Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de marzo de 2007 Num: 627

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El extraño canto de la dulce Filomena de San Juan de la Cruz
LUCE LÓPEZ-BARALT

La noche oscura
Canciones

SAN JUAN DE LA CRUZ

El género incómodo
NATALIA NÚÑEZ entrevista con PATRICIO GUZMÁN

Cervantes en Italia
SERGIO FERNÁNDEZ

Poesía testimonial de Oaxaca
BERTHA MUÑOZ

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
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Verónica Murguía

Besos medievales

¡Qué extraños eran los medievales! No escribiré la frase acostumbrada: "qué distintos, y sin embargo, qué familiares", porque en ciertos asuntos sólo me resultan ajenos y, por lo mismo, fascinantes.

En estos días he estado leyendo mucho acerca de la Baja Edad Media, es decir, los siglos postreros: el xiii y el xiv. Y cada vez que abro un libro, del tema que sea, aparecen unos medievales dándose de besos. Y no son todos estos besos expresiones de amor romántico: son signos de vasallaje, de perdón, de redención o de arrepentimiento.

Por supuesto, todo cuanto tenía que ver con el cuerpo era muy diferente: las ideas de higiene, la comida –hay historiadores que se han ocupado de preparar guisos medievales ateniéndose cuidadosamente a las recetas, y parece que no resultaron muy sabrosos–, la sexualidad, los espacios, todo. En la Comedia Dante y Virgilio se tocan, se abrazan, se besan y, en algunos momentos de apuro, Virgilio carga a Dante. Leemos en la traducción de Ángel Crespo: "Mas ya con los dos brazos me tomaba/ y cuando al pecho túvome abrazado/ por donde bajó me remontaba;/ no se cansó de llevarme así estrechado."

Reyes que besan plebeyos, madres a hijos, santos a pecadores, diablos a brujas, asesinos a sus verdugos, vivos a muertos, enemigos, vasallos, leprosos y sanos, todos se besaban, se abrazaban, desfallecían en brazos de quienes los rodeaban. Los teólogos escribieron largos textos sobre el beso de Judas a Cristo. En el siglo xiv, Johannes Tauler redactó un tratado inquietante sobre cómo el alma –dotada de corporeidad metafórica– debía poner los labios sobre las heridas sangrantes del Salvador. Su contemporánea, la verborreica Catalina de Siena, besa frente a testigos la llaga purulenta de un enfermo en el hospital. Catalina, además, afirma que lleva un anillo hecho de carne que Jesús le dio. Ese anillo era el jirón de piel que le cortaron del prepucio el día de su circuncisión, imagen, para nosotros, tosca, brutal y fea, pero que no menoscabó la fama de pureza de la santa.

Parece que besar a personas infortunadas era, a veces, parte de la iluminación. El dulce San Francisco besa a los leprosos que antes le repugnaban: "El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, la gracia de comenzar a hacer penitencia. En efecto, como estaba en pecado, me resultaba muy amargo ver a los leprosos, pero el Señor mismo me condujo entre ellos y con ellos ejercí la misericordia."

Las reliquias, fragmentos de hueso, de piel, redomas llenas de sangre y leche, mechones de pelo, astillas y trapos encerrados en cajas de oro, plata y piedras preciosas, ejercían sus poderes al ser besadas.

En el juramento de vasallaje, ritual sobre el que descansa el contrato del señor y el siervo, hay besos. Así lo describe Georges Duby: "Como signo de abandono, de entrega completa de sí mismo, las dos manos juntas entre las manos de aquél, quien por ese gesto, se convertía en su señor. Pero no permanecía largo tiempo en esta posición humillada; el señor lo levantaba de inmediato y le daba un beso en la boca." Es curioso que el gesto de vasallaje suplantara luego la postura característica de oración, y que los brazos extendidos fueran reemplazados por las manos juntas.

Cuenta Johann Huizinga en El otoño de la Edad Media, que en 1411 Messire Mansart du Bois, un armagnac decapitado en París, no sólo otorga el perdón a su verdugo cuando éste se lo pide –como se acostumbraba– sino que hasta le ruega que lo bese.

En esa misma ciudad, pero en 1304, el preboste Pierre Jumel hace ahorcar al estudiante Philippe le Barbier. Como el rey protegía a la Universidad y a todos los estudiantes, el preboste fue despedido de su puesto, condenado a construir dos capillas con un estipendio de veinte libras anuales cada una, y por último tuvo que bajar del cadalso el cadáver de Le Barbier y besarlo frente a todo el mundo. Cuando el preboste besó el cuerpo, ya habían pasado algunos días y fue, bueno, un castigo muy duro.

Durante la primera oleada de la peste negra (1348), bandas de infectados apodados bechinni extorsionaban a la gente, amenazándolos con besarlos, pero no era éste el peor beso. El más horrible era el inventado por las pobres mujeres a quienes se acusaba de brujería: el beso al diablo en el Sabbath.

Debajo del rabo. Sobre el ano helado, fétido. Ese beso es símbolo de la pérdida del alma. Como besar a un político, pues.