Usted está aquí: domingo 15 de julio de 2007 Deportes ¿La Fiesta en Paz?

¿La Fiesta en Paz?

Leonardo Páez

Barbaries son otras

Reflexiones de Heriberto Lanfranchi

DON HERIBERTO LANFRANCHI, quien se desempeñó como juez de plaza en la monumental México y continúa siendo investigador y autor de libros de obligada consulta, como La fiesta brava en México y España e Historia del toro bravo mexicano, me hizo entrega de unas interesantes reflexiones que, resumidas, comparto con los lectores:

EN LAS CORRIDAS se revive, extremadamente modificada, la costumbre de perseguir al toro o uro primitivo con una lanza para cazarlo, darle muerte y comérselo... La oreja concedida al diestro triunfador tiene su reminiscencia en lejanas épocas, cuando se la daban al lidiador para que pasara al destazadero y pudiera reconocer a la res, cuya carne le pertenecía por haberle dado muerte con valor y arrojo. Ahora ni quien se acuerde de esto, pero así era y los matadores de entonces, mal pagados, insistían en ello...

TODO ESPECTADOR HA de aceptar que lo que va a presenciar en una plaza siempre será violento y con sangre. Así son los festejos taurinos y no puede modificarse o suavizarse su contenido sin acabar con ellos: o se aceptan como son o es mejor no ir a un coso.

QUEDARIA DEFRAUDADO QUIEN en una pelea de boxeo o a una función de lucha libre quisiera que los oponentes se arrojaran flores en lugar de golpes. Los modernos gladiadores tienen que acabar desfigurados y cubiertos de sangre, para que los frenéticos espectadores se entusiasmen al máximo, y eso si nos olvidamos de las apuestas que surgen entre ésto, algo imposible en el espectáculo taurino...

BUENO ES AGREGAR que en la tauromaquía mundial no se conoce un solo caso de alguien que salga de una plaza de toros para matar a su vecino por estar "sediento de sangre". A lo sumo, algunos podrán llegar a los golpes por defender a "su torero", pero por lo general esto sucede cuando fuertes vapores etílicos hacen acto de presencia.

SI ASISTIR A una corrida fuera ver cómo son martirizados los animales, el espectáculo se anunciaría así: "Seis toros mansos serán atormentados con el mayor número de pinchazos y estocadas posibles, aplicados en cualquier parte del cornúpeta y el gran 'triunfador' será el 'torero' que más lo haga sufrir". Esta sería la mejor manera de acabar con la fiesta taurina, pues absolutamente nadie asiste a un coso, y paga un boleto, para presenciar tal "distracción" o "diversión pública", y ningún aficionado va a los rastros para ver acuchillar o apuntillar reses y sentir algún placer con ello.

"SOSPECHO ENCONTRAR ALGUNA exageración en los funestos resultados que se atribuyen a las corridas de toros... presentarlas como un semillero de crímenes, en mi concepto, están muy lejos de merecer tan desfavorable epíteto. Las corridas no influyen, como se ha pretendido, para endurecer el corazón humano, y mucho menos son la escuela de los crímenes y asesinatos que les atribuyen", le replicaba en 1863, en el periódico El Pájaro Verde, de la ciudad de México, Niceto de Zamacois al antitaurino mariscal Forey, comandante en jefe del ejército invasor de Napoleón III.

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