Usted está aquí: martes 6 de marzo de 2007 Opinión Taquígrafo de la imaginación

José María Pérez Gay

Taquígrafo de la imaginación

Conocí a Gabriel García Márquez el mes de marzo del año de 1969, cuando me tocó la suerte de traducir una larga entrevista, mi voz en off, con el escritor Jean Amery, para la televisión cultural alemana. Fue una entrevista muy larga y desde ese momento me vi sometido a las bromas recurrentes y a veces clásicas de García Márquez cuando le dije que en alemán al mesero se le llamaba por Herr ober. El lo convirtió en joroba y cada vez que le llamaba decía: ''joroba, venga para acá".

Desde entonces nació una amistad que para mí ha sido un privilegio. Conocí a alguien lleno de imaginación, de inteligencia y de generosidad. Leí Cien años de soledad en 1969. El me obsequió un ejemplar de editorial Sudamericana en su cuarta o quinta edición, que conservo. No conocí el ejemplar que hoy cuesta algún dinero, en cuya portada tenía la silueta de un galeón flotando entre árboles y el azul del fondo contrastaba con tres flores geométricas de amarillo y oro.

García Márquez había nacido en 1927, la fecha que hoy conmemoramos. La novela fue publicada en 1967. He leído dos veces Cien años de soledad; pienso leerla ahora una tercera vez, pero por lo que escucho es una novela que cada día se renueva, quiero decir, es una novela que crece y se escribe todos los días, y sus lectores son quienes la han rescrito.

Recuerdo, si mi memoria no me engaña, que en el suplemento de la cultura de la revista Siempre!, el año de 1966 y antes de que la novela se publicara, Carlos Fuentes escribió que acababa de leer las primeras 60 cuartillas de Cien años de soledad y decía que eran absolutamente magistrales. Decía Fuentes que toda la historia ficticia coexistía con la historia real, lo soñado con lo documentado y gracias, decía Fuentes, a las leyendas, las mentiras, las exageraciones, los mitos, Macondo, y nadie sabía qué quería decir Macondo, porque el único que había leído la novela había sido Fuentes, Macondo se convertía en un territorio universal.

Creo que la recurrente pesadilla de América Latina que es el progreso y la modernidad, encuentran en Cien años de soledad una respuesta contundente. Nadie nos ha llevado a conocer el hielo ni a esos huevos prehistóricos como le llama García Márquez a las grandes piedras que detenían la corriente en el río donde estaba Macondo.

Gabo lo dijo mejor que nadie. Dijo que Cien años de soledad no es más que la constancia poética del mundo de su infancia. Así como dijo sobre El otoño del patriarca que era un poema sobre la soledad del poder. Así como después dijo, si lo recuerdo bien, que El amor en los tiempos del cólera no era sino la sobrevivencia de las cartas de amor.

Creo que a sus 80 años de edad es tan joven como cuando era un periodista que reseñaba los festivales de las juventudes comunistas en la Europa oriental. Y desde luego creo también que es un taquígrafo de la imaginación latinoamericana.

 
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