Usted está aquí: martes 20 de marzo de 2007 Cultura Lectores ''un poquito estúpidos'' dejan a medias grandes novelas

Encuesta en GB, entre 4 mil adultos, revela los títulos que nunca acabaron de leer

Lectores ''un poquito estúpidos'' dejan a medias grandes novelas

Ulises, de James Joyce, figura entre los libros que menos se leen, pero adornan

Jamás compraría una obra literaria con más de 350 páginas, admitió 34 por ciento

PHILIP HENSHAW THE INDEPENDENT

Una encuesta, en Londres, entre 4 mil lectores adultos descubrió que muchos de los libros que poseen nunca han sido leídos por completo. Gran número de lectores admitió que compraba y sólo intentaba, leer libros, rindiéndose antes de llegar al final o, en algunos casos, no comenzándolos nunca.

(Fue muy interesante que 55 por ciento de los encuestados admitió comprar libros sólo como decoración o para parecer inteligente ante sus invitados, en esta categoría, Ulises, de James Joyce, fue la opción más socorrida).

Con lujo de crueldad, la encuesta fue tan lejos como para preguntarles qué libros fueron los que tan conspicuamente los lectores no lograron terminar. La lista resultante fue sumamente curiosa. Algunos de los libros en ella fueron claramente promovidos en exceso, y de manera tal que algo dirigido a un nicho de lectores fue comprado por personas que jamás lo habrían disfrutado, como Vernon God Little, de D.B.C. Pierre, y Cisnes salvajes, de Jung Chang.

Muchos de los libros que no se terminaron de leer eran obviamente del tipo para el cual ningún adulto inteligente tiene mucha paciencia: las autobiografías de David Beckham, Jade Godoy y David Blunkett, el interminable cuarto volumen de las aventuras de Harry Potter o las peroratas new age de Paulo Coelho.

Pero algunos otros son el tipo de libro que se supone todo mundo debe admirar, y que la gente culta cree tener la obligación de leer. De manera igualmente interesante, en la mayoría de estos casos no existe una película reciente bien conocida que haga que estos libros den a los lectores la impresión de que acabaron de leer el libro cuando sólo vieron la dramatización del mismo.

Cuando la gente adquiere Ulises, Crimen y castigo o La guerra y la paz, puede que lo haga con la mejor intención. Sin embargo, una significativa minoría de los lectores -28 por ciento, 18 por ciento y 15 por ciento, en cada caso respectivo- afirma que nunca logró terminarlos. Muchos otros, desde luego, están mintiendo.

¿Puede realmente creerse que 72 por ciento de las personas que compraron un ejemplar de Ulises lograron terminarlo? Por supuesto que no.

Más mentirosos redomados se encuentran entre el 56 por ciento de las personas que afirmaron que ''nunca han dejado un libro sin terminar". Si en realidad existen personas así en el mundo, no se debe confiar en ellas. Claro, todo mundo, tarde o temprano, deja un libro a medias. Yo dejé Vernon God Little porque simplemente no es mi tipo de lectura, y tras haber leído cien páginas me hice de una idea general y me convencí de que lo que seguía iba en la misma dirección.

Tampoco seguí con Camino de ladrillo, de Monica Ali; todo me parecía un poquito estúpido en cierta forma y lo olvidé en una habitación de hotel. Estoy seguro de que ambos libros mejoraron enormemente y que fue en mi detrimento no haber seguido con ellos, pero como le ocurre a todo lector de vez en cuando, la verdad es que no me importó mucho.

A veces, el fracaso en terminar de leer un libro se experimenta como un juicio prematuro e injusto hacia la obra. En el octavo volumen de Danza con la música del tiempo me di por vencido, pero algunos años más tarde regresé y perseveré. Estoy muy contento de haberlo hecho porque los últimos tres tomos son absolutamente sorprendentes.

Otras veces hay que reconocer ante uno mismo el haber sido derrotado por un libro. Nunca logré llegar al final de Ada o el ardor, de Nabokov, o El hombre sin atributos, de Robert Musil, y no he conocido a nadie que lo haya logrado. Esto no significa que no sean grandes libros.

Desde luego, ocasionalmente es simple cuestión de longitud. De entre los encuestados, un ligeramente triste 34 por ciento admitió que jamás compraría un libro de más de 350 páginas, y por tanto, ellos se verán indefectiblemente derrotados por las novelas más fundamentales del siglo XIX, ya no digamos por Proust y Musil.

A pesar de que en la práctica La guerra y la paz es una de las novelas más absorbentes jamás escritas, sus capítulos cortos y su acción vívida y constante, tanto así que se puede leer en la playa entre chapuzones, siempre parece ser un reto mayor.

Pero otros libros contienen afrentas deliberadas contra el lector en cada página. Para la mayoría de los estándares, Henry James no es extenso, pero son muchos más los que comienzan un libro suyo que los que lo terminan. Me tomó tres intentos terminar Lo que Maisie sabía, que tiene menos de 300 páginas. Pese a varios intentos, nunca he podido leer La fuente sagrada, de tan sólo 193 páginas.

Pero para seguir leyendo a un escritor como James, la dificultad recurrente es su estilo y lo que finalmente lo vuelve mágico son dos aspectos de esa misma naturaleza. Como muchos de los escritores más difíciles, él quiere establecer un mundo. Además, quiere atraer al lector por la viva fuerza de su empeño.

Muchas de las grandes novelas no son un simple entretenimiento que requiere únicamente la salud y el entusiasmo del público. Muchas de ellas viven de erosionar la resistencia del lector, haciéndole pagar y logrando sus efectos más poderosos en momentos de ambigüedad, dificultad, oscuridad, o incluso, aburrimiento. Como dicen los vieneses, si quieres la carne, tienes que pagar también por los huesos.

Otras veces, hay quienes dejan a medias los libros porque se trata de lectores un poquito estúpidos. Eso fue lo que dijo el señor Andrew Franklin al comentar sobre el sorprendente 26 por ciento de los lectores que no pudo terminar, háganme el favor, el deleitante libro de mi amiga Lynne Truss Come, dispara y se va: tolerancia cero con la puntuación. El dijo, muy acertadamente, que esos lectores deben ''ser tan inteligentes como el plancton".

Pero otras veces, dejar un libro es un ejercicio de juicio, y también, una especie de tributo a la ambición y poder de un libro.

Uno no sabe qué está perdiendo cuando se rinde, pero por otro lado, el lector que nunca se ha dado por vencido no es de ninguna manera un lector.

Y ahora, me retiro porque tengo que hacer otro intento infructuoso con Moby Dick.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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