Usted está aquí: domingo 8 de abril de 2007 Opinión Gabriel Figueroa en la Cineteca

Carlos Bonfil

Gabriel Figueroa en la Cineteca

Ampliar la imagen Dos imágenes realizadas por el fotógrafo homenajeado en la Cineteca Nacional. Arriba, de la cinta Nazarín y abajo de la película María Candelaria

Ampliar la imagen Dos imágenes realizadas por el fotógrafo homenajeado en la Cineteca Nacional. Arriba, de la cinta Nazarín y abajo de la película María Candelaria

Durante todo abril, la Cineteca Nacional proyectará una retrospectiva del cinefotógrafo Gabriel Figueroa, a manera de homenaje, en el centenario de su natalicio. La ocasión es estupenda para revisar algunas de las obras más emblemáticas del cine mexicano, particularmente las cintas de la llamada época de oro, con algunas colaboraciones memorables entre el fotógrafo y el director Emilio Indio Fernández. De igual modo estudiantes y cinéfilos podrán acceder, al fin, a una visión de conjunto que permita valorar las calidades de un estilo artístico y la congruencia de un punto de vista. En total, se proyectarán 24 cintas: trabajos de Roberto Gavaldón, Luis Buñuel, o Fernando de Fuentes y títulos entrañables como Pueblerina, Flor silvestre, Salón México, Distinto amanecer, Enamorada, Nazarín, Los olvidados. El ciclo intitulado Siglo Gabriel Figueroa es, tal vez, el momento preciso para hacer realidad la vieja idea de dedicar una sala de la Cineteca a la difusión continua de nuestro acervo fílmico, tan poco conocido por las nuevas generaciones, tan mal difundido por la televisión y tan menospreciado por quienes aún consideran ociosa la revisión de las trayectorias de nuestros mejores técnicos y realizadores.

Hace diez años exactamente, la escritora Elena Poniatowska presentó La mirada que limpia (editorial Diana), un libro notable con testimonios sobre la vida y obra de Gabriel Figueroa; una entrevista caudalosa con el cinefotógrafo, en la que se recogen anécdotas, vivencias y recuerdos de trabajo; lectura oportuna para acompañar este ciclo. De los comentarios ahí vertidos sobre quien fuera llamado "el dueño de la luz", retengo algunos párrafos y los condenso, como un tributo renovado a una manera excepcional de hacer cine. La revisión de su filmografía permite hoy descubrir, entre otras cosas, que desde Allá en el rancho grande (De Fuentes, 1936) hasta Bajo el volcán (John Huston, 1984), Gabriel Figueroa esencializa en la pantalla una idea de la identidad nacional, ritualiza la mexicanidad y también el detalle naturalista; hace de la realidad una alegoría plástica en imágenes de enorme fuerza expresiva y la recrea en perspectivas que prolongan la visión de los fotógrafos Paul Strand y Edouard Tissé, al tiempo que la enriquece. En esta obra el detalle es el conjunto: vistas de espalda, mujeres con rebozo contemplan en la inmensidad del mar la desolación circundante; un jinete sobre un alazán alebrestado es instantánea de la hombría, emblema obligado de la Patria bronca; una sucesión de prostitutas en la noche alemanista es el reverso de la prosperidad y la premonición de un destino fatal que se cumple en el cabaret La Máquina Loca.

Son muchas las imágenes memorables en la larga aventura fílmica de Figueroa. Desde el simbolismo de las escenas oníricas de Los olvidados, hasta la alegoría pictórica de las muchedumbres enardecidas en María Candelaria. El impulso artístico de Figueroa no se detiene en el registro costumbrista de tarjeta postal o en el detalle folclórico -así lo piensan quienes en Europa aún admiran la belleza del buen salvaje en trajinera o se sobrecogen con las atrocidades del caciquismo local. Sesenta años después, caciques como don Regino Sandoval (Carlos López Moctezuma en Río escondido) viven todavía en Oaxaca, gozan de impunidad y no hay artista alguno que capture y condense, con maestría semejante, la fanfarronería e impudicia de tal personaje. La sátira de José Clemente Orozco y la majestuosidad de los paisajes del Dr. Atl encuentran expresión elocuente -movimiento todavía mayor- en el cine de este fotógrafo, maestro de cineastas. Las atmósferas prostibularias de Salón México y de Víctimas del pecado (gran ausente del ciclo), se prolongan años después (a colores) en esa pesadilla vidriosa y alucinante que es Bajo el volcán, de John Huston. A lado de este Figueroa oscuro, neoexpresionista, está también el retratista de los cielos inmensos, el maestro de la limpieza visual, quien es, asimismo, paradoja magnífica, un virtuoso de la iluminación de interiores y de la recreación de ambientes exasperantes y opresivos como la casona en El ángel exterminador, o los interiores de hacienda donde se aguarda con angustia a que llegen las fuerzas rebeldes, o los velorios donde el presentimiento de la muerte propia redobla la sensación de pérdida, o los linchamientos nocturnos con su larga procesión de antorchas, o el fulgor espectral de miles de velas encendidas en Macario. Siglo Gabriel Figueroa se proyecta del 3 al 29 de abril en la sala 4 de la Cineteca Nacional.

Dos imágenes realizadas por el fotógrafo homenajeado en la Cineteca Nacional. Arriba, de la cinta Nazarín y abajo de la película María Candelaria

 
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