Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de abril de 2007 Num: 631

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos poemas
JOHN MATEER

Festival de Medellín, la poesía en tiempos de desesperación
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con FERNANDO RENDÓN

Recuerdos y enseñanzas de Joan Miró
ALBERT RÀFOLS-CASAMADA

Miró: un espíritu vivo
ANTONI TÀPIES

Miró y sus constelaciones
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

Reliliputiensear
RICARDO BADA

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Miró: un espíritu vivo

Antoni Tàpies


Joan Miró, Pájaro lunar,
1944-1946

El valor de la obra de Joan Miró, como la de todo gran artista, está en función de sus cualidades humanas. Obra y artista forman un todo. Sus creencias, sus actitudes críticas, sus fidelidades, sus esperanzas son también una enseñanza para la sociedad –y no es porque sí que ésta deba respetar y honrar sus personalidades–; enseñanza que corre pareja con la que se desprende de pinturas y esculturas. Por eso, en la vida de Miró hay gestos que nos son entrañables y nos parecen tan bellos y aleccionadores. Y uno de esos gestos, qué duda cabe, ha sido la creación, en Barcelona, de su Fundación, con todo lo que importa de legado espiritual para el mundo. La Fundación Joan Miró es algo que los ciudadanos no sólo le debemos agradecer, sino que, además, tenemos la obligación de contribuir a que se conserve y crezca, como se han de conservar y divulgar todas sus obras.

Se ha hablado mucho del "primitivismo" de Miró, de su inocencia, pero ya me he referido en algunas ocasiones a que es un grave error menospreciar, como se ha hecho con otras figuras históricas, esa forma de ser. Detrás de los signos y colores de Miró hay, aunque muchos no se lo expliquen, ciertas maneras de comprender la naturaleza, el hombre y la sociedad con vistas, está claro, a una determinada praxis. Como dice Malinowski, el hombre primitivo, mediante su código "mágico", intenta antes que nada consultar el curso de la naturaleza "con fines prácticos".

Por poco que se conozcan sus pasos, resulta evidente que, de hecho, Miró, está en las filas de las mejores posiciones ideológicas y políticas de los artistas intelectuales dadaístas y surrealistas. Como "se mancilló" durante nuestra guerra civil y en sus actuaciones posteriores. Y así, desde los "cuadernos de escolar", "las maravillas de la noche" o "el pan blanco de los días" hasta el "frente de sus amigos" o " cada mano extendida", Miró permanece comprometido esencialmente con la misma palabra que su compañero Paul Éluard quería ver escrita hasta en los últimos confines del mundo: "libertad".


Foto: tomada de Joan Miró, Ediciones Polígrafa, 1994

¿Qué presupone entonces ese espíritu de apertura y disponibilidad que Miró ha "instaurado" entre nosotros? Ante todo, que no quiere dogmas, que en su casa no tienen cabida los apriorismos, ningún lema celestial escrito en el umbral de las puertas, ninguna barrera constrictora, nada de mafias que muevan hilos ocultos. Todo limpio, puro y a la luz del día, como su misma pintura. A lo sumo, una cinta flotante en sus azules –que no haría sino confirmarlo– con alguna divisa que podría ser de nuestro Joan Brossa: "A la descripción de ruinas no se nos ocurre ponerle firma."

Podría ser que quien esto escribe no representara a la totalidad de sus colegas, pero le complace imaginar que, al igual que él, Miró nunca ha sabido "intelectualmente" lo que debía pintar, no digamos mañana, sino siquiera media hora más tarde. Uno casi tiene la impresión de que ha acudido diariamente a su taller "sin saber qué iba a hacer", aunque el resultado haya sido centenares de obras esparcidas por todo el mundo.

Tal vez exageremos, pero eso nos proporciona otro ejemplo que simboliza igualmente el sentido de la "obra abierta" al futuro, que incluye, además del testimonio circunstancial, la "aventura" que tanto gusta a Miró y a todo creador con "nuestro espíritu". El "salto a la otra orilla", el "vamos a verlo", "a probarlo", "a experimentarlo", "a explorarlo", sin olvidar el "posibilismo", e incluso el "pactismo", precisamente para seguir adelante con más eficacia. Y también incluye casi un gusto por el error, por la equivocación aceptada como enseñanza, hasta por el aprovechamiento de nuestra "debilidad y el "vacío interior" que, como dice la sabiduría antigua, es, en realidad, lo que hace que las ruedas se muevan.

Probablemente lo que digo no animará a muchos en estos tiempos en los que se pretende que las cosas se den masticadas mediante modelos culturales, manifiestos, eslóganes y consignas que tal vez sean útiles en otras circunstancias, pero que resultan peligrosos en el mundo de la cultura. Uno tampoco puede evitar seguir siendo fiel a lo que precisamente ha constituido siempre el motivo básico de acuerdo con lo que representa Miró, sus poetas, sus artistas y todos sus amigos. Aquello que el mismo Brossa expresó acertadamente hace años: " Nosotros anunciamos bellezas irguiendo la cabeza con resuelta individualidad." Lo importante no son siquiera las obras, repetía Miró. Lo que cuenta es lo que sembremos en cada uno de nosotros. Y no hay duda de que esa manera de pensar tiene el aroma de las sabidurías realmente valiosas y esenciales.

Con sus obras, sus actitudes, su comportamiento cívico –incluidas las actitudes de resistencia, por más que la miseria moral de algunos nos diga ahora que en la cultura catalana actual no son necesarias–, y con todos sus ideales, Miró nos regala una enseñanza decisiva, así como un ejemplo precioso del papel que arte y artista pueden desempeñar en la vida social.

MIRÓ VIVO

Aunque han pasado más de veinte años de la muerte de Miró, es natural que todavía hoy sienta una gran tristeza, una gran desolación, la sensación de que se remueve toda una época de nuestra historia, de nuestra cultura, de nuestro arte. No quiero caer, sin embargo, en la banalidad de decir que con Miró se acabó una época. Al lado del dolor que puedo sentir, también tuve la sensación –y ello me ocurrió igualmente al morir Picasso– de que continuaremos teniendo a Miró a nuestro lado, como si todavía estuviera lleno de vida. No lo digo como un consuelo de circunstancias. Es una sensación totalmente real.

La verdad es que el mundo de Miró va más allá de su persona física, e incluso de su pintura. Volvamos a recordar lo que él mismo dijo: "Un cuadro se puede quemar, una pintura puede desaparecer. Lo que cuenta de un artista es el ejemplo que deja su vida para estimular otras obras." El mundo de Miró es parte, además, de toda una lucha en pro de lo que se ha llamado el mundo moderno, la modernidad, que no se reduce a los objetos de arte, a los edificios; una manera de entender la vida, una manera de vivir más honda y más justa, en la que va incluida, evidentemente, nuestra libertad individual. Y no es extraño que en este sentido Miró tuviera tan arraigada la necesidad de defender el espíritu catalán, nuestras libertades, nuestra cultura. ¡Este espíritu de Miró permanecerá siempre vivo!