Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de junio de 2007 Num: 641

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Heridas de un manual
de estilo

ANTONIO CAJERO

Yorgos Sarandaris
K. KAVAFIS

Contra el escepticismo histórico
CARLOS ALFIERI entrevista con ROGER CHARTIER

Rojo y negro: notas
sobre el anarquismo

MANFARIEL ADALÍ

Jaume el anarquista
RUBÉN MOHENO

Estela de Finnegan
(una versión anotada)

J.D. VICTORIA

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Teatro queretano hoy (I de II)

A Magali, siempre

I

Difícil hilvanar una ficción que persigue hablar de un referente fundamental, de un generador indiscutible de discursividad. Cómo imprimirle sello propio a una historia mil veces relatada; dónde situar el punto de vista para particularizar una postura respecto a una biografía que, indisoluble de la obra, ha movido a un sinfín de intentos de poetización. A ello se enfrentaron dos proyectos incluidos en la Muestra Estatal Apoyarte, compuesta por montajes copatrocinados de alguna u otra forma por el Instituto Queretano de la Cultura y las Artes, llevada a cabo en fechas pasadas en la capital queretana. Por estricto orden de presentación, corresponde referirse en primera instancia a Mozart, la mano del lobo, puesta en escena del polifacético director Román García, que traza una estilización libre de la figura del genio de Salzburgo, renunciado a toda revisión histórico-biográfica. Su versión prefiere centrarse en el dolor de vivir como genio, en los claroscuros de la creación y en la certeza del acercamiento a lo divino que una obra de tal envergadura supuso para el legendario Wolfgang Amadeus. Como de todo esto ya se ha hablado mucho, la primera elección sensata de García y de su equipo de colaboradores es el silencio. El montaje se articula luego en torno al cuerpo y a la corporalidad de Manuel Rodríguez, intérprete prácticamente único, y al significado que pueda crear su partitura de movimiento. A lo largo de poco menos de sesenta minutos de representación, Rodríguez habita el espacio diseñado por el director y por el escenógrafo Fernando Flores (en quien puede verse a un talento escenográfico insoslayable dentro de la república teatral) con un despliegue de energía considerable, con algunos efímeros pasajes plenos de belleza plástica y densidad emotiva. Fuera de estos instantes, la puesta batalla con los lastres de una sintaxis escénica confusa y por momentos arbitraria, y con la ausencia de dosificación en el trabajo de Rodríguez, quien no obstante hace gala de prestancia escénica, potencia interpretativa y rigor corporal.

Una faz opuesta y complementaria del mismo fenómeno la ofrece el trabajo del reconocido actor Franco Vega y su Shakespeare hoy, que ha llegado ya a las cien representaciones. Dirigida asimismo por el propio Román García, la puesta representa de igual forma un homenaje, más ortodoxo en su factura, a otro autor imprescindible, a su universo de significado y a la galaxia de connotaciones que la mera invocación de su nombre conlleva. Integrante de la legendaria agrupación Los Cómicos de la Legua, Vega incorpora la ficción mediante los recursos actorales de la escuela formalista; hilvana cada gesto con su inflexión de voz correspondiente, maquila un aparato expresivo engranado y congruente que persigue, como fin último, remarcar la figura de un actor señero. Con una dramaturgia que apenas roza la metatextualidad y opta en cambio por el homenaje abierto, los distintivos mejores del montaje se reflejan en la austeridad del dispositivo y en la tierna belleza de las distintas miniaturas empleadas, que van de muñecos de distinta índole a una reproducción a escala del Teatro Globo.

II

Un segundo bloque de obras nos remitiría a los intentos de actualización de clásicos de épocas varias y nos mueve a poner sobre la mesa el concepto de reescritura escénica. La importancia de llamarse Ernesto, montaje de la compañía Sabandijas de Palacio, de la pieza de Oscar Wilde, muestra, aunque sólo en potencia, las posibilidades de insertar un punto de vista contemporáneo en un discurso dramatúrgico temáticamente vigente aunque con cierta obsolescencia formal. El montaje, dirigido por Mariana Hartasánchez, erige puentes dialécticos con la contemporaneidad en más de un aspecto: el tratamiento y la habitación del espacio, la confección de una cromática particular, la certeza de la pertinencia temática de la comedia wildeana. A nivel textual, sin embargo, se echa de menos una intervención que aproxime la forma con el fondo, que haga corresponder a la morfología con los presupuestos subyacentes. De cualquier forma, la puesta deja ver las posibilidades de más de un miembro del elenco, casi todos femeninos, y de la agudeza escénica de Hartasánchez para hablar, por intermedio de Wilde, de la hipocresía y de la doble moral de la sociedad de su tiempo.

(Continuará)