Usted está aquí: lunes 12 de noviembre de 2007 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil
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La influencia

Ampliar la imagen Fotograma del primer largometraje de Pedro Aguilera Fotograma del primer largometraje de Pedro Aguilera

Pedro Aguilera, antiguo asistente de dirección de Carlos Reygadas (Batalla en el cielo) y de Amat Escalante (Sangre), ha elegido para La influencia, su primer largometraje, no sólo el tema delicado de un lento deterioro sicológico en una madre de familia, sino la manera original de describir ese proceso. No un acercamiento melodramático y sí la crónica minimalista de sequedad desconcertante que no escatima al espectador la rutina de un hogar que literalmente se derrumba.

La madre (Paloma Morales) se ocupa amorosamente de su hija adolescente (Jimena Alba Jiménez) y de un niño más pequeño (Romeo Manzanedo), pero poco a poco se hace evidente la precariedad de su situación económica. Su negocio de cosméticos en un barrio de la periferia madrileña se ve todo el tiempo desierto. Hay una orden de desalojo y también el apremio de pagar colegiaturas atrasadas. No hay en el negocio asistente alguno ni tampoco contacto con parientes o amistades. Si alguna vez la mujer estuvo casada o es viuda o madre soltera, es un asunto menor, sin importancia. Se muestra, de modo escueto, la relación de una madre con sus dos hijos, y el contraste evidente entre su carácter depresivo y la vivacidad del hijo menor y la inteligencia de la hija. Pronto queda claro que la madre es adicta a los tranquilizantes y que su apatía la hará naufragar en el desempleo y en la miseria.

La influencia ofrece el retrato de una mujer apática y solitaria, con sus hijos como único frágil asidero en la vida. La actuación de Paloma Morales es notable. El único asomo de vitalidad que registra su semblante es cuando se procura juguetes para sus hijos o cuando comparte con ellos los alimentos, pero incluso este rasgo de vida irá desvaneciéndose paulatinamente. No hay referencia a un padre de familia ni tampoco a algún viejo entusiasmo amoroso, o a que los hijos resientan de modo alguno la falta de cariño paterno. El espectador se queda con la descripción naturalista de una miseria moral que anuncia o bien un desenlace trágico o una morosidad sin límites.

El registro de emociones que pudiera encontrarse en las cintas mexicanas Lola, de María Novaro, o Más que nada en el mundo, de Andrés León Becker y Javier Solar, está aquí ausente. Sin embargo, de manera sorpresiva y como un acierto formidable, los últimos 20 minutos de la cinta contienen una carga emotiva de intensidad muy superior, y a ello contribuye, no tan paradójicamente, el tono moroso que maneja la narración en su primera hora. Se piensa por supuesto en el cine del francés Robert Bresson (El dinero) y en la sobriedad con que se observan los detalles de la rutina doméstica, pero sobre todo en la manera insidiosa en que todo concurre a volver más frágiles las relaciones familiares hasta el punto de situar el amor filial en el campo perturbador de una despreocupación infantil casi absoluta.

Si el personaje de la madre es fascinante, no lo es menos la imagen de un niño y una joven que tempranamente se aclimatan a la idea de la pérdida y la orfandad inminentes. Sería fácil llevar la cinta al terreno de la explicación sociológica y presentar a la madre como un emblema de una crisis social aguda, o evocar la desintegración moral de una familia, o peor aún, la nocividad de influencia materna. Aguilera evita esas tentaciones justamente con la sequedad y distanciamiento con que presenta esta triste crónica intimista. El tono es inhabitual y para muchos espectadores ingrato. La influencia es, con todo, uno de los relatos más sugerentes y emotivos que haya dado últimamente la colaboración fílmica entre México y España.

 
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