Usted está aquí: domingo 12 de agosto de 2007 Opinión Visita deleitosa

Angeles González Gamio

Visita deleitosa

El jefe de gobierno, Marcelo Ebrard, ha anunciado que a partir del 12 de octubre, las calles del Centro Histórico van a estar despejadas de vendedores ambulantes, lo cual, si se logra, va a ser maravilloso, como tuvimos oportunidad de comprobar hace unos días, que asistimos a la celebración de los 15 años de la creación del Museo José Luis Cuevas, que se encuentra en la calle de Academia, casi esquina con la calle de Moneda.

Ya hemos dicho que en esta vía se forjó la cultura occidental americana -no olvidemos que aquí existía una rica cultura-, ya que en este sitio se establecieron las primeras universidades, museos, imprentas, academias de arte y la casa de moneda del continente, y está poblada de magníficas construcciones que dan fe de este hecho. Cotidianamente, las banquetas y el propio arroyo se encuentran invadidos de puestos, lo que dificulta el acceso a los cinco museos que ahí se encuentran y a diversas instituciones, además de que la inconcebible cantidad de basura que generan, lastiman los valiosos edificios y obras de arte.

Basta recordar el bello bronce que adornaba el nicho de la esquina de la Academia de San Carlos, replica del San Jorge de Donatello, que el gobierno de Italia obsequió a México en el siglo XIX, al cual auténticamente le dieron "cuello", ya que de esa parte de su anatomía amarraban un puesto, lo que finalmente lo desprendió, provocando que se estrellara en el piso, padeciendo severos daños.

El día del festejo del Museo José Luis Cuevas, la calle se encontraba despejada y limpia, lo que convertía en absoluto placer caminarla y poder apreciar las hermosas construcciones, plenas de significado, que son parte de nuestra memoria histórica. La melodiosa música de una marimba recibía a los invitados en el majestuoso patio, que preside en el centro la monumental escultura de La Giganta, obra de Cuevas, quien donó al museo además de su propia obra, una colección de grabados de Picasso y una muestra soberbia de arte contemporáneo latinoamericano, lo que nos permite conocer obras de artistas que no están en ningún otro museo mexicano.

Acompañado de Alejandra Moreno Toscano, autoridad del Centro Histórico; Teresa Franco, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes; algunos funcionarios y muchos amigos y pintores destacados, tras las palabras de rigor, el artista y su esposa, la también pintora y directora del museo, Beatríz del Carmen, partieron un enorme pastel y las salas se abrieron para disfrutar la obra de 102 artistas, prácticamente todos del más alto nivel, lo que convierte la exposición en una visita imprescindible.

A ello hay que sumar la belleza del edificio que alojó al convento de Santa Inés, cuya fundación se debió a la generosidad del opulento hacendado don Diego Caballero y su esposa Inés de Velasco, quienes tenían el anhelo de que las mujeres humildes que no tenían recursos para dar dote -requisito esencial para ser monja- pudieran acceder a la vida monástica. Edificaron un gran convento con su templo adjunto, realizado por el alarife Alfonso Martín. Ambas construcciones fueron remodeladas a finales del siglo XVIII, para darles su toque neoclásico y estar a la moda de los grandes conventos. Se dice que el claustro es obra de Manuel Tolsá. Tiene un amplio patio con planta cuadrangular y dos niveles por los lados norte y poniente, sostenido por pilastras de cantera plateada. Sobresale por su elegancia y amplitud la escalera, que es la original del edificio del siglo XVII. Estructurada en tres tramos, presenta en la parte alta una doble arcada con un óculo central. Aquí se encontraron unos bellos frescos que se restauraron espléndidamente.

En 1861, al igual que en las demás órdenes religiosas, las monjas tuvieron que abandonar el convento para pasar, primero, al de Santa Teresa y, posteriormente, al de Santa Catalina de Siena. El convento tuvo diversos usos, para terminar en bodegas de pedacería de trapo, lo que le ocasionó un severo deterioro. En ese estado se encontraba cuando el gobierno de la ciudad lo adquirió para restaurarlo y dedicarlo al museo que se crearía con la generosa donación de José Luis Cuevas.

Al salir del evento volvimos a disfrutar la caminata por Moneda para dirigirnos al tradicional y colorido Café de Tacuba, en el número 28 de la calle de ese nombre, que no las gasta mal en lo que se refiere a prosapia histórica, ya que era la famosa Calzada de Tlacopam, una de las que unía México-Tenochtitlan con tierra firme. Ahí degustamos unos pambazos con chorizo, tamales y para acompañar el café con leche, que le mezclan al gusto en un gran vaso de grueso cristal, un buñuelo crujiente bañado de miel de piloncillo y... a la camita.

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