Ojarasca 121  mayo 2007

Desde Estados Unidos

Las mujeres indígenas
ante la violencia sexual


Una nación no puede ser conquistada
hasta que los corazones de sus mujeres sean pisoteados.

Solamente así se logra dominar al pueblo,
no importaque tan bravos sean sus guerreros o tan fuertes sus armas.

Dicho de la nación cheyenne


 

Maureen White-Eagle de la nación ojibwa, y Maylei Blackwell,

cherokee-tahi, mujeres indígenas en Estados Unidos,

aportan elementos importantes para entender el modo en que el Estado mexicano

responde al caso de Ernestina Ascensión Rosario, quien fuera respetable anciana nahua de Zongolica.

Sus experiencias y reflexiones demuestran que la violencia sexualizada y su impunidad son

instrumentos de colonización de los cuerpos y las vidas de las mujeres indígenas,

y que la lucha contra la violencia hacia ellas no puede ir

sin el pleno reconocimiento de la autonomía

y la soberanía de los pueblos.



 

todav’a me duelen

 

Maureen White Eagle. En 2006 una mujer indígena fue violada por un hombre blanco en Burbank, Alaska. Ella denunció los hechos ante la policía. Los uniformados dijeron que iban a buscar a su agresor y que pronto regresarían. Nunca más aparecieron.
Caminó a la sala de emergencias de un hospital. Cuando la miraron en estado de alteración, los médicos creyeron que estaba embriagada. Fue tratada como borracha, y no como víctima de una violación. Mientras le hacían preguntas, los doctores intercambiaban gestos de indiferencia y miradas de asco. Fue enviada a un albergue donde concluyeron que estaba tomada y tampoco la quisieron atender. El caso quedó nuevamente en la calle.

Tal racismo ocurre en toda ciudad grande con población indígena importante y en cada ciudad chica cerca de una reservación indígena. A la comunidad no indígena no le interesa resolver una violación, sobre todo si se trata de una mujer nativa. El caso de la anciana nahua Ernestina Ascensión Rosario nos recuerda que lo mismo sucede en México.

La gran mayoría de mujeres indígenas que han sido violadas no lo reportan. Sólo se bañan y se van a la clínica de salud para curar sus heridas. ¿Para qué vamos a denunciar el hecho si solamente sirve para convertirnos doblemente en víctimas? Y sin embargo las estadísticas señalan lo frecuente que es la violencia sexual contra las mujeres indígenas.

En Estados Unidos, una de cada tres mujeres indígenas ha sido violada. Es siete veces más probable que se viole a una mujer indígena, que a una mujer blanca.

En 70 por ciento de las violaciones, el agresor no es indígena, lo cual refleja que un asalto sexual es a la vez un acto de violencia racial.

Las agresiones sexuales contra las mujeres indígenas son el resultado de siglos de colonización. Antes de la llegada de los europeos existían más de 2 mil naciones indígenas en lo que ahora es Estados Unidos. Hoy quedan 560. Para estas primeras naciones la mujer era sagrada y participaba activamente en las decisiones de los pueblos.

Cuando el jefe Cherokee negoció un tratado de paz con los europeos, llegaron mujeres y hombres de su nación a la mesa de diálogo. Al ver solamente hombres del otro lado, el jefe preguntó dónde estaba la segunda mitad del pueblo blanco. No entendía cómo era posible firmar un tratado entre naciones con la ausencia de las mujeres europeas.

La conquista de nuestras naciones le arrebató a nuestras mujeres su lugar en la sociedad y provocó que nuestros pueblos sufrieran todo tipo de maltratos. Primero nos despojaron de nuestras tierras y lanzaron una guerra contra nosotros. Como en toda guerra nos esclavizaron, nos mataron, y nos violaron. Después firmaron tratados con nuestras naciones y nos otorgaron unos cuantos derechos. Colocaron a cada tribu en tierras que los blancos no querían, que no servían para la agricultura, ni como pastizal. Fue la era de la reservación y la limosna. Sobrevivimos con las donaciones y los alimentos que entregaba el gobierno estadunidense.

Cuando se cansaron de darnos migajas intentaron integrarnos. Separaron forzosamente a los niños de sus familias y los enviaron a escuelas albergues para que perdiéramos nuestras culturas, nuestros idiomas, y el tejido familiar de nuestros pueblos. Aún sufrimos las secuelas del periodo de 1871 a 1928. Como estas políticas no funcionaron, decidieron tolerar nuestro sistema de gobierno y de justicia. El gobierno federal reconoció nuestras cortes y gobierno tribales, pero como tampoco estuvieron de acuerdo con lo que hacíamos, al poco tiempo nos quitaron la poca soberanía que nos habían otorgado. En 1954 dejaron de reconocer a muchas tribus.

Tuvieron que pasar unas décadas para que restablecieran algunos de nuestros derechos, aunque limitaron la jurisdicción de nuestras cortes y gobierno tribales. Este reconocimiento, aunque limitado, fue producto de las luchas sociales donde destacaron las mujeres.

