Usted está aquí: jueves 18 de octubre de 2007 Opinión Navegaciones

Navegaciones

Pedro Miguel
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De pelos

Épocas greñudas y épocas afeitadas

Ampliar la imagen Detalles de cuadros de Cabanel (1863), Courbet (1866) y Botticelli (circa 1485) Detalles de cuadros de Cabanel (1863), Courbet (1866) y Botticelli (circa 1485)

Tuve la primera noticia de un afeitado de esos que ahora están de moda cuando una amiga me confió un episodio lamentable: tras un encuentro sexual inesperado con un desconocido, sintió el aleteo de las mariposas en el estómago y, dos días después, y un poco más abajo, el movimiento de las ladillas. Era una de las típicas travesuras infantiles de Cupido, y hasta da nostalgia recordarlas ahora que el flechador creció y se volvió un adulto aficionado a los deportes de alto riesgo. Hoy día es muy recomendable enfundarse en un traje de buzo antes de sumergirse en busca del tesoro; esa precaución elemental te puede salvar la vida, pero de todos modos no te protegerá del contagio de Phthirus pubis. A la pobre le recomendaron que se rasurara, que se aplicara generosas raciones de hexacloruro de benceno y que desinfectara escrupulosamente su ropa, sus sábanas y sus toallas. Lo que más le dolió fue la primera parte del tratamiento: “Imagínate –me dijo–, va a parecer que estoy en la primaria o que tengo una anomalía genética”. Esa preocupación por el qué dirán me hizo ver que estaba dispuesta a perseverar en las relaciones sexuales de circunstancia, cosa muy respetable ya en aquellos tiempos, y le aconsejé que se comprara de una vez una buena dotación de hexacloruro. No sé qué fue de ella y de sus aventuras, pero ahora que la eliminación parcial o total se ha puesto de moda, no tendría por qué sentirse incómoda al exhibir un pubis mondo.

Si nos atenemos a datos del antiguo Egipto y al arte europeo del Renacimiento al XIX (había que ser el David o La Maja para exhibir unos cuantos pelos), el afeitado y la depilación (de la pelvis y de las otras áreas anatómicas) datan de la edad de piedra, cuando especímenes humanos de ambos sexos se hacían toda clase de atrocidades con fuego, piedra pómez o cal viva para hacer desaparecer las excrecencias pilosas del cuerpo. En Dinamarca aparecieron cuchillas de afeitar que datan de mil 500 años aC; Alejandro Magno vivía obsesionado por eliminar los pelos de la cara (se dice que para evitar que el enemigo cogiera a sus soldados de las barbas) mas no los del pubis, según indica un relieve grabado en su tumba; desde antes de la era imperial, las mujeres romanas se rapaban la cabeza, se arrancaban las cejas y usaban cremas depiladoras a base de plantas venenosas; sus contemporáneas indias se depilaban las piernas y sus compañeros (o no tanto) se recortaban barba, pubis y pelo del pecho; hacia el año 300 se abrieron en Roma las primeras barberías, y la Ciudad Eterna osciló entre épocas pelonas (la de Julio César, por ejemplo) y tiempos hirsutos (verbigracia, los de Adriano).

Entre los siglos VI y XI de esta era, las mujeres de la cristiandad tenían la obligación de afeitarse diariamente toda la superficie corporal, a fin de estar siempre listas para el momento de la muerte. Qué curioso: aunque la iconografía dibujaba al Señor con luengas barbas, la moral de la época no consideraba conveniente que se presentase ante Él un alma peluda.

