Usted está aquí: viernes 30 de noviembre de 2007 Política Catedralgate

Jorge Camil

Catedralgate

Por menos que eso se han desatado verdaderas guerras religiosas. Pero uno nunca sabe. Ahí tienen las caricaturas de Mahoma (algunos musulmanes europeos las tomaron a broma, que fue el espíritu del autor, pero no faltó el fundamentalista que lanzara fatwas contra el autor y los periódicos que las publicaron). Hubo quien consideró que el tema era suficiente para declarar la guerra santa a Dinamarca (donde se publicaron originalmente) y a Francia (el país que más las difundió). Pero al final no pasó de ser un acto mediático, como espero que sea el de la Catedral Metropolitana. Porque el Colegio de Abogados Católicos (supongo que para nivelar la balanza habrá otro de “abogados herejes”, o por lo menos “descreídos”), enarbolando estandartes y preparando cartucheras, se lanzó a defender la libertad de cultos y a enardecer a los fieles. Se recordó la guerra de los cristeros, el sangriento conflicto religioso superado en 1929 y se desgarraron las vestiduras tirios y troyanos. Algunos fatalistas vaticinaron la aplastante derrota electoral del PRD en las elecciones legislativas de 2009, ¡y en las presidenciales de 2012! Otros, desprovistos de caridad cristiana, aconsejaron al cardenal cerrar la Catedral en represalia por el desacato: ¡ojo por ojo, diente por diente! Como en 1926, cuando el gobierno de Plutarco Elías Calles no solamente no garantizaba la libertad de cultos, sino que perseguía abiertamente a la grey católica. (En pleno siglo XXI, al momento de escribir estas líneas, representantes del Gobierno del Distrito Federal y del clero negocian, con la seriedad de los concordatos que dieron fin a la guerra cristera, las condiciones para el restablecimiento del culto y la apertura del templo.)

En el origen del conflicto estuvo un campanero sordo como una tapia, o con mala voluntad, que hizo repicar, o retumbar, las enormes campanas de Catedral por 10 minutos (¡una eternidad!) en ese cuadrángulo cerrado que es el Zócalo capitalino, justo a la hora de los discursos de la convención nacional democrática. Me imagino que llamando a misa, que es para lo que sirven las campanas. (Aunque nuestra historia registra el preocupante ejemplo de la campana de Dolores, que tañó el padre Hidalgo llamando a la insurrección armada.)

No podemos tomar estos sucesos a la ligera, porque en abril de este año, en una enorme manifestación organizada por el Partido Popular español para protestar contra el presidente Zapatero, salieron a relucir, para regocijo de Aznar (el petimetre resentido y soberbio que vive en el pasado) y de Rajoy (el mastodonte que dirige el PP), banderas y consignas franquistas. ¡Vivas! y ¡mueras!, que son los gritos enardecidos que conducen a las guerras civiles. Y en nuestro medio Vicente Fox, el amigo de Aznar que nos gobernó envuelto en estandartes guadalupanos, crucifijos, misas solemnes y anillos papales, mientras se hacía de una fortuna, hoy anuncia con orgullo lugareño en sus memorias que Guanajuato es “territorio cristero” (¡se olvidó de mencionar a los Altos de Jalisco!)

O sea que un siglo después continuamos atorados en el conflicto religioso de 1926. Mientras tanto, en un PRD que quiere mostrar la cara amable de la nueva izquierda la cosa se tomó en serio, y el partido prometió a la arquidiócesis “expulsar a militantes que participen en protestas en la Catedral” y coadyuvar en denuncias penales entabladas al alimón. Pero los clérigos no están precisamente poniendo la otra mejilla. Advirtieron por conducto de su representante que “quien quiera seguir atizando el conflicto religión-política, de verdad que no ha leído la historia de México; que la cosa podría alcanzar niveles fuera de control”. ¡Imagínese, don Hugo Valdemar! (que así se llama el recadero de la Iglesia), si no conocen a ciencia cierta las implicaciones del conflicto religioso un ex presidente de la República y el ex sinarquista que gobierna Jalisco (sobrino, por cierto, del “maistro Cleto”, hoy beatificado por la Iglesia por su martirio en el conflicto cristero). ¿Recuerdan el traje “típico” de la última Miss México: con cristeros colgando de postes telegráficos y mujeres asistiendo a misas clandestinas? En España, al menos, el obispo Ricardo Blázquez pidió perdón la semana pasada por “actuaciones concretas” de miembros de la Iglesia durante la Guerra Civil. Aunque días después, en forma por demás predecible, el vocero del episcopado, próximo al sector más intransigente de la iglesia española, aclaró que Blázquez no quiso decir lo que dijo, atizando con ello el fuego de los recientes enfrentamientos violentos entre simpatizantes y opositores de la extrema derecha (La Jornada 24/11/07).

En México, más allá de un conflicto religioso que sigue latente (¡no nos engañemos!), o de las circunstancias del catedralgate, continúa incólume la presencia de los dos Méxicos: cara a cara, frente a frente; ansiosos algunos, y temerosos otros, de que un día cualquiera alguien de la voz de “¡fuego!”, y se enfrasquen los contendientes en un verdadero conflicto religioso, político y social. Podríamos decir que es cosa de tiempo…

 
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