Usted está aquí: viernes 7 de septiembre de 2007 Política Integración por sometimiento

Gustavo Iruegas /II y última
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Integración por sometimiento

En cuanto a la integración con los otros dos estados de América del Norte, el caso de México es diferente: las diferencias sociales con las otras dos naciones son abismales y la sociedad estadunidense no aceptaría, como no ha aceptado, la integración de la nación mexicana a la suya. La vía de promover primero el comercio (TLC) como motor de la integración ha resultado inoperante. Hace ya 25 años que el modelo neoliberal fue impuesto sobre nuestra economía; hemos firmado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la miseria de nuestro pueblo persiste, nuestros productores agrícolas están a punto de ser aplastados por los granos tecnificados y subsidiados de Estados Unidos. La mejor demostración de que esos acuerdos han fracasado es que no han podido reducir la corriente migratoria que tanto lastima a México. La prosperidad no se ha iniciado.

Queda la parte de la seguridad. El concepto estratégico estadunidense post 11-S incluye crear un espacio de seguridad periférico a su territorio. El Atlántico, el Pacífico, Canadá y México. Desde ahí, mediante bases antimisiles y de otras clases, se defendería el territorio estadunidense de los ataques de sus elusivos enemigos terroristas y, por supuesto, de las potencias militares que están surgiendo y resurgiendo en el mundo. Ese incremento de la seguridad de Estados Unidos es contrario a la seguridad del país. México no se puede permitir el lujo de ser reclutado para pelear conflictos ajenos; su territorio no se puede ofrecer como campo de batalla ni su pueblo como carne de cañón para ahorrarle dificultades a la única potencia capaz de hacer cualquier guerra en cualquier lugar del mundo. El activo más preciado de la política exterior mexicana ha sido el no tener enemigos. El ASPAN se los procurará gratuitamente.

Un segundo aspecto de la seguridad es el de la lucha contra el narcotráfico. Para eso se ha ideado un Plan México que, se asegura, no es una versión adaptada del Plan Colombia. Poco importa que lo sea. De hecho, nada que Estados Unidos haya aportado en ese sentido ha servido para mucho. Ni en su propio país ni en ningún otro ha podido resolver el problema del narcotráfico. Su participación en la lucha contra las drogas en México será solamente una manera de justificar su presencia en territorio nacional, que será creciente.

También se asegura que las fuerzas estadunidenses auxiliarán a México para proteger sus instalaciones de ataques enemigos. El petróleo mexicano es hasta ahora una mercancía en el mercado internacional; en cuanto esté protegido por una potencia militar se convertirá en objetivo de los enemigos de esa potencia. La protección estadunidense aumenta el peligro.

Como se ve, la parte de la seguridad solamente significa sometimiento, la de la prosperidad que se promete, si la hay, será para cualquiera menos para el pueblo de México.

En la práctica, los tres gobernantes han adoptado una manera de hacer las cosas que se basa en la simulación y el engaño. Ni en el comunicado conjunto que emitieron ni en la conferencia prensa que ofrecieron al término de la reunión en Montebello mencionaron la crisis financiera en Estados Unidos ni sus efectos en las dos economías adyacentes. Solamente hay dos explicaciones para ello: una, que sí lo trataron y lo ocultan, y la otra, que no lo trataron por simple e irresponsable negligencia.

Ante los reclamos en los tres países sobre la gravedad de los compromisos que están adquiriendo en nombre de los pueblos que no han sido consultados, responden cínicamente que no se trata de nada estratégico y se han dado explicaciones que no por ridículas o contradictorias dejan de ser una verdadera burla: “los jelly beans fabricados en Estados Unidos son más dulces que los hechos en Canadá y se podría procurar que fueran semejantes” (Harper); “[…] yo lo voy a decir con toda claridad […] tenemos que aprovechar la enorme oportunidad de ser vecinos y de ser aliados para generar prosperidad y seguridad para nuestros pueblos, que a final de cuentas es el propósito de esta reunión” (Calderón); “yo siento con mucha resolución que Estados Unidos es una fuerza del bien y estoy convencido de que al trabajar con nuestros socios podemos ser una fuerza incluso mayor para el bien” (Bush).

Con ese criterio y desde la perspectiva estadunidense se argumenta en favor de la idea de la integración, pero desde la perspectiva mexicana, no es posible. En realidad cualquier gobierno mexicano de cualquier signo político debería rechazar la simple conversación sobre el tema, especialmente mientras la contraparte construye un odioso muro entre las dos naciones. Sin embargo, el presidente de facto, Felipe Calderón, ha hecho precisamente lo contrario: ofrecer la seguridad de nuestro territorio y nuestro pueblo a cambio de la indulgencia estadunidense para el gobierno espurio.

Por tanto, los gobiernos integrantes de ASPAN y del mundo deben saber que el Gobierno Legítimo de México desconoce y repudia cualquier alianza para la seguridad de Estados Unidos a costa de la seguridad de su pueblo y de la soberanía nacional.

La denodada pero pacífica lucha que se da en México por la democracia, la justicia y la soberanía nacional está ahora en la fase de construcción de un poder popular que contrarreste al poder abusivo y a las instituciones corrompidas por la oligarquía cleptómana. Pero no se equivoque nadie, por la soberanía nacional sí peleamos.

Un saludo solidario a: “Revoluciones México”

 
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