1. El hombre Juan miró el fragor de aquel cielo: caudas de aire azulsucio expulsaban sus pálidos ojos. Las nubes eran ubres de piedra opacada con estrías de súbitos blancores: no había jinetes sobre caballos oscurecidos en medio del simple amanecer: no había ruidos de dientes petrificándose ni vísceras de flores descompuestas: nada había más que un cúmulo de sombras y desaseadas transparencias con sus pelos mojados como raíces de negror insuficiente: nada más que fragmentos de otras bocas no palabras ni estallantes sílabas entre melodías putrefactas: ni olores a ombligo partido ni excitados cuchillos hurgando vientres desprotegidos y de ácido temblor. Nada ni palos o garrotes ni escudos de turbia cristalería o gritos como coágulos chorreando brutales sustancias en calles y banquetas. Ni carros de guerra entre moscas de metal delirante lastimando el humo desayunero la grasa alimentaria el primer sudor: violentando maderas y almohadas y asesinando huesos ventanas cortinas. El hombre Juan miró hacia la cáscara renegrida de aquel cielo: harapos de luz se descolgaban como banderas de sangre resurrecta. | 2. Un hombre Juan estuvo en un sitio aplastado por las cenizas de aquel cielo negro: ya no mira lo que miró. Otro un hombre Pedro levanta un pie como un garrote como un hacha de tela de cuero de fierro de hule: cae la pierna en seguimiento del inicio agresivo: cae golpea machaca castiga lastima lesiona quebranta dulces entrepiernas torsos dormidos narices sorprendidas omóplatos fatigados tenues cartílagos pelos de arriba y pelos de abajo secretas verrugas lunares ofuscados y tripas y cacas expulsadas de íntimas camisas y pantalones desmadrándose. El otro un hombre Pedro contempla el sembradío de fuego la milpa de humos y gases oxidados el movimiento de un caudal de sangre endureciéndose: contempla el simple hueco de la bala enterrada el cráneo entreabierto con sus cremas grises y sus babas. Voces sin aire llegan gestos en cristales muertos voznadas de sórdida energía pútrido silencio donde los dioses naufragan palabras en lenguas polvorientas mensajes de corrupta paz y estandartes mancillados. Un hombre Pedro limpia con sus manos y sus trapos la bragueta de sémenes triunfantes las botas ennegrecidas de jóvenes sangrazas los palos destructores de cabezas las armas de extranjero metal hediondas y asesinas: un hombre Pedro multiplicado en tres mil Pedros tal vez y en Vicentes Wilfridos Davides Alejandros Enriques Ardelios: todos sí ahora mirando mirándose en el cumplido sueño de la bestia peor. |