exterior de su predecesor. En menos de un año, vino la reconciliación con Venezuela y Cuba y las alianzas con jefes de gobierno de izquierda de América Latina y de España, pero sin descuidar el frente de Estados Unidos, cuyo presidente George W. Bush fue el primero en visitar México.

Como no quiso repetir la historia del gabinete “Montessori”, en estos 12 meses ejerció un férreo control de sus colaboradores, a grado tal que los secretarios de Estado son poco conocidos. Muchas tareas del gabinete son resueltas por el propio mandatario federal, quien además se reserva anuncios estelares, de sobrada difusión mediática hasta antes de la reforma electoral.

Si algo prometía el panista cuando era candidato presidencial era que iba a hacer “política a nivel de cancha”, y en este tiempo, hace reuniones privadas convirtiéndose así en su propio secretario de Gobernación, canciller y cabildero con el Congreso, aprovechando su experiencia como legislador.

Esta situación lo ha llevado a cometer errores, como cuando asumió las funciones de procurador, y declaró a este diario, sin mostrar pruebas, que la anciana Ernestina Ascencio Rosario falleció por una “gastritis crónica no atendida”, y no por otras causas: por violación, como sostenían los familiares de la víctima.

Este episodio, sus constantes apariciones con vestimenta militar y el aumento de sueldo a las fuerzas armadas fueron además el símbolo del trato favorable que brindó al Ejército, la institución que garantizó su toma de posesión y después se convirtió en pieza central de su política de seguridad.

Con riesgos, la operación política hecha desde la casa presidencial le permitió cumplir, aunque sea a medias, con una serie de rituales que por momentos parecían inalcanzables. La entrega de su primer Informe de labores en San Lázaro sirve de ejemplo.

Las manifestaciones contenidas por vallas y uniformados durante estos ceremoniales han sido, sin embargo, el constante recordatorio de que el proceso comicial del 2 de julio no quedó resuelto.

De cuentos chinos y explosiones

Entre los yerros de su gobierno se encuentran la censura al discurso de la diputada perredista Ruth Zavaleta –que significó la primera baja de un funcionario “de casa”– y el manejo que hizo del caso Zhenli Ye Gon en junio.

Por más que insistió en que las acusaciones eran “cuentos chinos”, él y su secretario del Trabajo, Javier Lozano, quedaron enredados en el grave señalamiento hecho por el empresario mexicano de origen asiático de que los 205 millones de dólares incautados en su propiedad de las Lomas pertenecían al PAN.

Ese mismo mes se registraron las primeras explosiones en instalaciones de Petróleos Mexicanos (Pemex) en Guanajuato y Querétaro. El Ejército Popular Revolucionario (EPR) se las adjudicó como secuela del conflicto oaxaqueño aún sin resolver.

La reacción del mandatario federal fue titubeante, porque primero habló de terrorismo pero luego las investigaciones quedaron en el limbo, y siguieron así pese a que en septiembre estallaron otros ductos de la paraestatal en Veracruz y Tlaxcala.

El rebase por la izquierda

El sucesor de Fox también ha tomado decisiones con las encuestas en la mano. Al inicio del sexenio, no le importó recibir el calificativo de populista tras convocar a un pacto para detener el aumento al precio de la tortilla, ni cuando aplazó la entrada en vigor del gasolinazo.

Con la promesa de “rebasar por la izquierda” a sus opositores, el michoacano trató de ganarse al electorado que no votó por él haciendo suyas propuestas surgidas del Partido de la Revolución Democrática (PRD), alentando divisiones en el interior del sol azteca.

Bajo la promesa de que la reforma fiscal era “para los que menos tienen”, más los amarres que tejió con legisladores, gobernadores y el empresariado –principal destinatario de su regaño a los 300 líderes más influyentes del país– obtuvo el triunfo en el Congreso.

En esto siempre estuvo respaldado por el PRI, que a cambio amarró la impunidad para el góber precioso, Mario Marín, y para el oaxaqueño Ulises Ruiz; el primero hasta fue premiado en Los Pinos por Calderón.

Pero, aún cuando el titular del Ejecutivo pregona que se crearon 950 mil puestos de trabajo, sigue pendiente de cumplir su promesa de ser “presidente del empleo”, dado que los niveles de desocupación han aumentado en el país. El propio gobierno reconoce que su Programa de Primer Empleo es un fracaso.

Sus acercamientos a la población desfavorecida del país se redujeron a visitas rápidas por municipios de Guerrero, Chiapas o Nayarit. Pero, paradójicamente, el huracán Dean y las inundaciones en el sureste representaron una oportunidad de mostrar a un mandatario cercano a los pobres.

El panista no dudó en cancelar dos giras internacionales y acudió en repetidas ocasiones a las entidades afectadas. Con gorra militar y frente a las cámaras, entregó despensas, llenó costales de tierra, e hizo llamados a la solidaridad con los damnificados. Pero esas cosas de la vida, el desastre ocurrió precisamente en Tabasco, la tierra natal de Andrés Manuel López Obrador y Roberto Madrazo, sus contrincantes aquel 2 de julio.

 
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