Una esperanza para Haití
Puede que haya en Haití barrios marginales en peores condiciones, pero ninguno de ellos es tan tristemente conocido por la violencia y la miseria que lo asuelan como Cité Soleil, situado en el centro mismo de la capital del país, Puerto Príncipe. Allí escasea el agua potable y no existe el saneamiento público; la mayoría de sus 300 mil habitantes carecen de electricidad y son menos aún los que tienen empleo. "Aquí necesitamos de todo", me confesó francamente el alcalde del barrio durante la entrevista que mantuvimos la semana pasada con ocasión de mi visita a Haití.
Y, sin embargo, también percibí esperanza en Cité Soleil. En las oficinas de la alcaldía, un nuevo gobierno local está echando raíces en una comunidad que había abandonado hace mucho tiempo. Justo enfrente, visité una escuela recién rehabilitada: los niños se acercaron a saludarme, ilusionados ante la perspectiva de reanudar sus estudios; a poca distancia, un grupo de jóvenes jugaba al futbol.
Los habitantes de Cité Soleil deben luchar con todas sus fuerzas para tratar de sobrevivir, y el nombre de este barrio, que significa "ciudad del sol", es de una ironía cruel. No obstante, me alegré de ver tanta actividad y animación, tantos indicios de normalidad. Hace seis meses, nada de esto hubiera sido posible. Las pandillas callejeras imponían su ley, aterrorizando a la gente, extorsionando para obtener dinero y destrozando vidas. Los secuestros, casi 100 al mes, eran habituales. Incluso las familias pobres tenían miedo de salir de casa, especialmente con niños.
Pero el pasado mes de diciembre, el nuevo presidente, René Préval, pidió a la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití que interviniera. Y así lo hizo, con una decisión, eficiencia y energía que pueden servir de modelo para cualquier intervención internacional de mantenimiento de la paz.
En una operación que duró seis semanas y tras cruentos combates, las fuerzas de las Naciones Unidas asumieron el control del barrio. Unos 800 pandilleros fueron detenidos y sus cabecillas ya se encuentran en prisión. Los resultados hablan por sí mismos: en junio sólo se denunciaron seis secuestros. La seguridad ha vuelto a reinar, no sólo en las calles de Cité Soleil, sino en el resto de la capital y también en otras ciudades del país.
Durante mi visita observé además otros signos de progreso. Por primera vez desde hace mucho tiempo, Haití tiene un gobierno estable, elegido democráticamente y ampliamente aceptado por todos los sectores de la sociedad y los partidos políticos. Se ha frenado la caída en picada de la economía: la inflación, que hace tres años era de 40 por ciento, ha disminuido hasta 8 por ciento, y el Fondo Monetario Internacional prevé que el país crezca 3.5 por ciento este año, frente al crecimiento negativo por el que se caracterizó gran parte del decenio anterior.
Gracias a la promulgación de nuevas leyes, los ingresos fiscales aumentaron una tercera parte el pasado año. Del mismo modo que hizo frente al problema de las pandillas en Haití, el presidente Préval ha declarado la guerra a la corrupción, mal endémico que afecta a todos los ámbitos de la vida, demostrando así un verdadero coraje político.
Estoy convencido de que Haití se encuentra en una encrucijada histórica. El país, que por mucho tiempo ha sido el más pobre del hemisferio occidental y parecía estar sumido para siempre en la inestabilidad política, tiene por fin ante sí una oportunidad de oro para empezar su reconstrucción; con la ayuda de la comunidad internacional, y en particular de las Naciones Unidas, puede conseguirlo. Haití fue objeto de cinco intervenciones multinacionales durante el último decenio. En todos los casos, se abandonó el país demasiado pronto, antes de que pudiera arraigar un verdadero cambio, o los esfuerzos por ayudar fueron demasiado restringidos, limitándose, por ejemplo, a tratar simplemente de mantener la seguridad o supervisar las elecciones.
Esta vez no ocurrirá lo mismo. Por eso en octubre pediré al Consejo de Seguridad que prorrogue el mandato de la misión de las Naciones Unidas en Haití por un periodo más largo que el habitual de seis meses. He asegurado de manera explícita al gobierno y al pueblo de Haití que tenemos la intención de permanecer en el país hasta cumplir nuestra misión, respetando sus deseos, todo el tiempo que sea necesario.
Haití se acerca al final de la primera fase de su incipiente recuperación, que ha consistido en garantizar la paz y la seguridad; la segunda fase deberá centrarse en el desarrollo social y económico. Ahora más que nunca, Haití necesita nuestra entusiasta ayuda para construir instituciones civiles que realmente funcionen, empezando por un cuerpo de policía eficaz y honesto que cuente con el respaldo de un sistema judicial reformado.
De ahí que me sintiera inmensamente esperanzado cuando, en respuesta a mi visita, el Senado de Haití aprobó la semana pasada una nueva y ambiciosa legislación encaminada a restablecer un Poder Judicial eficaz e independiente y crear un entorno jurídico más propicio al desarrollo económico y la inversión extranjera. Sin estos cambios, las tendencias mundiales del comercio, las finanzas y el turismo seguirán dejando de lado a Haití. Por ello exhorté a todos los sectores de la sociedad haitiana -el gobierno, las empresas y la población en general- a que se comprometieran a trabajar juntos para lograr el cambio social, ya que, sin su cooperación mutua, Haití no puede avanzar.
Ante todo, el pueblo de Haití necesita hoy mismo tener pruebas tangibles de que puede aspirar a un futuro mejor. Debemos, por tanto, ayudar al gobierno a producir lo que muchos llaman un "dividendo de paz". No se trata de nada especial, como me explicó el comandante de la Fuerza de las Naciones Unidas, el brasileño Carlos Alberto Dos Santos Cruz: claro está que los habitantes de Cité Soleil, al igual que todos los haitianos, se alegran de que la paz vuelva a reinar en las calles; pero lo que más necesitan es "lo básico": agua, alimentos y empleo.
No cabe duda de que, en última instancia, ésta es una responsabilidad que incumbe a Haití, pero nuestra obligación es ayudar al país a conseguirlo.
* Secretario general de las Naciones Unidas