Usted está aquí: lunes 16 de julio de 2007 Opinión Una asociación estratégica

Jorge Eduardo Navarrete*

Una asociación estratégica

"Brasil es desde el 4 de julio nuevo socio estratégico de la Unión Europea. La potencia emergente de Suramérica [...] obtiene el mismo estatus que China, Rusia o India. La UE repara una vieja carencia en política exterior, y Brasil será su llave para avanzar en el acuerdo con el Mercosur [...] La base de la alianza es más cooperación, más intercambio económico, frente común contra el cambio climático y promoción del comercio justo. El presidente de Brasil [..,] tiene un aliado más en su cruzada por un mundo mejor. Y en su apuesta por los biocombustibles, que calificó como 'la revolución energética del siglo XXI'."

Con este entusiasmo, casi hiperbólico, inició su crónica de la cumbre eurobrasileña de principios de julio en Lisboa el corresponsal de El País. Hubo otras muestras de vehemencia: "La cumbre ha abierto un nuevo capítulo en las relaciones entre la UE y Brasil, una potencia global de creciente relevancia", dijo el presidente de la Comisión Europea. "En menos de 20 años los biocombustibles serán el principal componente del balance energético global", predijo el presidente Lula y, por su parte, José Sócrates (Portugal), presidente en turno del Consejo Europeo, aventuró que "Brasil nos ayudará a regular mejor la globalización".

Más allá de cruzadas globales y desbloqueos milagrosos, lo cierto es que Brasil ha decidido, con visión de largo plazo, utilizar su posición de liderazgo en el incipiente mercado mundial de biocombustibles como fulcro de su proyección externa. En la primera mitad de 2007, impulsado por la extendida preocupación global ante el calentamiento global, ha planteado esta fórmula de cooperación en Estados Unidos, la Unión Europea y Africa. Por lo pronto, con la Unión Europea ha conseguido ese objetivo tan buscado por diversos países emergentes y alcanzado hasta ahora sólo por cuatro: la asociación estratégica.

A propuesta de la comisión, la UE planteó a Brasil el acuerdo de asociación estratégica que se formalizó en la cumbre de Lisboa. Identifica dos prioridades complementarias: la primera se orienta a la transferencia y desarrollo de tecnología y la segunda a la protección ambiental, dado que Brasil, por su riqueza natural y compromiso político, es actor clave en materia ambiental. La Comisión ha asignado 61 millones de euros (80 millones de dólares) para la ejecución del acuerdo en 2007-2013, dedicando 70 por ciento de los fondos a la primera prioridad. El comunicado conjunto de la cumbre desarrolla ambos lineamientos, destacando los siguientes principales puntos: a) para la primera prioridad, continuar los intercambios en los sectores de transporte marítimo, ciencia y tecnología y tecnologías de la información; ampliarlos en materia de medio ambiente y desarrollo sustentable, e iniciarlos en energía, empleo y asuntos sociales, desarrollo regional, y cultura y educación; y, b) en materia ambiental, además de apoyar las iniciativas globales sobre cambio climático, promover las fuentes de energía renovables, las tecnologías de bajo CO2, y el mejoramiento de la eficiencia en el uso de la energía. En especial, "deciden actuar de consuno y con otras naciones para desarrollar un mercado mundial de biocombustibles".

Más allá de las prioridades instrumentales, aparecen otros temas de la agenda global, como la no proliferación y la ronda de Doha de la OMC. El presidente brasileño subrayó que considera que "la asociación estratégica Brasil-UE es, primero y sobre todo, un ejercicio político" y que, habiéndose agotado las negociaciones técnicas de la Ronda, se requiere reunir a los líderes políticos para alcanzar "un entendimiento político básico que la saque de su actual estancamiento".

En términos de seguimiento, se convino en realizar en el segundo semestre de 2008, bajo la presidencia francesa de la UE, una segunda cumbre y convocar en Brasil, también en 2008, al segundo Foro Mundial de Biocombustibles, tras del que se celebró en Bruselas el 6 y 7 de julio.

Lula se trasladó de Lisboa a Bruselas para tomar parte en este foro. De momento, la UE es el mayor mercado potencial, al haber establecido, para 2020, el objetivo de sustituir con biocombustibles 10 por ciento del consumo de gasolina y diesel. Brasil, por su parte, es líder en la producción de etanol, que llegó en 2005 a 13 millones de toneladas.

En las discusiones del foro apareció, naturalmente, el aparente dilema entre bioenergía y alimentación-ambiente. Los argumentos que se enfrentaro ahí parecen haber sido planteados, sobre todo, por el comisario europeo para comercio y por el presidente brasileño.

Mandelson reconoció que "Europa deberá importar gran parte de los biocombustibles que requiera, pues no podría favorecer su producción directa, con emisiones adicionales de CO2, si existe la posibilidad de importar biocombustibles más limpios y baratos". Y de inmediato agregó que Europa no estaría dispuesta a importarlos, "si el etanol para sus automóviles se produce de manera no sustentable, con la quema sistemática de las áreas de cultivo tras la cosecha o a costa de las áreas de selva tropical". Lula repuso que, por una parte, la producción adicional de etanol provendría de plantaciones ad hoc en tierras ahora dedicadas a ganadería extensiva de muy bajo rendimiento, con cosecha mecanizada "que evita la necesidad de quema antes del corte manual de la caña". Esta actividad ha creado ya más de un millón de empleos directos e indirectos, con remuneraciones por encima de la media. Por otra, señaló que la producción de biocombustibles puede extenderse a numerosos países, sobre todo en Africa, dotándolos de ingresos adicionales por exportación y/o reduciendo su factura petrolera y fomentando la producción de alimentos. En fin, señaló, el hambre y la disponibilidad de alimentos son, sobre todo, "cuestiones de distribución del ingreso: la producción mundial de alimentos es más que suficiente para dar de comer a toda la población mundial".

En suma, Mandelson ve un dilema; Lula no, al menos en lo que se refiere a Brasil. México apareció en los márgenes del debate de Bruselas. Al aludir al súbito aumento de la producción de etanol en Estados Unidos, con consecuencias para los precios del maíz en el mundo, se recordaron el aumento de la tortilla en México y sus repercusiones sociales y políticas. Para México, dada su dependencia alimentaria, el dilema es muy real.

* Ex representante permanente de México ante la ONU

 
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