Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de agosto de 2007 Num: 649

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El infierno de Fante
VÍCTOR M. CARRILLO

El cine coreano y la violencia
LEANDRO ARELLANO entrevista con PARK CHAN-WOOK

Baldomero Sanín Cano, cincuenta años después
HAROLD ALVARADO TENORIO

Baudelaire, desde Campoamor
RICARDO BADA

Baudelaire y Las flores
del mal

ANDREAS KURZ

Bruno Widmann:
lenguaje y figuración

MIGUEL ANGEL MUÑOZ

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Verano teatral londinense

Es imposible viajar a Londres sin expectativas en cuanto al mundo de la escena se refiere. Capital mundial del teatro (de texto, al menos), cuna de más de un dramaturgo fundamental del siglo xx, punto nodal para entender la actividad artística europea en la modernidad. Un cúmulo de referencias que predisponen y despiertan el apetito por conocer los productos de un circuito teatral anclado en una tradición sólida, y que cuenta con subsidios gubernamentales y privados que harían retorcerse de envidia a todos cuantos nos dedicamos a la misma actividad en países donde hacer teatro implica, casi siempre, hacer milagros.

De entrada, uno no quiere creer la sentencia que le espetan nada más llegar: es verano, y la oferta teatral en la capital de Albion baja considerablemente respecto a otras épocas del año. La gente abandona masivamente la metrópoli en pos de solaz y liviandad. Los turistas que ocupan su lugar en la urbe vienen, desde luego, tras lo mismo, así que no hay espacio, por ejemplo, para los experimentos brutales y estilizados del dramaturgo Martin Crimp, el más radical y minimalista de los autores británicos que rondan la cincuentena, o para las indagaciones sobre la repetición y la acumulación de directoras como Sacha Wares o dramaturgas ya clásicas como Caryl Churchill. Hemos de presenciar, se nos espeta, los montajes que constituyen la temporada más floja del teatro londinense. Uno se resiste, apela a lo poco de optimismo que queda en su alma.

Habrá que decir que lo visto doblaría cualquier resistencia, hasta la del cerco de Leningrado. Pero aboquémonos a referir lo que podría ser rescatable. El National Theatre se ha encargado de reponer una obra temprana de Harold Pinter, una farsa de juventud que pone el dedo en la llaga de la alienación del hombre por el hombre en medio del capitalismo salvaje. The Hothouse recorre la reducción de la existencia personal en los pasillos laberínticos de una oscura dependencia gubernamental. La dirección de Ian Rickson, que encuentra su punto más alto en el pleno entendimiento actoral de las múltiples intenciones ocultas en cada uno de los parlamentos del sabio Pinter, teje un relato escénico impecable en cuanto a congruencia y organicidad, pero sucumbe ante la estrechez de su ortodoxia excesiva, ante la sensación general de que la puesta es más un homenaje en vida a una personalidad literaria imprescindible y a una idea de teatro y de dramaturgia que supo encontrar sentido en su tiempo, pero que ahora parece más un vestigio arqueológico de épocas idas. Poco aroma a contemporaneidad, poco riesgo en la conformación del espacio, aunque pudo disfrutarse de un puñado de actuaciones (Leo Bill, Stephen Moor, Lia Williams) sobresalientes por su ligereza y veracidad.


Foto: Manuel Harlan

Tony Kushner se sintió compelido a escribir, a principios de los noventa, el correlato de ficción para una realidad terrorífica y apabullante. Angels in America supuso, en su momento, una revisión feroz de las muchas culpas compartidas en la expansión de la pandemia del sida, del nuevo orden social que su brote configuró, y del replanteamiento de los códigos de la vida homosexual contemporánea que dejó tras su paso exterminador. A más de quince años de su estreno, el Lyric Hammersmith Theatre vuelve a ponerla en la palestra con una producción espectacular, plagada de pirotecnia escénica efectiva y notable. Las casi siete horas de duración de la "fantasía gay" (subtítulo debido al propio Kushner), que narra la vida de una galería de personajes para quienes el padecimiento directo o indirecto de la enfermedad significa un ajuste de cuentas con el pasado, ha sido montada por el director Daniel Kramer sin asomo alguno de una dialéctica que intentara, como lo sucedido con la obra de Pinter, una actualización de su discurso. En este caso se cuenta con el atenuante de que la distancia con el momento original de la obra es demasiado corta. Pero, por lo mismo, cabría preguntarse por qué se repuso tan pronto, con todo y que el dispositivo es sinceramente entretenido, y que las actuaciones de Mark Emerson y Greg Hicks son de una fuerza y una congruencia innegables.

De lo que se considera malo mejor ni hablar. Al final, una certeza: habrá que regresar a Londres en otra época, aunque la ilusión del primerizo se haya pulverizado.