Usted está aquí: miércoles 31 de octubre de 2007 Cultura Revelará nombres “de algunos personajes mexicanos” vinculados con el cártel de Cali

Entrevista con Fernando Rodríguez Mondragón, autor de El hijo del ajedrecista

Revelará nombres “de algunos personajes mexicanos” vinculados con el cártel de Cali

Prepara el segundo volumen, adelanta

Chespirito aceptó haberse presentado en una de las fiestas del capo Rodríguez Orejuela, pero Juan Gabriel todavía no ha dicho nada, dice

Arturo Cano

Ampliar la imagen Portada del libro de Fernando Rodríguez, vástago del capo Gilberto Rodríguez Orejuela Portada del libro de Fernando Rodríguez, vástago del capo Gilberto Rodríguez Orejuela

En su época de oro, su padre exportaba a Estados Unidos 80 por ciento de la cocaína producida en Colombia. Hoy, Fernando Rodríguez Mondragón está feliz con el éxito de un libro que lleva por título El hijo del ajedrecista, debido al apodo de su padre, Gilberto Rodríguez Orejuela, quien, se cuenta, iba una jugada delante de las autoridades y de sus rivales.

Tan feliz anda la oveja negra de la familia dueña del cártel de Cali que ya prepara un segundo volumen, en el cual, dice en entrevista teléfonica, aparecerán los nombres de “algunos personajes mexicanos influyentes” que tuvieron tratos con su padre y su tío Miguel.

En la siguiente edición no faltarán, por supuesto, las anécdotas que dieron fama anticipada al libro de marras: las que ponen a cantantes o actores famosos en las fiestas de los más connotados narcos colombianos.

Una búsqueda simple de los apellidos Rodríguez Orejuela acompañada del nombre de Ernesto Samper –el ex presidente colombiano acusado y exonerado de recibir dinero del cártel para su campaña electoral– arroja 821 resultados en Google. En cambio, si se agrega Chespirito –es decir, el nombre artístico de Roberto Gómez Bolaños o El Chavo del Ocho– la cifra es de 11 mil 900 referencias.

En su libro, Rodríguez Mondragón narra profusamente su vida y se detiene largamente en las relaciones de su familia con políticos importantes, estrellas del futbol, jueces de la Suprema Corte y artistas que amenizaban las fiestas familiares.

“Es en México donde esto último ha despertado mucho interés, tanto que Chespirito tuvo que aceptar que sí estuvo en una de las fiestas, después de que lo reconoció María Antonieta de las Nieves (La Chilindrina). Quien hasta ahora no ha dicho nada es Juan Gabriel.”

El orgullo de Ciudad Juárez fue a cantar a una fiesta de Rodríguez Orejuela cuyos amigos, para jugarle una “broma”, pidieron al cantautor que le diera un beso en la mejilla al finalizar una pieza. El capo montó en cólera y Juan Gabriel tuvo que salir pitando de Colombia.

Es decir, ni las historias de un soborno millonario a los jueces de la Suprema Corte de Justicia colombiana, ni los detalles de las relaciones de su padre y su tío con políticos importantes, ni las minucias de la guerra del cártel de Cali contra Pablo Escobar Gaviria y su organización en Medellín han suscitado tanto interés, al menos fuera de Colombia, como la asistencia de artistas a los bautizos, bodas y cumpleaños del clan Rodríguez.

Perdida en las 200 páginas del libro está, por ejemplo, la afirmación que el mismo autor considera “difícil de creer” de que el presidente español Felipe González recibió parte del dinero que Rodríguez Orejuela contaba haber repartido para ser extraditado a su país y no a Estados Unidos.

“Salir de allá (de España) nos costó 20 millones de dólares y Felipe González se quedó con cinco.”

–¿Eso oyó usted o se lo contaron?

–Eso dijo mi padre en la fiesta de su regreso, riéndose y después de tomarse unos tragos.

La “vaquita” de los extraditables

En Colombia, algunos medios que han reseñado el libro han evitado citar muchos de los nombres que aparecen en la obra, pues el autor no ofrece pruebas.

En su defensa, Rodríguez Mondragón dice que “cuando la persona reclame” él ofrecerá las pruebas de sus dichos. Cita el caso de un par de futbolistas argentinos, antiguos jugadores del club América de Cali, que lo desmintieron en la radio. “Les mandé las fotos donde aparecen abrazados conmigo con gorritos de fiesta y ya no volvieron a hablar con los periodistas”.

En rigor, tales fotos, varias de las cuales aparecen en el libro, no tienen nada de extrañas, pues el dinero de Rodríguez Orejuela llevó al América caleño a los primeros sitios del futbol colombiano y tres veces a ser subcampeón de la Copa Libertadores.

El hijo del ajedrecista avala sus dichos en los testimonios de otros delincuentes, como Víctor Patiño Fómeque, El Químico, quien terminó de testigo de la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA) y cuya versión avala hechos como el soborno a cinco jueces de la Suprema Corte, quienes habrían recibido los 10 millones de dólares de una “vaquita” que armaron varios narcotraficantes para detener los procesos de extradición.

