Usted está aquí: viernes 23 de noviembre de 2007 Cultura De la Peña refrendó su convicción de poner “la experiencia vivencial” al servicio de los demás

El maestro recibió un homenaje por sus 80 años y la Medalla de Oro de Bellas Artes

De la Peña refrendó su convicción de poner “la experiencia vivencial” al servicio de los demás

Arturo Jiménez

Lo elogiaron, lo reconocieron, le hicieron ver que era uno de los hombres más importantes de la cultura en y desde México, le mostraron su cariño, le dijeron maestro y mariscal, leyeron fragmentos de su poesía, le dedicaron un concierto sinfónico, le otorgaron la Medalla de Oro de Bellas Artes, le pasaron un video con su semblanza, le editaron en tres tomos su obra reunida, le desearon lo mejor, le aplaudieron muchas veces, una de ellas todos de pie.

En el homenaje al lingüista, escritor y humanista Ernesto de la Peña por su cumpleaños 80 este 21 de noviembre, mucha gente sencilla pudo entrar al Palacio de Bellas Artes de manera gratuita y mezclarse con las elites del mundillo cultural para celebrar al erudito.

Y ante ese reconocimiento, él, lleno de “alborozo y agradecimiento”, sólo atinó a corresponder a sus seguidores con otro homenaje recíproco para darles todavía más de sí mismo: una reflexión y una confesión sobre el humanismo, el arte, el amor, la familia, el tiempo, la vida, la muerte y otros asuntos mayores y menores.

Desde un podio instalado en un extremo del escenario principal del recinto, este agnóstico estudioso de las religiones del mundo y apasionado de la historia del arte dijo a los cientos de presentes, entre ellos Vicente Quirarte, Vicente Herrasti, Sergio Vela y Teresa Franco: “Hoy llegaron mis 80 años de existencia con su inescapable carga de victorias menores y pérdidas sin remedio. La sensibilidad, hasta la sensiblería que parece caracterizar a los viejos, no me han olvidado, ni yo he podido alejarme de ellas. Condición inevitable de los octogenarios es presenciar con vividez los recuerdos remotos, que suelen ser los más gratos porque el lastre del olvido no se había abatido sobre nosotros.

“Por una extraña ley de compensación, los últimos años nos deparan una sabiduría menor, una experiencia vivencial que se ha nutrido de todos y cada uno de los momentos que nos han formado, y que se traducen en una forma serena de aceptación, que no tiene nada que ver con los deseos pero que la realidad nos impone.”

Y más adelante, en torno a la búsqueda del bien de los demás, dijo:

“Consuelo espléndido que compensa parcialmente la larga fatiga de la longevidad al darle sentido y esplendor, es emplear la experiencia adquirida en beneficio de los otros. Y los otros son, al menos para los verdaderos humanistas, todos los seres vivos.”

Luego de considerar al arte, la filosofía, la ciencia y la religión como “lo más valioso de lo humano” e “invenciones supremas del hombre”, y de destacar la importancia de saber “transformar lo vivido en creación”, agregó: “Todo ser humano lleva dentro de sí, por censurable o vil que sea, una zona de verdad, de luminosidad y trascendencia.”

Y después de dar las gracias a muchos, entre ellos Alfonso Reyes, se observó a sí mismo como “un hombre que se interna lleno de esperanza en sus días postrimeros”.

Mientras Vicente Quirarte se asumió como “su sargento”, le dijo “mariscal de campo”, Teresa Franco y Sergio Vela le expresaron su admiración y le entregaron la Medalla de Oro de Bellas Artes.

En primera fila estaba su esposa, amiga y cómplice de andanzas por la historia de las culturas universales, María Luisa Tarvenier, a quien De la Peña expresó su amor. En su momento, ella subió al escenario, lo abrazó, lo besó y regresó a su butaca.

 
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