Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de noviembre de 2007 Num: 662

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Una polémica con
Ortega y Gasset

ARTURO SOUTO ALABARCE

Sánchez Mejías: las tablas, el ruedo y la vida
OCTAVIO OLVERA

Mujeres poetas del ’27:
un olvido que no cesa

CARLOS PINEDA

Breve antología

La danza de los quarks
NORMA ÁVILA

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Columnas:
Jornada de Poesía
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Una polémica con Ortega y Gasset

Arturo Souto Alabarce

Consciente de que muchos escritores actuales no están de acuerdo con la teoría generacional que puso de moda la filosofía alemana y más de cerca Ortega y Gasset con El tema de nuestro tiempo, el hecho es que todavía en los centros académicos de dentro y fuera, uno de los cursos que suelen preferirse es precisamente La Generación del '27. En esta breve nota pretendo, pues, bosquejar algunas de las razones que pueden explicar dicha atención.


Ilustración de Kilia Llano

Me permito citar, en primer lugar, algunos ensayos que a mi juicio parecen fundamentales para entender con mayor claridad lo que fue, o es, puesto que las obras artísticas son en su mejor parte intemporales, la llamada Generación del '27. Me refiero desde luego al conciso y sustancioso ensayo de Dámaso Alonso que, con parecido título, cuenta el viaje a Sevilla de un grupo de poetas encabezados por García Lorca con el objeto de rendir homenaje a Góngora hace unos ochenta años.

Una crónica elegante y amenamente escrita que muestra la actitud y tono de ese núcleo, esencialmente andaluz, de la poesía española del siglo XX. Ensayo que va más allá de un interés puramente literario, porque narra la excursión con muy pequeños y humanos detalles. Supongo que es bastante bien conocida la esencial aportación de Dámaso Alonso al conocimiento de la generación citada y, en su conjunto, de la poesía española de los años veinte, tiempo, por cierto, singularmente favorecido por una misteriosa y universal estrella: Contemporáneos en México, Neruda y Vallejo en el cono suramericano; Valéry, Breton, et al. Por más que decida rechazar enfáticamente todo intento de explicación astrológica, la verdad es que se trató de una época de misteriosas afinidades y coincidencias.

Quiero señalar otro ensayo que en mi opinión completa, aclara y actualiza mucho de lo escrito por Dámaso Alonso. Y es el ensayo de Jorge Guillén acerca del lenguaje poético y el lenguaje de la poesía. Muchos años después de las múltiples discusiones de la poesía pura o la poesía comprometida, y de los que por esos años se llamaron poetas intelectuales o cerebrales, Jorge Guillén defiende inteligentemente a quienes, como él, nunca pretendieron ser fríos, sino, muy por el contrario, poetas apasionados cuya única reclamación era hacer versos más diáfanos, exactos y precisos. Y resulta ineludible, pensando en esta polémica, recordar de nuevo aquí a Ortega y Gasset y su famosa Deshumanización del arte, que tanta influencia allá y aquí ejerció en los poetas entonces modernos. Un ensayo sin duda fundacional que aun en nuestros días puede explicarnos muchas cosas. Y entre ellas, y muy señaladamente, la Generación del '27.

No voy ahora a comentar el famoso ensayo orteguiano, pero sí quiero adelantar que muchas de las objeciones que se le opusieron podrían resolverse modificando breve pero sustancialmente su título: cambiar deshumanización por desrealización del arte. Y sólo añadiré a esto, en vista de las muchas y muy significativas oposiciones que suscitó el ensayo, que en su tan leído y releído manifiesto, pues así se puede llamar, no proponía a los jóvenes nuevos artistas hacer un arte nuevo, sino solamente explicarlo, defenderlo de quienes lo llamaban cosa de locos o de embaucadores. Cierto es que en cuanto a su personal sensibilidad y estética, Ortega y Gasset era más bien tradicional. No es fortuito que analizara precisamente a fondo a Velásquez y a Goya, y no a Picasso.

Tradicional posiblemente en sus muy personales gustos estéticos y, a propósito de ello, no puedo menos que traer aquí una vieja y quizás injusta opinión acerca del sin duda claro pensador. Esta teoría sobre un arte joven, un arte nuevo e “intrascendente”, lúdico, deportivo, definida por los “ismos” que tanto influyeron en la literatura contemporánea (Octavio Paz vio como paralelas a la generación de Contemporáneos y del '27), vino a caer muy poco después, desecha por la Guerra civil española de 1936 cuyos efectos aún hoy día podemos sentir. Lejos de la poesía pura o deshumanizada, la verdadera deshumanización vino a demostrarse en Guernica, en Coventry, en Hamburgo, en Hiroshima. Se comprende –comprendo yo, cuando menos– que a Ortega y Gasset se le reprochara desde el exilio su muda e improbable utopía de la tercera España, así como su imposible teoría de la deshumanización del arte. Muy por el contrario, incluso aquellos que alguna vez creyeron en la muy antigua torre de marfil o en la pureza glacial de la muerte a lo Valéry, tuvieron que reconocer la ineludible raíz del artista en su tierra, en su pueblo y en su tiempo. Avizorada su caída por Neruda, la llamada poesía pura se evaporó a unos pocos años de sus manifiestos.

En los escritos posteriores a los mal llamados “alegres veintes”, ni Pedro Salinas, Jorge Guillén o Luis Cernuda, subrayan clase alguna de abstracción. Esa abstracción, por cierto, en la que había caído Ortega y Gasset, y que le valió muchas faltas de respeto de la Generación del '36. En el exilio, por ejemplo, se le llegó a considerar, con evidente exageración y descuido, un escritor reaccionario por su fe en al aristocracia intelectual, por su desdén hacia la democracia y cualquier forma de realismo literario, aun siendo Balzac, Galdós o Flaubert los que lo acercan a la blasfemia; por su negación de la ii República que poco antes había teorizado y glorificado, por su casi increíble desconocimiento no ya de la guerra de España, sino de todas las enormidades que vendría después.

Su irritada, atrevida reconvención a Einstein es un triste ejemplo de una miopía intelectual próxima al estupor que Bergamín, desde México, le señaló mediante contundentes argumentos. ¿Miopía del clarividente Ortega y Gasset? ¿O resultado lógico de una larga cadena de pensamientos influidos por ese asalto germánico a la razón que en su momento denunció Lucáks? Ante esa lamentable encrucijada que pone en entredicho un talento tan diáfano como el de este pensador, prefiero creer que si guardó un silencio tan prolongado después de la catástrofe, se debe precisamente a un acto de contrición.