Usted está aquí: lunes 19 de febrero de 2007 Opinión La lealtad del general solitario

Adolfo Gilly

La lealtad del general solitario

"Ramo de rosas para el fusilado" Octavio Paz, Piedra de sol

El 9 de febrero de 1913 un golpe militar, cuyas cabezas políticas eran el general Bernardo Reyes y el general Félix Díaz, intentó derribar al presidente Francisco I. Madero. Los cadetes del Colegio Militar apoyaron al presidente Madero en su marcha desde el Castillo de Chapultepec hasta Palacio Nacional. Los sublevados, al mando de Félix Díaz, se atrincheraron en la plaza fuerte de La Ciudadela. Bernardo Reyes había muerto en los primeros enfrentamientos. Madero designó jefe de las fuerzas leales a su gobierno al general Victoriano Huerta, jefe militar que desde tiempo atrás conspiraba contra él, dentro de la sorda guerra de intrigas interiores que vivía el Ejército federal desde los acuerdos de Ciudad Juárez.

Ese mismo día 9 de febrero, recuerda Friedrich Katz en un ensayo reciente, "Madero tomó una decisión que no sólo era peligrosa sino que, en cierto modo, podía considerarse temeraria. En un automóvil con unos cuantos hombres, sin escolta militar, Madero se trasladó a Cuernavaca donde estaba Felipe Angeles con sus tropas. Era una empresa muy riesgosa y llena de peligros, dado que grandes trechos de la ruta entre ambas ciudades estaban bajo el control o bajo ataques frecuentes de tropas zapatistas hostiles a Madero. Poco después, Madero regresó de Cuernavaca a la ciudad de México junto con Angeles y el grueso de sus tropas".

(Aunque, pensándolo bien, tal vez ir en un solo auto y sin escolta era el modo más seguro para que Madero se lanzara en plena guerra al riesgo de cubrir el trayecto entre ambas ciudades y llegar a tiempo.)

Madero y Angeles entraron a la ciudad el día 10 de febrero por el rumbo de Xochimilco y Tepepan, donde los esperaba el general Angel García Peña, ministro de Guerra. El presidente ordenó a éste tomar el mando de las tropas leales y designar a Felipe Angeles -único en quien en verdad confiaba, según lo mostraba su audaz viaje a Cuernavaca- como jefe de su Estado Mayor a cargo de las operaciones. Por resistencias en los mandos superiores del Ejército federal, de estirpe porfiriana, esta orden no fue cumplida por el general García Peña. Angeles, se decía, era apenas general brigadier.

El mando quedó a cargo del general de división Victoriano Huerta. Este, como es sabido, entró en tratos secretos con Félix Díaz, tratos que culminaron en el Pacto de la Embajada con el beneplácito del embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson; el apresamiento del presidente Madero, el vicepresidente José María Pino Suárez y el general Felipe Angeles; la renuncia de Madero y Pino Suárez, el 19 de febrero, y el asesinato de ambos, el 22 de febrero. El general Angeles fue enviado al exilio en Francia, de donde regresó en octubre de 1913 para sumarse al Ejército Constitucionalista y al núcleo maderista dentro de la revolución, junto con varios de sus discípulos.

Unos años y muchas batallas después, en noviembre de 1919, el general Gabriel Gavira presidió el Consejo de Guerra carrancista que condenó a muerte al general Felipe Angeles por haberse sumado éste, a finales de 1918, a las fuerzas de Pancho Villa que todavía operaban en el norte. En su defensa ante el tribunal, Angeles persistió en declararse partidario y amigo de Francisco I. Madero. Años más tarde el mismo general Gavira anotaba en sus memorias que, cuando el golpe de febrero de 1913, mientras todos los altos mandos federales conspiraban contra el presidente Madero, el general Angeles se había mantenido leal a éste y había sido "el único que cañoneaba efectivamente la Ciudadela, desde la calzada de la Reforma".

Si el 9 de febrero ha sido declarado Día de la Lealtad por la marcha de los cadetes del Colegio Militar en apoyo al presidente Madero, con mayor razón debe recordarse en ese día al general Felipe Angeles, a quien el presidente acudió en la hora en que sus generales lo abandonaban y con quien compartió en la prisión de Palacio Nacional las últimos horas de su vida antes de ser asesinado.

Felipe Angeles, artillero, matemático, escritor, vivió y murió obsesionado por el legítimo temor de que Estados Unidos -país al cual sin embargo admiraba, habiendo vivido años de exilio y de trabajo entre su pueblo- se apoderara de más territorio mexicano o subordinara la soberanía mexicana a su imperio. Su adversario irreconciliable desde 1914, Venustiano Carranza, desde posiciones diferentes compartía esa obsesión, heredada después por militares tan diversos entre sí como Lázaro Cárdenas y Joaquín Amaro.

Esta preocupación es hoy más legítima que nunca, cuando el gobierno de México cede jurisdicción -atributo irrenunciable de la soberanía- al deportar a Estados Unidos a individuos sometidos a la justicia mexicana; cede soberanía, al permitir el ingreso de fuerzas policiales de ese país para actuar libremente en nuestro territorio; subordina a los intereses de Estados Unidos la vigilancia de las fronteras, al permitir el trato represivo y denigrante dado en territorio mexicano a los migrantes centroamericanos que van al norte; acepta que el territorio de México forme parte del "área de seguridad" de Estados Unidos, y, entre otras cesiones de soberanía, se dispone a entregar al extranjero el subsuelo territorial y marítimo del país y sus recursos energéticos.

Colofón: trabajo en estos tiempos, como algunos colegas saben, en una biografía de Felipe Angeles, documentada y ajena a las historias de héroes y villanos. El general, a juzgar por sus textos conocidos, tenía el gusto y el don de escribir bien. Es mi fundada conjetura que durante épocas de su vida llevó un diario personal. Si existe, ¿dónde está? Por otra parte, mis investigaciones me permiten suponer que en archivos personales o familiares se conservan cartas y escritos no conocidos del general o de su esposa, Clara Kraus. ¿Es demasiado pedir, desde aquí, a sus posibles descendientes o amigos que, si tal es el caso, se comuniquen con este investigador a la dirección electrónica o postal de La Jornada?

 
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