Según lo que investigué, el vello en axilas, pubis y otras partes del cuerpo no necesariamente es un vestigio de nuestros antepasados peludos: los humanos no lo somos más que los monos, pues tenemos un número equivalente de folículos pilosos; si parecemos más pelones que ellos es porque las excrecencias de tales folículos son, en nuestro caso, mucho más finas y delgadas. La razón de Natura para rodear de pelo nuestras partes pudendas sería, en principio, reproductiva: la idea, si entendí bien, es que los vellos se impregnen con secreciones ricas en feromonas para así atraer mejor a ejemplares del sexo opuesto; si nos atuviéramos a esa lógica estrictamente natural, habría que concluir que las modas calvas corresponden a periodos históricos de baja libido y que las tendencias hirsutas reflejan, o propician, tiempos cachondos. Eso podría tener sentido si se compara a los melenudos hippies cogelones con los afeitados yuppies más bien pacatos, pero tal vez estemos llevando demasiado lejos una hipótesis meramente biológica. En todo caso, la dominancia pornográfica actual, con sus superhéroes (ínas) sexuales más pelones que una larva, diría que ambas cosas no necesariamente están relacionadas.

En las sociedades islámicas permanece la tradición de quitarse los pelos de la pelvis, contrario a lo que ocurre en Japón, donde son vistos como algo muy atractivo, hasta el punto de que algunas japonesas no sólo no se los quitan, sino que se los agregan mediante artificios diversos. A mediados del siglo pasado, en Estados Unidos, las fotos con vello púbico eran ilegales. En los años sesenta y setenta el feminismo denunció la depilación y el rasurado como una concesión a patrones de belleza impuestos por los hombres, hizo de la integridad capilar femenina una bandera velluda y las manifestaciones se llenaron de sobacos poblados, exhibidos con orgullo por sus propietarias al momento de levantar el puño cerrado.

No sé si Karl (se) depilaba o no, pero éste es un buen momento para evocarlo. Un fantasma recorre Europa: el fantasma del acomoclitismo, que es la atracción por los genitales trasquilados. Será porque la industria de productos personales necesita abrir nuevos mercados, porque la historia es pendular o porque las prendas interiores vienen cada vez más reducidas y las exteriores, cada día más rebajadas. Esto se ve en la publicidad, en la tele y en la calle: la censura, que hasta hace unas décadas poseía vastas extensiones del cuerpo humano, se ha reducido a tres pequeñas superficies insulares: dos pezones (sólo si son femeninos: los de hombre no son tabú) y un área genital (el ano casi siempre se guarece y esconde, él solito, entre las nalgas), y para considerar aceptable la parte inferior de un bikini basta con que tape labios mayores y perineo; eso sí: sin pelos a la vista.

Una encuesta citada por Wikipedia dice que en 2005 el 11 por ciento de las mujeres occidentales se tusaban toda o casi toda la cabellera baja; a la mayoría les gustaría que los hombres se quitaran algo de vellosidad corporal, y es posible que la proporción vaya en aumento. Como no tengo cifras recientes ni la audacia para ir por ahí de encuestador preguntón, realicé un conteo empírico en las instantáneas de Spencer Tunick disponibles en la red y hallé que, en las fotografías tomadas en Estados Unidos y países europeos, 3.7 de cada 10 mujeres optaron por la tijera, el láser, la cera, las pinzas o la crema depiladora, o bien por una combinación de varios métodos. El retiro parcial puede adoptar varias modalidades como barbeado, marcado del contorno, ingles brasileñas y formas varias, que si se combinan con los patrones naturales de crecimiento del pelo en el bajo vientre (horizontal, sagital, acuminado y disperso) dan lugar a variaciones innumerables, y existen numerosos instructivos para realizarlas. Le dimos vuelta a la lógica: ahora llega a considerarse correcto enseñar el sexo, siempre y cuando sus alrededores estén bien rasurados.

Las sociedades modernas se han dividido en bandos anti y pro pelos (links a los foros de discusión y a lo demás, en el blog de Navegaciones), y la industria hace de las suyas ofreciendo métodos de depilación y corte, pero también tintes para el vello púbico (los hay incluso en rosa solferino) y desfiles de modas con peinados. El bloguero Darren Barefoot pronostica que hacia 2010 se tolerará la exhibición de pelvis greñudas en lugares públicos. La historia es pendular, y tal vez no ande muy errado.

 
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