Economía Moral
El proyecto humano y su futuro
Congreso internacional de filosofía en Argentina
En la zona vitivinícola de Argentina (excelentes vinos), al norte de Mendoza, en San Juan, una pequeña ciudad, se ha celebrado esta semana el segundo Congreso Internacional Extraordinario de Filosofía. Ha sido una experiencia notable presenciar un auditorio grande (de su moderno Centro de Convenciones) repleto de jóvenes, pero también con muchos viejos (los filósofos argentinos parecen ser casi todos viejos) escuchando en total silencio a Agnes Heller (el silencio y la atención son el mejor aplauso), quien durante más de una hora leyó con fluidez y lucidez impresionante, a sus 75 años, en su inglés con acento húngaro, una densa ponencia sobre Hegel, en la cual terminó diciendo (cito de memoria) que el mercado y la tecnología son elementos esenciales de la modernidad y que, por tanto, no podemos renunciar a ellos si no queremos renunciar a la modernidad.
Uno de los grandes maestros de la filosofía argentina, Arturo Roig, de 85 años de edad y aún en plena lucidez y productividad, presentó una disertación sobre "La pluma", instrumento único de la escritura durante tantos siglos (sustituida ahora por el teclado), y aunque el objeto de la ponencia parecía demasiado concreto, terminó en las alturas de la reflexión sobre el proyecto humano porque eligió a Cervantes (y su Quijote), así como a José Martí, para hilvanar sus reflexiones.
Dio un dato sorprendente: 80 por ciento de los ejemplares del Quijote se vendieron en América Latina, lo que se explica porque en España el Quijote era visto como colección de historias jocosas, mientras en Latinoamérica se le concibió como narrativa libertaria.
Roig hizo notar que en el Quijote no hay ninguna muerte violenta en agudo contraste con la sangrienta conquista. También narró un intercambio epistolar entre Rubén Darío y Unamuno; éste le dice que en sus escritos parecen salir plumas debajo del sombrero, en obvia alusión a su origen mestizo; Darío le contesta que con una de esas plumas le está escribiendo ahora.
En el simposio de ciencias sociales (nombre pomposo para lo que en México llamaríamos simplemente una mesa redonda) presenté una ponencia sobre mi nuevo enfoque de la pobreza y el florecimiento humano que se inserta directamente con el tema central del congreso. En esa mesa también estaban Manuel Antonio Garretón y Juan Enrique Vega, ambos chilenos, y dos ponentes más.
Manuel Antonio Garretón es un personaje sorprendente, como lo fue su frase, que arrancó aplausos espontáneos del público (otra vez muchos jóvenes y bastantes viejos en el mismo auditorio): "la pobreza, la miseria, destruye vidas individuales, la desigualdad destruye la vida de la sociedad". Aunque la frase no necesariamente es cierta (a menos que entendamos por destrucción algo más bien metafórico, pues nuestras sociedades latinoamericanas han sido desiguales desde siempre) resalta la dimensión social de la desigualdad.
Garretón empezó vinculándose explícitamente al tema del Congreso al preguntarse de dónde sacamos un concepto de realización humana que no sea impositivo (que no incurra en el imperialismo cultural, podríamos añadir). En entrevista para una estación de radio (el congreso de filosofía ha sido tema importante en los medios de comunicación locales) señalé que mi concepción de florecimiento humano (desarrollo de las fuerzas esenciales humanas: necesidades y capacidades) es suficientemente amplio como para eludir el problema de la imposición, ya que quedan abiertas qué necesidades y capacidades habrán de desarrollarse más.
Otros conceptos que manejó con habilidad fueron el de modo de producción industrial y modo de producción del conocimiento; así como el contraste entre igualdad y equidad. En la redistribución que reconstruya la comunidad de base Garretón encuentra el camino a seguir, pero hace notar agudamente que en la era del conocimiento lo que hay que redistribuir no es ya solamente la propiedad, sino los conocimientos, las capacidades, lo cual no resulta tan sencillo, pues como él mismo mostró, los sistemas escolarizados lejos de combatir la desigualdad la agudizan.
En todo caso, para hacer viable la redistribución se necesita un estado fuerte y, en nuestra época, los estados nacionales tienen que formar agrupaciones regionales para adquirir suficiente poder de negociación.
Juan Enrique Vega en su intervención destacó que "las regiones son propuestas políticas". Por tanto, añadió, es legítimo preguntarse si existe América Latina.
Argentina es también (aparte del tango, el futbol, la carne y el vino) un país de libros. Pocas ciudades en el mundo tienen tantas, y tan buenas, librerías como Buenos Aires (y tantas y tan buenas editoriales).
He adquirido, en consecuencia, muchos libros (y me han obsequiado otros). Uno de ellos, El recreo de la infancia. Argumentos para otro comienzo (Siglo XXI, Buenos Aires, 2007), de Eduardo Bustelo, uno de los pensadores latinoamericanos más profundos (y críticos) en los temas sociales. En el prólogo, Emilio García Méndez dice, y me parece que no exagera: "No tengo duda -quisiera decirlo desde un comienzo y sin ninguna ambigüedad- de que el lector se encuentra aquí frente a un texto extraordinario, verdadera ruptura epistemológica que incursiona en territorios hasta hoy inexplorados con este nivel de especificidad.
"El recreo de la infancia constituye, en realidad, un lúcido y muy poco frecuente intento por desentrañar críticamente algunas razones del malestar social contemporáneo". Así de frágil es la cosa (Norma, Bs. Aires, 1999) es un libro de aforismos de Martin Hopenhayn, ser multidimensional que es funcionario de la CEPAL y filósofo. Vayan dos miniaforismos como ejemplo de la poesía de este singular libro: "Con tacto no hay contacto"; "Siempre es posible tomar atajos. Pero en esas economías de paisaje el alma puede acabar bebiendo su propia sed".