Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de septiembre de 2007 Num: 653

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Cuatro décadas del Premio de Poesía Aguascalientes
Introducción de
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Aguascalientes:
ciudad de poesía

CLAUDIA SANTA-ANA

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Luis Tovar
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Ritos de iniciación (II Y ÚLTIMA)

La condición híbrida, la contradicción, el hallarse a medio camino entre aquello que todavía sigue siendo por más que va dejando de ser para convertirse en algo distinto, son los rasgos característicos del poblado en el que se desarrolla La niña en la piedra y también son, como es fácil advertir, los atributos que mejor definen a la adolescencia, protagonista colectiva del filme.

Al igual que cualquier joven de cualquier medio cultural, Mati y Gabino están inmersos en aquello que suele denominarse como los ritos de iniciación a la vida adulta. Íntimamente asociado a ello está la resistencia paterna, diríase consustancial aunque a veces involuntaria, a que los hijos comiencen ya, quizá demasiado pronto, un proceso que desde la perspectiva adulta sólo consiste en pérdidas: de autoridad, de colaboración, de compañía, etcétera. Por otro lado, en el caso de Mati, Gabino y sus compañeros de escuela, las alternativas que el contexto ofrece a sus despertadas ganas de abandonar la niñez son doblemente parcas e insuficientes: el partido de futbol cada fin de semana para ellos, el ensayo de los bailes que se presentarán en la escuela para festejar el “día del amor y la amistad” para ellas, representan válvulas por donde la presión apenas puede liberarse, y por eso ellos complementan la evasión al medio –disfrazada de adultez -- consumiendo cervezas y cocaína.


Escena de La niña en la piedra

No es que estos muchachos aspiren a salir del pueblo ni a “tener éxito en la vida” o algún otro espejismo semejante; la atmósfera general del filme más bien apunta a que, inconscientemente resignados a lo estrecho de su horizonte, hay que cubrir el saldo de algún modo, y ese modo, como si se tratase de una suerte ineluctable, tiene que ver con el ejercicio de la sexualidad, rito de iniciación por antonomasia. Cuando se cree aceptado en amores por Mati, ella le asesta a Gabino una negativa que él no entiende y su amorfa porfía, patéticamente materializada en el obsequio de un cachorro de gato y una tarjeta cursi de San Valentín, llegarán a consecuencias desproporcionadas a consecuencia, precisamente, de la incapacidad adolescente para ver claro lo que no es oscuro, combinado con los rasgos y los expedientes conductuales traídos de fuera o, quizá, ya previamente incubados de algún modo en la propia comunidad, latentes y detonados por un rechazo que remueve mucho más que el orgullo herido. Y entre esos rasgos, hasta arriba, con su brillo sucio, la violencia.

RITUALES

El par de pequeños patanes que lo acompañan, así como Gabino mismo, son como bocetos terriblemente fieles de aquéllos en quienes un día van a convertirse. Bien asociados lo mismo para meter un gol que para violentar sexualmente a Mati en pleno salón de clases, uno manoseándola, otro distrayendo a las amigas de ésta –y muy significativamente jugando de modo estúpido/misógino con una toalla sanitaria-- y otro más cubriéndoles las espaldas, son una tríada de machos ya no en potencia sino en pleno acto, que se autojustifican con frases al estilo de “cómo eres pendejo, ya deja de rogarle a esa pinche vieja apretada; lo que tienes que hacer es atrinchilarla como a los tejones…”

La secuenciación de la cinta no deja lugar a dudas: en tres grandes fases asistimos a la repetida celebración del ritual de la violencia, mismo que vanamente trata de solventar su contradicción profunda por la vía de un triple crimen. El primero de ellos es el acoso sexual ya mencionado, en el salón de clases, contra una Mati aterrada; el segundo, cargado de simbolismo, es la muerte que se le da al cachorro de gato que Gabino pensaba regalarle a Mati. El tercero, con el que la película arriba a su clímax, se conecta con eso otro que, desde esta perspectiva, también podría considerarse como un acto criminal, es decir, el ocultamiento del monolito prehispánico en el fondo de la poza.

Al igual que en Perfume de violetas , el guión de La niña en la piedra deja inteligentemente abiertos los caminos narrativos de modo que el espectador concluya él mismo la historia, por cuanto hace a los perpetradores de la violencia con la cual –cabe suponer-- algo dentro de ellos les dirá que han dejado la etapa adolescente. Por lo que respecta a Mati el asunto es claro: su vida ha cambiado para siempre, pero de modo muy distinto a aquél en el que suelen incurrir otras cintas, mexicanas o no, para cuya complacencia nada grave pasa –y si pasa, no deja huella-- en un período de la vida muchas veces cargado de riesgos, de angustia y de dolor.