Los horizontes
fluían de sus ojos
Traía rumor de selvas en el pecho
y un haz de sueños rotos
sobre sus hombros trémulos
La montaña y el mar sus dos lebreles
le saltaban al paso
La montaña asombrada
y el mar encabritado
A Claudio de la Torre, de las Islas Canarias
Rafael Alberti
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Yo sé, Claudio, que un día tus islas naturales
navegarán hacia la playa mía,
y, verdes cañoneros, mirando a Andalucía,
dispararán al alba sus árboles frutales.
¡Oh Claudio! ¡El mar me llama! Nómbrame marinero,
el último aunque sea, de tu marinería.
Sé almirante, el más bueno, de la piratería,
y así de tus bajeles serás siempre el primero.
¡Dios! ¡Yo ladrón de mares, firme en fuerte aventura,
y tú sobre las palmas!
–Su escueta arboladura,
mi almirante, en la aurora enristran dos navíos...
–¡Cañonead con plátanos las máquinas de guerra,
con dátiles dorados la frente de la tierra
y con glorias y hosannas estos bajeles míos!
Variación I
Pedro Salinas
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Azules
Variaciones que enseñaban
en la escuela: Egeo, Atlántico,
Índico, Caribe, Mármara,
mar de la Sonda, mar Blanco.
Todos sois uno a mis ojos:
el azul del contemplado.
En los atlas,
Un azul te finge, falso.
Pero a mí no me engañó
ese engaño.
[…]
Eres lo que queda, azul;
lo que sirve
de fondo a todos los pasos,
que da lo que pasa, olas,
espumas, vidas y pájaros, velas que vienen y van.
Pasa lo blanco, mortal.
Y tú estás siempre llenando,
como llena un alma un cuerpo,
las formas de tus espacios.
Cada vez que fui en tu busca,
allí te encontré en tu gloria,
la que nunca me ha fallado.
Tu azul por azul se explica:
color azul, paraíso;
y mírate a ti, mirarlo.
Manantial y ocaso
Manuel Altolaguirre
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Ojo, no por su forma,
sí por estar a llanto sometido.
Por ceja, esposo verde enmarañado,
liso y pendiente campo por mejilla.
Las casas dan al viento sus senderos,
mientras, para cortar la flor del valle,
clavándose los rayos inferiores
baja a la tierra el sol, auroleado.
Cuando se oculte entre las yerbas altas,
las blancas ropas que tendió en sus rayos
la guapa lavandera de la aurora,
en vidrios paralelos
deshiladas caerán.
Carne dulce del árbol,
el viento de piel rosa
con la mano sostiene
su abanico naranja.
La noche –negro médico–
le toma el pulso al río
y despide a la tarde,
que se va para América,
leyendo en la cubierta
en su gran trasatlántico.
El mar duerme
Vicente Aleixandre
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Con gravedad respiro frente al mar acostado
finalmente. Duerme la mar su sueño.
sueño sin nubes; leves, borrosas, las sospechas
de nubes, lentas huyen, temerosas, extremas.
[…]
Solo. Solo el mar, ya sin sueños ni espumas, permanece
fiel a su norma de verdad alcanzada.
Qué difícil velar, qué más difícil sueño,
sin sueño de espuma que gemebunda clame
mezclada a extraviadas gaviotas sin destino.
Hoy no. La mano inmensa que pudo hoy ha aplastado
la liviandad de un iris que espumoso gorjea
sólo aún allá en el fondo, con los soles partidos.
Gris sólo, noblemente gris solo, el mar tendido
no sueña. Duerme. Inmensa, la Creación se aquieta.
Cancioncilla
Dámaso Alonso
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Otros querrán mausoleos
donde cuelguen los trofeos,
donde nadie ha de llorar,
y yo no los quiero, no
(que lo digo en un cantar)
porque yo
morir quisiera en el viento,
como la gente de mar
en el mar.
Me podrían enterrar
en la ancha fosa del viento.
Oh, qué dulce descansar,
ir sepultado en el viento,
como un capitán del viento;
como un capitán del mar,
muerto en medio de la mar. |