Usted está aquí: domingo 8 de abril de 2007 Mundo Gente del pueblo, los verdaderos héroes anónimos en la ciudad de Nueva York

Frente a la violencia cotidiana, los actos heroicos rescatan a la gran urbe

Gente del pueblo, los verdaderos héroes anónimos en la ciudad de Nueva York

DAVID BROOKS CORRESPONSAL

Nueva York, 7 de abril. Todos los días aquí hay actos anónimos de heroísmo que rescatan a una ciudad famosa por su cara dura, por ser poco amable y donde el lema a veces, a primera vista, es "cada uno por su lado".

Entre las noticias de asaltos, homicidios, armas, violencia doméstica que los medios locales gozan en ofrecer todos los días, hay actos de valentía, de corazón, de solidaridad, y de generosidad que ofrecen un arca ante la inundación de malas noticias.

Recientemente Wesley Autrey, trabajador de la construcción y veterano militar de 50 años, llegó a la estación del Metro de la calle 137 y Broadway, en Harlem, a eso de las 12:45 horas con sus dos hijitas, de seis y cuatro años de edad. Mientras esperaba el tren se dio cuenta que un joven estudiante de cine, Cameron Hollopeter, de 20 años, se desmayó sobre la plataforma y empezó a sufrir un ataque apopléjico.

El hombre se apresuró a ponerle un bolígrafo entre los dientes para evitar que se mordiera o tragara la lengua. Las convulsiones desaparecieron y el joven se puso de pie sólo para caer de nuevo, pero esta vez en las vías del tren.

Autrey no dudó y brincó del andén. Segundos después vio las luces del tren que llegaba a la estación y empujó al joven en medio de las vías y se puso sobre él.

El convoy paso sobre ellos, a dos pulgadas de la espalda de Autrey, y se detuvo en la estación, y cuando todo el mundo corrió a ver qué pasaba oyeron al joven preguntar "¿estoy muerto?" y escucharon la voz de su salvador decirle que no, que sólo estaban debajo del tren... "y estamos muy vivos".

Sus hijas estaban gritando sobre la plataforma porque no veían a su padre, y Autrey pidió silencio para poder pasarles un mensaje de que estaba bien, y el joven también. Todos estallaron en aplausos.

Después de apagar la corriente de 600 voltios en la tercera vía, bomberos ayudaron a ambos salir de su casi tumba. Hollopeter fue enviado al hospital sin heridas graves, mientras Autrey se reunió con sus hijas entre más aplausos de los pasajeros.

Su hazaña se convirtió en noticia nacional y fue honrado por el alcalde de Nueva York. "Yo no soy ningún superhéroe. Sólo lo hice porque vi a alguien en apuros".

Cuando murió el padre de César Borja Juniors, juró que haría todo lo posible para todos los que necesitan asistencia médica por las secuelas médicas de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Cumplió con su promesa al lograr que George W. Bush y varios legisladores se comprometieran a ofrecer más fondos para quienes padecen enfermedades por esa tragedia.

César Borja, un agente de la policía de Nueva York, falleció a finales del pasado enero de fibrosis pulmonaria contraída después de trabajar meses en el sitio de las Torres Gemelas. Borja fue invitado por representantes federales de Nueva York al informe presidencial una semana después de que murió su padre.

Días más tarde, durante una visita de Bush a Nueva York, le concedieron a Borja una entrevista con el mandatario. "Usted y el Congreso tienen el poder para aprobar una legislación que ofrezca apoyo médico a toda la gente que lo necesita", le dijo.

El gobernante le dio la razón. Hay un nuevo fondo de 25 millones de dólares destinado a atender al personal de emergencias que sufrió consecuencias por su trabajo por la tragedia desatada por el 11 de septiembre, y eso es sólo el comienzo, indicó.

"La razón por la cual nos reunimos fue para informarle al presidente sobre toda la gente que necesita ayuda médica, los rescatistas que llegaron al World Trade Center para ayudar y que después enfermaron, la gente que no puede pagar sus gastos médicas, los niños que siguen viviendo en esta zona", escribió Borja, estudiante de periodismo aquí, en una nota sobre su reunión publicada por el New York Daily News.

Bush le dijo: "Tú hiciste que el mundo escuchara". La madre de Borja interrumpió y le dijo al presidente: "Así es, hizo que usted escuchara".

Daniel Fitzpatrick, técnico de emergencias médicas en el departamento de bomberos, estaba esperando un tren del Metro en el barrio de Queens después de sus clases de capacitación. Ahí se dio cuenta de que una joven se preparaba para suicidarse.

Corrió y ella intentó evadirlo bajando a un lado de las vías. Fitzpatrick la siguió y la empujó contra el retén al lado de las vías al aproximarse el tren; ella intentó luchar y empujarlo, desesperada por suicidarse, y al parecer no le importaba si se lo llevaba a él.

Otro joven, que también se había percatado del comportamiento sospechoso de la mujer, bajó a su lado y con su mano empujo la cabeza de Fitzpatrick hacia el retén, y con ello lo salvó cuando el tren pasó con sólo centímetros de margen. Después llegó ayuda y se llevaron a la mujer, quien no dijo nada, a un hospital.

Fitzpatrick le dio las gracias al joven por salvarle la vida. El otro sólo respondió "no hay problema", y se marchó.

La mexicana Samantha Alcázar ha padecido de una enfermedad de la sangre casi desde que nació en Guadalajara, hace 18 años. Los doctores no tenían gran esperanza de que pudiera vivir mucho más, hasta hace unas semanas cuando el bombero Stephen Duffy le dio un transplante de médula que podría ofrecerle una larga vida.

"Es un ángel", dijo Samantha. Su madre, Claudia, comentó: "He llorado tantas lágrimas de tristeza, y ahora puedo llorar con alegría".

Aquí hay héroes invisibles todos los días: maestros, activistas comunitarios, enfermeras, abogados dedicados a los derechos de los más vulnerables, los inmigrantes que hoy continúan la larga tradición de renovar la sangre de esta metrópoli. También los artistas en las calles, en estaciones del Metro, en los teatros y antros, que invitan a todos a regresar a un encuentro, a la nostalgia, a la esperanza y a la consolación.

Como ejemplos están el trío mexicano que canta Cielito Lindo en la línea F, el músico chino que ofrece una ruta sonora a la diáspora del país más grande del mundo, el conjunto de jazz o los tres jóvenes que con tambores de todos tamaños ofrecen un ritmo ante el caos cotidiano.

Todos ellos son los héroes anónimos de Nueva York, una ciudad donde cada acto heroico rescata a todos.

 
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