Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de enero de 2007 Num: 621


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Hacer mella, cicatrizar, construir
JOSÉ-MIGUEL ULLÁN
Sentir un dictado
OCTAVIO AVENDAÑO TRUJILLO
entrevista con ENRIQUETA OCHOA
Dos poemas
ENRIQUETA OCHOA
Economía y cultura. Botella al mar
ANDRÉS ORDÓÑEZ
Esperemos lo mejor, Ryszard
RICARDO BADA

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemolsostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Leer
Reseña de Gabriela Valenzuela Navarrete sobre Más allá de latitudes y poesía


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 


NMORALES

TEATRO JOVEN BONAERENSE (II Y ÚLTIMA)

No cumple aún treinta años, pero Mariana Chaud tiene ya un par de obras axiales. Budín inglés se basaba en los testimonios de cuatro personas en relación con sus hábitos de lectura para crear, según refieren los colegas que pudieron presenciarla, una comedia oscura y desopilante, pico altísimo de la temporada anual porteña. La otra es una obra que la antecedió en su salida a la circulación pero que ha coincidido con ella en la cartelera: El helecho, que tras su estreno como lectura escenificada en 2005, concatenó una larga temporada (que se extendió al menos hasta diciembre del año siguiente) en el Teatro Anfitrión, muy próximo al barrio del Once de la capital argentina.

Chaud comparte expresamente, junto con coetáneos suyos ya de cierto renombre como Matías Feldman –quien ya ha visitado México– y Lola Arias, una postura generacional respecto a su oficio, que por un lado se decanta por la comedia (ácida, culterana) y sus mecanismos como clave estilística, y por el acometer la teatralidad desde una perspectiva múltiple y dinámica, pues no hay una distinción excluyente entre sus condiciones de actriz, directora y dramaturga. Al contrario de lo que suele suceder en México, y como lo supo enfatizar Jorge Dubatti en su momento, la argentina es una dramaturgia que no suele separar los procesos escriturales de los procesos escénicos, que no parte necesariamente de textos con pretensiones de edificar un ciclo semántico casi cerrado antes de someterse a la revisión de los intérpretes. Significativo resulta, valga la acotación, que las excepciones en nuestro país sean casi todas –pues no habría que soslayar los casos de Martín Zapata o Perla Szuchmacher, entre otros– proporcionadas por mujeres de las generaciones emergentes (Mariana Hartasánchez, Paola Izquierdo, Denisse Zúñiga). Acaso la tiranía de las figuras hegemónicas en nuestro teatro da visos de una jubilación definitiva.

Pero pongamos en crisis la escritura de Chaud, y para ello busquémosle, en aras de aproximarla, algunos referentes. No pueden ser otros distintos, de nuevo, a los que provee el teatro de dos contemporáneas: con Mariana Hartasánchez comparte, al menos en la obra que pudimos presenciar, el tratamiento sardónico e iconoclasta de la religión, el examen exhaustivo pero irónico de la fe y sus dogmas; con Verónica Bujeiro la similitud pasa por lo técnico, por el manejo preciso de los recursos de la farsa. El asunto de El helecho no podría ser mejor pista de despegue para una meditación tan intensa en lo epistemológico como en lo hilarante: un sacerdote de moral cuestionable (Lalo Rotaveria) deja los hábitos ante una crisis de fe y se apresta a probar científicamente la existencia de Dios. De allí parten las líneas que interesan a una galería igualmente insólita: la monja voraz y ambiciosa, hermana del secularizado (Laura López Moyano); la desposeída adoptada por el cura (Marina Bellati); un gigante de pocas palabras (Walter Jakob) y una planta, el helecho titular, testigo principal de las intrigas aún en medio de una severa crisis ontológica (Santiago Gobernori). La combinación deriva en un relato ágil, recargado hacia lo anecdótico pero sin saturación de peripecias, en el que se hace una crítica despiadada de la doble moral inherente a cierto sector eclesiástico. Como decía Margules del mejor teatro centroeuropeo: se habla de Dios como se habla de la mierda, sin concesiones de ningún tipo.

Chaud también dirige, y lo hace con las mismas pretensiones con las que al parecer escribe: establecer sociedades estrechas durante los procesos de montaje, delegar en el elenco responsabilidades de terminado y generación de discurso, apuntalar el hecho escénico desde la actoralidad. En ello su pluma contribuye; su escritura, pese a depender en buena medida de la disposición del espectador, persigue una elaboración lingüística que anida en momentos de factura notable. Y es en esa aparente neblina donde los actores encuentran un asidero doble, el que les proporciona un texto sólido en su estructura idiomática pero flexible en su manejo del humor. El resultado interpretativo es notable, con apenas fugas y de una continuidad a prueba incluso de limitantes considerables, como la escenografía, disonante por sobresaturada, de Ariel Vaccaro. De cualquier forma, El helecho emociona por su rigor y su potencia, y porque ratifica la buena salud del teatro joven, sea de donde sea.