Usted está aquí: domingo 2 de septiembre de 2007 Cultura Reconstruye Álvaro Uribe de manera literaria ataque contra Porfirio Díaz

Su novela Expediente del atentado retoma una anécdota contada por Federico Gamboa

Reconstruye Álvaro Uribe de manera literaria ataque contra Porfirio Díaz

El porfirismo ha sido satanizado, pero el germen de lo que es México está ahí, asegura

Arturo García Hernández

Ampliar la imagen El autor, durante la presentación de su novela El autor, durante la presentación de su novela Foto: Cristina Rodríguez

“Todos los hombres, a lo largo de su vida, son capaces de alzarse al menos una vez hasta el heroísmo y de rebajarse al menos otra hasta la abyección. Sólo unos cuantos, urgidos por sus demonios, lo hacen fatalmente en el curso de un mismo día.”

Así empieza la novela más reciente de Álvaro Uribe, Expediente del atentado, donde cuenta que “Arnulfo Arroyo era uno de estos hombres endemoniados y el jueves 16 de septiembre de 1897, uno de aquellos días fatales”.

Ese día Arroyo amaneció borracho después de beber toda la noche. Llegada la hora se encaminó a interceptar el desfile militar con que se celebraba el 80 aniversario de la Independencia, encabezado por Porfirio Díaz; se abrió paso entre la valla de seguridad y se abalanzó contra el dictador. Falló, fue detenido y horas después linchado en circunstancias misteriosas.

La anécdota, estrictamente verídica, Uribe la encontró en los diarios –de los que es editor– del escritor Federico Gamboa, “uno de los documentos más importantes para conocer el porfirismo desde dentro”. Le llamó la atención que un hecho de tal importancia apenas mereciera breve mención en los diarios del autor de Santa, “lo menciona con horror y sorpresa” al darse cuenta de que el frustrado magnicida había sido su compañero en la escuela.

Ahí es donde Álvaro Uribe vio la semilla de la novela: “Me enamoré de la historia, consideré que el hecho en sí tenía interés narrativo y vi que todos los cabos estaban sueltos. ¿Qué más quiere un narrador que tener los cabos sueltos para atarlos?”

Para unirlos, Uribe recurrió a la ficción e, inspirado en Gamboa, eligió como punto de vista el de un escritor que se dispone a hilvanar el caso: “Le puse deliberadamente las iniciales FG en la novela, porque tiene características que sí son de Gamboa: que sea un diplomático, jefe de sección de la cancillería en ese momento, y el hecho de que poco antes se hubiera encontrado en desgracia por sus correrías. Le llamaban pájaro porque era un pájaro de cuenta: parrandero, burdelero, cantinero. Esas cosas son ciertas, pero otras no. Por eso preferí tomar sólo las iniciales y darme todas las libertades del mundo con el personaje”.

Primero que nada, la apuesta de Uribe fue literaria, “contar una buena historia, de la manera más certera posible, que se sostenga, que entretenga, que ponga a pensar y que obligue al lector a terminarla”.

Las conjeturas políticas y sociales, “no las estaba buscando, ya estaban ahí”.

El autor de Expediente del atentado (Tusquets Editores) lamenta las visiones –oficiales o superficiales– que satanizan al porfiriato y tienden a verlo como un periodo histórico monolítico, en el que no pasó nada. Sin embargo, “el germen de todo lo que es México –bien y mal– ya está ahí. Por ejemplo, la modernidad literaria; a nuestros grandes escritores no los inventó la Revolución, ni esperaron a que llegara Mariano Azuela; lo mismo sucede con los pintores y los músicos. Por otro lado, el PRI perfeccionó los métodos dictatoriales de Díaz, los hizo impersonales, los hizo mucho más difíciles de asir”.

Asimismo, Uribe identifica en los anunciados festejos por el bicentenario de la Independencia y por el centenario de la Revolución, “signos ominosos” que semejan la celebración del centenario de la Independencia promovida en su momento por Porfirio Díaz: “Él y sus intelectuales lo usaron como autofestejo por el supuesto ingreso de México a la modernidad y para mostrar al mundo sus logros, meses antes de caer”.

Ahora “parece que nos encaminamos a lo mismo, pensando en grandes torres y fastuosas celebraciones que no sirven de nada. Yo más bien propondría una reflexión, un recordatorio. Hay que pensar esos acontecimientos, los escritores que escriban libros, los historiadores, los periodistas, pero no repitamos esas ridiculeces y arrogancias que resultaron trágicas”.

 
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