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Hugo Gutiérrez Vega
ENTRE CIELO Y TIERRA DE AUGUSTO ISLA (I de II)
La Utopía, de Tomás Moro, las reformas de Giordano Bruno, la ciudad solar de Campanella, la fraternidad de Francisco de Asís y de Joaquín de Fiore; los hospitales de Vasco de Quiroga, las Reducciones Jesuitas de Paraguay y de Misiones, la utopía democrática basada en la libertad, la igualdad y la fraternidad, los sueños de Marx, el socialismo utópico y el anarquismo, el milenarismo que en Portugal se llamó sebastianismo y en Brasil siguió los pasos de Antonio el consejero... estas son algunas de las utopías que terminaron en el cadalso de Tomás Moro, en la hoguera de Giordano Bruno, en la destrucción de las misiones, en la superchería que desvirtuó a la democracia, en la nomenklatura crudelísima y arrogante, en las luchas entre grupos y subgrupos, en la represión y en el triunfo de la demagogia. Augusto Isla las ve oscilando entre el cielo y la tierra y las siente palpitar, de muy variadas formas, en la obra de Wilde, de Wells y de Orwell.
De Wilde nos dice que era "tan egomaníaco como genial" y lo ubica en el momento del puritanismo victoriano concebido como un signo de decadencia de una sociedad y de los primeros atisbos de desintegración del viejo imperio. Ve en Wilde la "arrogancia decadentista: ese abandonarse a los goces del instante, ese consumirse en la belleza como llamarada crepuscular". Así los últimos victorianos y los desilusionados eduardianos comtemplaban el principio del fin de su mundo y la decadencia y caída de las pompas y cincunstancias imperiales.
En su ensayo sobre Oscar Wilde, Augusto Isla nos recuerda que la isla conservadora por antonomasia es también terreno fértil para el crecimiento de utopías como las de Moro, Bacon, Ruskin, Wells y el propio Wilde, así como el ambiente social de libertades y de tolerancias que permitió la expresión desilusionada de Orwell y su pesimismo que tiene el galope seguro conferido por el sentido del humor. En Wilde ve la manera genial como concilió las contradicciones entre el socialismo y las "solemnidades monárquicas". Es claro que, a la postre, tuvo que tomar partido inclinándose a favor de la utopía socialista. La cárcel de Reading le entregó al dandy todo su contenido de realidad miserable y sufriente. Esta circunstancia y su enorme inteligencia lo inclinaron a afiliarse a un pensamiento reformador que buscaba la refundación, sobre bases más igualitarias, de la sociedad.
Augusto admira y critica sin restricciones las dicotomías wildeanas y nos hace pensar en otro aspecto de su pensamiento utópico: el del retorno a una Grecia dionisíaca en permanente celebración de la belleza y en constante búsqueda de la intensidad vital. Por estas contradicciones y deslumbramientos circula el provocador ensayo de Augusto sobre Wilde. Al final, el autor, olvida sus reticencias y cae por completo en el encanto que brota de todos los poros y en toda la obra del personaje, de la máscara de sí mismo que Wilde fue forjando hasta sus últimos días en el sórdido hotel parisino.
Para hablar de Herbert George Wells, nuestro autor parte de un libro emblemático: Una utopía moderna. Esta obra de madurez era, de una manera indirecta, un comentario de Wells sobre las obras que lo hicieron famoso en todo el mundo: La máquina del tiempo, La isla del Dr. Moreau y La guerra de los mundos.
(Continuará)
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