Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de marzo de 2007 Num: 629

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Murakami: literatura
en espiral

PAOLA DADA

La doble espiral:
Kafka en la orilla

La tierra libre de
Palés Matos

MERCEDES LÓPEZ-BARALT

Tres poemas
LUIS PALÉS MATOS

El cosmos de José Martí
ALBERTO ORTIZ SANDI

La antilógica del sistema
XIMENA BUSTAMANTE
entrevista con las GUERILLA GIRLS

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO


Directorio
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Verónica Murguía

Historia personal de una lectura

Para Antonio Deltoro

Siempre provoca un desconcierto melancólico comprobar que los mejores lectores de algunos libros no tienen en común, con los autores de éstos , nada más que la obra. Me explico con un ejemplo: cuando Jaime Sabines, en los últimos años de su vida, expresó claramente su desprecio por la rebelión zapatista, tal vez sin saberlo ofendió a sus lectores más devotos. Nada que hacer: el autor de "Los amorosos" declaró sin ambages su filiación priísta, su rechazo por el ezln, su fervoroso racismo, y dejó a muchos con un horrible sabor de boca. Borges es mi Sabines, aunque, todavía adicta suya, creo que le hago un flaco favor al compararlo con el chiapaneco.

El Borges, de Adolfo Bioy Casares (Destino, 2006) era, por supuesto, una lectura obligada. No esperaba que este libro genial e irritante fuera de ningún modo una hagiografía: el destino literario de Bioy ha sido, tal vez, injusto, y Borges nunca ocultó qué tan reaccionario podía ser.

Bioy, unido a Borges por amistad e inclinaciones literarias, seguramente constató con amargura que las sabrosas coincidencias que apuntalaban su amistad y que sustentaron el trabajo común, no lo identificaban como un autor parecido a Borges, sino derivado de éste. Se necesitaría ser un amigo como el que fue Juan Boscán, el compañero de armas y letras de Garcilaso de la Vega, para resistir los embates de semejante fama, en este caso, ajena. Y es un milagro que la amistad, maltrecha al final pero intensa siempre, haya sobrevivido a la destrucción de una forma de colaborar, de leer, de hablar y sobre todo de percibirse el uno al otro.

Escrito con una prosa límpida, con agilidad y elocuencia, el Borges que Bioy nos deja ver es tan complejo como el mito que el propio Borges nos dejó. Pero, quizás maliciosamente, no omite las contradicciones en las que caía su amigo, y se regodea en algunas crueldades que me exasperaron. ¿Por qué, tratándose de un hombre tan púdico, referir que se salió a la playa con camisa y sin calzones? ¿Por qué contar que el pobre, que ya no veía, no le atinaba a la taza y ensuciaba con pis el piso del baño? ¿Describirlo con la dentadura postiza en la mano, dormido con la boca abierta?

Admito que no leí este libro imparcialmente. Eso no es posible para mí, al menos por ahora, porque, ya lo dije, siempre he leído con amor a Borges. Así, en las primeras páginas me regocijé con el descubrimiento de un Borges malhablado y estrafalario ("me inculcó un puntapié en el culo", dice), pródigo en chistes escatológicos y pueriles ("Si con caca te engalanas/ te apodarán Chocolate"), rápido y agudo. Pero adentrándome en la lectura, Bioy y Borges se revelaron como un par de maledicientes, con una incapacidad alarmante para ser generosos con sus amigos Manuel Peyrou, Patricio Gannon, Wally Zenner, Juan Rodolfo Wilcock y un montón más.

También me desconcertó cómo Borges reniega de los escritores que alabó públicamente a lo largo de su vida: Quevedo, Lugones, Mastronardi, Mujica Láinez, Güiraldes, Alfonso Reyes, y sobre todo, obsesivamente, Shakespeare. Goethe es maltratado un día sí y otro también.

Por suerte el libro es muy heterogéneo y las dos principales resultan ser personas tridimensionales y complicadas: Borges hace observaciones literarias geniales y chistes muy buenos todos los días, y también sabe admitir que se ha equivocado. Puede ser temerario y salir a la calle, anciano y ciego, cuando los peronistas habían amenazado con secuestrarlo. Una y otra vez enternece, conmueve; una y otra vez indigna con su racismo y su misoginia.

Es interesante constatar cómo Bioy no se pinta a sí mismo con colores más caritativos: confiesa que, por cobardía, calla sus verdaderas opiniones, se queja mucho de Silvina Ocampo, es igualmente reaccionario –los dos envían un telegrama de apoyo a Díaz Ordaz, atendiendo una mentirosa petición de Elena Garro– y se resigna con rabia cuando la sombra de Borges lo opaca.

Bioy reconoce en Borges un absoluto desprecio por el dinero. Cree que para Borges la fama es distracción, distracción que no sería necesaria si tuviera vista para leer, escribir y estudiar.

Agradezco, confusamente, que Bioy decidiera publicar el diario. Qué extraño, legar a la posteridad un libro protagonizado por otro, en el que se mezclan a partes casi iguales el amor y la inquina. Tal vez no pudo ser un amigo mejor. Yo no sé. Pero quiero más a Borges después de leerlo.