Usted está aquí: lunes 27 de agosto de 2007 Opinión Melón

Melón

Luis Angel Silva
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Entre nosotros

Escuchar a Argelia Fragoso es para mí un verdadero agasajo. Gracias a Rita Abreu, que me obsequió Entre nosotros, el disco más reciente de Argelia, puedo escucharlo a placer en la intimidad, hacer mi soledad más llevadera y poder llenarla de recuerdos, de tantos momentos gratos e inolvidables que me regalaron intérpretes que tuvieron calidad a raudales.

Esta niña desde hace tiempo me ha obligado a admirarla y a tenerla entre mis favoritos porque tiene el divino don del sabor, una dicción impecable y la forma que le da a su fraseo es algo que éste, su yeneka, caro lector, no puede más que admirar y admitir que merece un reconocimiento en toda la extensión de la palabra.

Escucharle Añorado encuentro, de Piloto y Vera, me dio la oportunidad de recordar las versiones de Daniel Riolobos y Vicentico Valdés, pero aunque cada una no tiene desperdicio, la de Argelia me hizo sentir que era la primera vez que la escuchaba. Para ser sincero, el mismo sentimiento me proporciona en todas las canciones por mí ya conocidas, y qué decir de las novedades.

Pero, dejeme decirle, mi enkobio, de la interpretación que hizo de He perdido contigo, con el único acompañamiento del contrabajo de Javier Colina, al que no tengo el gusto de conocer, pero me encanta su intervención. En fin, el disco trae ideas novedosas. Las canciones de Vicente Garrido y Armando Manzanero están interpretadas con lo que no se compra en la botica. Sin ti no soy nada tiene el cinquillo (sic) muy presente, como para que algunos se den cuenta qué cosa es.

Este disco me asegura que recordar es vivir y le aseguro, monina, que lo estoy haciendo a plenitud con cada número. Nuestro secreto seguirá siendo eso, un secreto, pero lo estoy viviendo como me enseñaron. Así que sólo me resta darle crédito al personal que con calidad envolvió la voz de Argelia Fragoso: Mariano Díaz, piano; Guillermo McGill, batería; Jaime Muela, flauta, y Moisés Porro, percusión.

Ahora, con su permiso, mi querido enkrukoro, voy a contarle algo de algunos personajes que admiro, “en serio y en sirio”, diría el Loco Valdés. Escribo en presente porque para mí no han muerto. Conocí a Vicentico Valdés allá por 1949 en el Club France, cantando con el Pelón Ernesto Riestra. Al año siguiente lo volví a ver al terminar un juego de futbol en que el Vasco da Gama le metió 10 goles al Atlante. Vicentico ya se iba a Nueva York y me invitó a pasar a su casa para regalarme música.

Años mas tarde compartimos tarima en Los Angeles. Durante mi exilio, cortesía de Venus Rey, coincidimos en Nueva York y me invitó al Waldorf Astoria, donde actuó en compañía de la Típica 73 y otros grupos en una noche llena de jícamo. Grabó varios discos interpretando boleros que tuvieron mucho éxito. Lo recuerdo con admiración y cariño por el trato que me dio.

De Daniel Riolobos puedo decir que aquello de “no es el león como lo pintan” cobra veracidad. Mucho se ha dicho de su carácter difícil y hosco, pero éste, su nagüe, no tuvo esa impresión. Lo conocí a fondo y lo admiré como futbolista y cantante, que no sabría en qué actividad era mejor. El y Vicentico grabaron Añorado encuentro, versiones fabulosas que hacen que se “me encuere el chino”, perdón, se me enchine el cuero cada vez que las escucho. Esto da pie para hablar de Marco Antonio Muñiz.

Hubo una casa desafinada en la calle de Amores, donde escuché la versión de Daniel en una noche de bohemia, donde los que estaban eran figurones de cinco estrellas como lo ha sido Marco desde Los Tres Ases. Pero, en esta ocasión ya como solista empezaba a saborear sus primeros éxitos.

Uno a uno los figurones iban exponiendo sus habilidades hasta que la dueña de la casa le solicitó a Marco Antonio una canción y créame, mi asere, que esa madrugada escuché al señor Muñiz cantar de una manera como sólo los elegidos lo pueden hacer, hasta que Santamaría, un español, representante de Mona Bell, le arrebató la guitarra y ahí se acabó el encanto. ¡Vale!

 
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