Usted está aquí: jueves 29 de noviembre de 2007 Opinión Cautelosa movilización

Jorge Carrillo Olea
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Cautelosa movilización

Movilización en el lenguaje militar significa la adecuación de los recursos castrenses de tiempos de paz a las necesidades de tiempos de guerra. Históricamente han contraído convulsiones políticas y sociales que se anticipan o encauzan por la vía de ordenamientos legales y adecuaciones orgánicas. Son memorables la francesa de la Primera Guerra Mundial y el discurso de Roosevelt ante el Congreso después de Pearl Harbor.

En México ha sucedido algo sorprendente, algo que no fue difundido por el gobierno con el mérito que tiene, ni fue valorado por la sociedad ante la falta de referencias históricas en nuestro país. La única movilización experimentada fue a cargo de Manuel Ávila Camacho ante la Segunda Guerra Mundial.

La Secretaría de Marina, cuyo eterno discurso es la queja por la falta de recursos, ha tenido su día: en su 182 aniversario ha anunciado la creación de 30 batallones de infantería con efectivos de 628 elementos cada uno o sea 18 mil 840 personas, lo que contrasta con los 12 batallones que tenía hasta el día anterior. También se crearon una región naval, cuatro zonas navales y 12 sectores de la misma calidad. Esto no puede ser sin una auténtica movilización, que implicaría legislar, reglamentar, reclutar, adiestrar, organizar y hacer afectaciones presupuestales. Es un anuncio sencillamente brutal e irracional.

A esta noticia que no llamó la atención, debiera agregarse una reflexión: ¿hasta dónde llega la responsabilidad territorial del Ejército y dónde empieza la de la Armada? No hay una definición oficial y por ello existen ya y se anticipan crecientes conflictos entre ambas fuerzas además de innecesarias y onerosas duplicaciones.

Hubo en el pasado algún ordenamiento pretendiendo que los espacios de acción de la marina eran hasta cinco kilómetros tierra adentro de la línea media de la marea y en los ríos a igual distancia del punto medio de su cauce. Nadie lo recuerda ni nadie lo ha derogado, pero surge la pregunta si un deslinde tan vago y anacrónico pudiera tener valor en la actualidad.

Todo este absurdo se dio con el estribillo del “combate al narcotráfico” que todo lo justifica, aunque en el caso presente se ha demostrado palmariamente que las fuerzas armadas no son el mejor recurso para ese propósito.

Pero si se diera una decisión serenamente calculada en sus efectos positivos y negativos, abría que tener en cuenta que el fondo de la situación, ya se ha dicho por muchos especialistas, es lo anacrónico de mantener a las fuerzas armadas bajo dos mandos diferentes, dos secretarias de Estado en permanente rivalidad, que se sostienen con una legislación que está basada en ordenamientos de principios del siglo XX y que no se ha cambiado porque ante su inoperatividad, funciona la arbitrariedad más absoluta de los mandos superiores. A éstos no les conviene la claridad: son árbitros absolutos e indiscutidos, máxime ante la ignorancia, por falta de experiencia sobre la materia de legisladores, secretarios de Estado y del propio Presidente, que dejan hacer y dejan pasar como fórmula cómoda, pero irresponsable de no entrar en conflicto con ese tabú que viste de verde y azul.

El pagano, por supuesto, acabará siendo el país. Menos mal que se tratara solamente de dinero, pero hoy estamos hablando de la seguridad nacional, que es la razón que se ha invocado para esta movilización hecha de espaldas al pueblo. Por supuesto, el titular de Marina se cuidó de que el Presidente tomara plena conciencia de los alcances de lo que estaba autorizando. Lejos de venir a simplificar (principio militar) la complejidad de la lucha contra el crimen organizado, este golpe de Estado al derecho, a la doctrina y a la razón causará más problemas que beneficios.

 
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