“Por si fuera poco, en su libro, Irina Vallejo, quien fue amante de Pablo Escobar y también de mi padre, confirma muchas cosas y le da credibilidad a mi libro.”

Si los señalados exigen pruebas, las tendrán, insiste Rodríguez, quien asegura, por ejemplo, poseer “un recibo firmado por mi padre” de dinero entregado a Andrés Pastrana cuando fue candidato a la alcaldía de Bogotá.

De “embarrada” en “embarrada”

Las “revelaciones”, sin embargo, han de rascarse página tras página en El hijo del ajedrecista, puesto que el libro de Rodríguez Mondragón es más la historia de una desastrosa relación padre-hijo que otra cosa. Claro, el padre era nada menos que el dueño y señor de Cali.

Escrito en colaboración con el periodista Antonio Sánchez Jr., el libro avanza a tropezones que reflejan la forma como el hijo del famoso capo fue contando su historia, una historia de abusos y golpes del padre, y de rebeldía del hijo siempre acompañada de una búsqueda del perdón y la cercanía que le fueron negadas.

Rodríguez Mondragón odia a su padre y a lo largo de 200 páginas documenta cómo aprendió a ser bandido “del mejor maestro”, a fuerza de golpes y desprecios, y delinquiendo contra la voluntad de sus mayores que consideraban que “con dos narcos en la familia es más que suficiente”.

Hasta el final, sin embargo, Rodríguez Mondragón trata de obtener el perdón del padre –y algo de su dinero y sus relaciones, claro. En 2004, padre e hijo están en la misma prisión, la de máxima seguridad de Cómbita y llevan largo tiempo sin dirigirse la palabra. Todavía allí se topa con su padre por última vez y le suelta: “Perdóneme, padre, perdóneme”. “Mientras más lejos mejor”, había dicho Rodríguez Orejuela, pocos días antes de ser extraditado a Estados Unidos.

El capo castigaba así no sólo al hijo desobediente, al primogénito que había seguido sus pasos, sino también al delincuente de poca monta que, por kilo y medio de heroína, había hecho que la situación judicial de los Rodríguez Orejuela se embrollara, cuando Gilberto y Miguel estaban “limpiando” su nombre con negocios legales.

Es la historia de Fernando Rodríguez, llena de momentos en que “la embarra” (la riega) desde la primera infancia. Y la “embarra” para tener dinero, por meterse un pase de cocaína o por beber en exceso.

–¿Su familia considera el libro otra “embarrada” de la oveja negra?

–Probablemente. Les pedí que lo leyeran, porque lo que cuento es verdad. Desgraciadamente desde que caí a la cárcel me dieron la espalda. Yo nací en esa familia, nadie escoge la suya, pero mis hermanos eran sumisos y yo era rebelde.

Cuando sale de la cárcel, dice Fernando Rodríguez, sólo recibe de su familia una mesada de medio millón de pesos colombianos al mes (apenas 220 dólares). “Era una manera de humillarme, pero los recibí con cariño”.

Igual, la pequeña mesada le fue retirada hace unos meses, cuando su familia se enteró del libro. “O sea, no voy a obtener grandes beneficios económicos, lo hice para sacarme una espina que tenía clavada”.

Escasa difusión en Colombia

El hijo del ajedrecista está lleno de extravagancias de narcos: automóviles lujosos, joyas, parrandas de millones. Y eso que Fernando Rodríguez dice haber citado apenas algunas. Se le pide que recuerde la más memorable y no le cuesta trabajo decidirse. Acepta, aventura: a José Chepe Santacruz Londoño, fundador con su padre del cártel de Cali, le quitaron la visa estadunidense. Entonces, cuenta Rodríguez, “se mandó hacer una réplica de la Casa Blanca”.

De su familia recuerda una fiesta de Navidad. Habían contratado dos célebres orquestas, el Gran Combo y el Grupo Niche. “Pero pensaron que llovería, así que alquilaron la carpa grande del circo de los Hermanos Gasca”.

Hoy, Fernando Rodríguez dice vivir sólo de un laboratorio dental que puso con su nueva esposa, “una mujer muy humilde”.

¿Vive sin miedo su nueva vida Fernando Rodríguez? El dice que sí, pero aunque en su libro aparecen muchas fotos suyas, incluida una de su rostro actual, no permite que los periódicos de Cali le tomen fotos más que de espaldas.

Rodríguez se queja de que en Colombia “los intereses de los políticos no han permitido que los grandes medios difundan gran cosa” su libro, pero a pesar de ello el hijo del Ajedrecista prepara ya el siguiente, tras el éxito del primero, que decidió escribir cuando, en la cárcel, vio que John Jairo Velásquez, Popeye, uno de los matones favoritos de Pablo Escobar, estaba haciendo uno, a pesar de que escribía vaca con “b”.

Quizá no haya nuevas revelaciones sobre las relaciones políticas del cártel de Cali, pero dos Glorias, la Estefan y la Trevi, pueden ir preparando sus desmentidos.

 
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