[...] La herencia de estas historias de opresión es que ya no confiamos en la gente de fuera. Desconfiamos de las instituciones gubernamentales. Por eso decimos que es mejor resolver los problemas al interior de nuestras comunidades. Y seguimos luchando por la soberanía, lo que en México llaman autonomía.

La tradición de violencia que tanto afecta a nuestras comunidades, especialmente a las mujeres nativas, es producto de la colonización. Para ponerle fin a la cultura de violencia necesitamos enfrentar las agresiones sexuales y defender la soberanía al mismo tiempo. Las organizaciones de mujeres nativas contra la violencia doméstica y contra las agresiones sexuales defienden la soberanía de las cortes tribales para resolver casos de violación y maltrato.

Nuestros mensajes y nuestra forma de organizar son muy diferentes a las del movimiento de las mujeres blancas porque nuestra consigna es que tenemos que regresar a nuestra cultura y rescatar las tradiciones. Como parte de sus múltiples tareas organizativas y legales, las mujeres indígenas comunican sus mensajes en la reservación colocando carteles que dicen:

Las mujeres somos sagradas.
La restauración de la soberanía nativa es igual a la restauración de la seguridad para las mujeres nativas.
La violencia contra la mujer no es una tradición.
Solamente recuperando nuestra soberanía vamos a poder luchar contra la violencia hacia las mujeres.
 
 
 
Maylei Blackwell. Hemos visto que en México las mujeres zapatistas y las organizaciones de mujeres indígenas en Guerrero, Oaxaca, y Jalisco establecen las mismas conexiones que las organizaciones de mujeres indígenas en Estados Unidos. En las consultas populares al interior de sus organizaciones y en sus discursos, como el de la comandante Esther y el de María de Jesús Patricio, representante del CNI en el Congreso de la Unión en el 2001, el mensaje es el mismo: la violencia sexual es un mecanismo de colonización.

La violación es una colonización íntima que degrada la sexualidad de las mujeres indígenas, afectando la forma en que ellas entienden sus propios cuerpos, viven su espiritualidad, y su ser. No solamente eso. También cambia la forma en que miembros de los pueblos indígenas ven a sus mujeres. El hecho de que la violación sea una herramienta de colonización explica en parte porque ahora se ha normalizado tanto que ni siquiera se considera como acto criminal. Por eso es tan difícil que el culpable sea juzgado.

Las mujeres indígenas en México expresan las mismas críticas que hacen las mujeres nativas, las afroamericanas, las chicanas y las asiáticas en Estados Unidos. En México se están institucionalizando los servicios para mujeres que sufren actos de violencia doméstica o de violencia sexual. Lo mismo sucede en Estados Unidos. En los espacios oficiales ya no se habla de la desigualdad de género, la violencia de género se va despolitizando.

Especialmente porque nuestros pueblos están militarizados y muchas veces son los miembros de las mismas instituciones quienes permiten estas agresiones. ¿Cómo es posible que una mujer violada por un militar o por un policía tenga que recurrir a la misma institución de su agresor para denunciar el hecho? Nosotras decimos que esto representa otro nivel de violencia y que la violencia contra las mujeres es parte de la violencia del Estado.

Las organizaciones de mujeres indígenas en México y Estados Unidos nos enseñan un concepto revolucionario: si la violencia sexual forma parte de procesos de colonización, entonces luchar contra la violencia de género es un acto de descolonización. Por eso es tan importante para nosotras rescatar y defender nuestras tradiciones. Recuperar nuestra cultura es parte de lo que necesitamos para sanar las historias de nuestros pueblos y las de nuestros cuerpos.

Si el movimiento indígena y el movimiento de mujeres mayoritariamente mestizas asumieran como propias las demandas de las mujeres indígenas en Estados Unidos y México, se podrían movilizar con mayor fuerza para exigir justicia y esclarecer los hechos del caso de Ernestina Ascensión Rosario.

El movimiento indígena tomaría el caso como una de sus principales banderas de lucha. Nadie puede maltratar ni violar a nuestras ancianas y a nuestros ancianos.

Y el movimiento de mujeres lucharía por la desmilitarización de la vida cotidiana y por la autonomía de los pueblos indígenas.

Si se reconocieran plenamente las aportaciones de las mujeres indígenas de ambos lados de la frontera tendríamos una visión más profunda de la justicia, más completa de lo que es la autonomía indígena, y una visión más amplia de la humanidad.

  

Intervenciones en Leyes y cortes tribales: mujeres indígenas y sus luchas por el acceso a la justicia en Estados Unidos, conferencia organizada por los seminarios de antropología jurídica y de género y etnicidad de ciesas y la Casa de la Universidad de California en México, 14 de marzo, 2007. Maureen White-Eagle, abogada y activista indígena, es parte del Instituto de Políticas y Leyes Tribales en Minnesota. Maylei Blackwell es profesora de Estudios Chicanos en la Universidad de California, Los Ángeles.
Traducción y edición: Mariana Mora

 
 
 
 

magdalena

Magdalena García Durán, comerciante mazahua, en el acto de la otra Campaña en el Zócalo el 1 de mayo de 2006. Dos días después fué agredida por las policías del Estado de México y Federal Preventiva. Desde entonces está presa.                                                                                   Foto: María M. Caire