Usted está aquí: domingo 12 de agosto de 2007 Opinión El final feliz de una triste historia

Samuel Ponce de León R.

El final feliz de una triste historia

En nuestros días pocas historias tienen un final feliz. La que hoy comento se inició en 1999, cuando el gobierno libio acusó a un grupo de trabajadores de la salud de Bulgaria y a un médico radicado en Libia, que laboraban contratados por agencias internacionales en proyectos de investigación clínica, de haber infectado intencionalmente a más de 400 niños con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH-sida) en el hospital pediátrico Al Fateh de Bengasi, Libia.

A la acusación siguió el encarcelamiento de los acusados. Paulatinamente, las autoridades libias desplegaron una delirante historia afirmando que ese grupo de voluntarios, trabajadores de la salud, eran agentes de la CIA y del Mossad. Se aseveró que esos supuestos agentes habían planeado y ejecutado la inoculación con el VIH a los niños para usarlos después en experimentos con antivirales y para desestabilizar al gobierno de Muamar Kadafi. Los inculpados fueron enjuiciados tres veces por ese alucinante sistema, y se les condenó a muerte en dos ocasiones.

La acusación nunca pudo ser sustentada. Por el contrario, todos los análisis mostraron que el virus mencionado era el que predominaba en la región años antes de la llegada del personal sanitario. Los acusados permanecieron en la cárcel más de siete años, y el mundo impasible ocasionalmente escuchaba los interminables reveses que el sistema libio imponía a las solicitudes de liberación gestionadas internacionalmente. Se sabe que bajo presión y tortura firmaron declaraciones que los incriminaban.

Debe destacarse que, conforme pasaba, el tiempo se desgastaban los esfuerzos diplomáticos. Además, fueron pocos los países y asociaciones que se involucraron seriamente, aunque algunos grupos científicos sí se comprometieron y ofrecieron asistencia técnica. Luc Montagnier y su grupo estudiaron aislamientos virales, pacientes y procedimientos, dejando en claro que el origen más probable del contagio de esos pequeños fue el propio tratamiento y los instrumentos con que les suministraronmedicamentos, soluciones y, quizá, transfusiones en ese hospital.

Desafortunadamente, en países pobres, subdesarrollados o simplemente desorganizados todavía es práctica común reutilizar agujas y jeringas. Esta trágica y desafortunada práctica ha sido causa de gravísimas epidemias de virus de hepatitis B, C y VIH en diversas regiones del mundo. En México, en los años 80 se dio una variante de esta forma de transmisión en la epidemia de sida pos-transfusional en mujeres, que afortunadamente pudo contenerse exitosamente.

Durante esos años no recuerdo haber visto algún desplegado periodístico o en magazines pidiendo justicia para esos individuos injustamente encarcelados y acusados. Ni de vociferantes organizaciones no gubernamentales, que reclaman privilegios para los menos, ni de puristas asociaciones médicas internacionales, ni tampoco de piadosas agrupaciones religiosas.

Con cinismo, el gobierno libio acusó a ese grupo y mantuvo las penas injustamente prescritas, a pesar de la evidencia científica, para negociar por su liberación una supuesta retribución para los niños infectados. Se mencionan indemnizaciones por unos 400 millones de dólares (supuestamente se dio un millón a cada familia por niño infectado) y hasta una cantidad mayor en euros para el gobierno libio, quizá pagados por la Unión Europea. O sea, una exitosa extorsión. Bienvenida la recompensa que ha permitido culminar la negociación con el vuelo a Bulgaria de los acusados en el avión del gobierno francés y acompañados por madame Sarkozy.

Como epílogo a esta triste historia, ProMED-mail, sistema de información epidemiológica, informa en estos días de una epidemia de VIH en niños en un hospital de Kirgyzstán, posiblemente relacionada con la infortunada reutilización de equipo desechable y/o transfusión de sangre contaminada.

A los riesgos inherentes a la práctica médica hoy se suman ese tipo de dolosas acusaciones, que desafortunadamente son posibles por la indiferencia social y la corrupción.

 
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