Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de enero de 2007 Num: 618


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Reseña de Luis Tovar sobre La felicidad, el
gato y su sonrisa


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LA FELICIDAD, EL GATO Y SU SONRISA

LUIS TOVAR

Jorge Moch,
Sonrisa de gato,
Alfaguara,
México, 2006.

No diré lo siguiente con la voluntad de abonar a la elaboración de una lista, necesariamente incompleta y puede que hasta desacertada, de influencias y referentes literarios, pero tampoco puedo soslayar que más de una vez, durante una lectura siempre gozosa, los personajes de Jorge Moch se me dibujaron como si se tratara, entre algunos otros, de la versión actualizada de aquellos que uno recuerda surgidos de la primera pluma de José Agustín, ésa que nos regaló De perfil y La tumba, mezclados con los que pueblan las insustituibles, duras páginas inimitables de otro José, el Revueltas de Los días terrenales y El luto humano. Dejo a los especialistas de la literatura comparada el ejercicio académico de rastrear paralelismos, correspondencias y similitudes, así como el de establecer equivalencias y jerarquizar importancias, y aclaro que si bien la mención de aquellos dos autores me resultó inevitable, eso no significa que uno deba llegar a la última página de Sonrisa de gato y concluir, con pobreza de miras y un espíritu agrimensor al que sólo le interesa determinar hasta dónde llegan los terrenos de cada quien, que los personajes de esta novela se parecen a los de aquellas, que las obras mencionadas guardan cierta familiaridad, o que Moch, en virtud de ésta su primera novela, es un autor al que debería uno colocar al extremo de una lista de pretensiones consagratorias.

Lo digo porque, en estos días literarios mexicanos de tanta, demasiada narrativa mercadotécnicamente entregada a la megalomanía y el gigantismo de Ciertosautores, que parece convencido de estar escribiendo y publicando novelas dizque totales, en las que se da vuelo –con hueca voz pontifical y un artificio en el que, sin resolverse, todo se resume y en el que, a costa del contenido, todo es empeñado– hablando de temas, épocas, geografías y atmósferas con las que sólo consigue dar la sensación de que en realidad no las conoce, concitando en cambio la certidumbre de que aquello de lo que habla ni bien a bien le toca o le concierne; lo digo porque en esa escritura que saca a pasear la innobleza de su cobre al coquetear, acaso sin darse cuenta, con el best seller –y conquistándolo sin mayores dificultad ni empacho–, no encuentro ni savia ni raíz ni rama, tal como si Ciertosautores creyérase llamado a fundar no se sabe qué corriente, vertiente o subgénero literario, identificable no tanto por lo que ha quedado impreso en el papel, sino sobre todo en la inocultable, nauseabunda tufarada que suele despedir aquel que hace lo que hace para recibir el aplauso porque del aplauso se alimenta, y que precisamente lo recibe a cambio de sus letras-globo, sus historias de cantoya, sus zepelinescas estructuras narrativas, buenas para la obtención del premio consagratorio, la luz del reflector mediático y el permiso para luego hablar de cualquier asunto aunque todos, comenzando por Ciertosautores, nos demos cuenta de que de eso, como del tema de su nueva novela, tampoco sabe casi nada, más allá de unos cuantos lugares comunes.

Felizmente, no son ese tipo de voces las únicas que pueden escucharse; por fortuna, una editorial como la que ha puesto su sello, su confianza y su interés en esta novela, todavía es capaz de apostar a lo que de estricta, genuina y puramente literario tiene la literatura; vale decir, que aún goza de la buena salud necesaria para auspiciar editorialmente a un autor que cuenta kilometrajes luengos en sus muchas otras profesiones –incluidas la escritura regular del periodista y la incesante del narrador, sea que publique o no– pero que operaprimea con una novela surgida de un tintero que no es posible calificar de novato ni mucho menos, puesto que no padece ni uno solo de los habituales defectos del debutante.

Esta prolija, intensa, largoalientística Sonrisa de gato es una manifiesta declaración de fe, con la cual queda patente que su escribidor vive convencido de que hay gente que sí lee y no sólo eso: que lee y disfruta ese acto, la comunión literaria que puede darse, caso feliz, cuando aquello que el autor propone coincide con eso otro que el lector estaba buscando y encuentra.

Por principio de cuentas, y aunque de seguro no en deliberada pero sí en franca oposición a Ciertosautores, lo primero que uno puede percibir en esta Sonrisa de gato es la sangre correr, y no se habla aquí solamente del líquido hemático que los personajes de la novela sueltan o hacen soltar desde las primeras escenas, narradas con una contundencia y una verosimilitud que por instantes hacen dudar si Jorge no fue, por ahí en alguna de las siete vidas del protagonista, alguna de las encarnaciones que experimentó en propio cuerpo esas emboscadas, esas balaceras, esa vida que se constriñe al espacio clandestino, a las rutinas militarizadas del guerrillero urbano, al asalto, a la paranoia bien justificada… Hablo de sangre para referirme también y sobre todo a la certidumbre de que aquí, como en la buena literatura, las venas que son la estructura narrativa no son conductoras del vacío, porque en este caso el autor está diciendo algo que de verdad le importa, no está solamente interesado en decir bien dicho lo que dice, sino que es así porque le importa eso que dice, lo toca, le pertenece y por eso lo dice bien dicho. Valga este juego de palabras para expresar brevemente algo que no por obvio y frecuente me parece menos encomiable: el hallazgo implícito en la posibilidad de tener entre las manos una novela que no sea un mero ejercicio estilístico, como por desgracia toca leer tantas en estos días. Es de agradecerse que se escriba y se publique un libro que dé la sensación aquella de la que Rilke hablaba, en el sentido de que hay cosas que si uno no las escribe, revienta.

En mi personal lectura, Sonrisa de gato es así: una novela que su autor debía escribir, de ésas que no pueden quedarse arronzadas en la cabeza ni, una vez escritas, en un cajón. Compleja como la necesidad misma de contar una historia que se traza desde una multiplicidad de perspectivas y de tiempos; compleja como las tramas que van entrelazándose, mediante la voz de sus protagonistas, a la manera de afluentes de un río que se va ensanchando; compleja como la psique de los personajes que, flaubertianamente, son y no son encarnaciones de su autor, esta novela está escrita con un lenguaje que sabe ser escueto y simple, o que se cubre de vocablos poco usuales, de giros y elegancias en función de lo que la historia misma va requiriendo: ora la visión de un adolescente que deja de serlo a golpes de azar, ora la mentalidad de un utopista que ve cómo el paso del tiempo y su pragmatismo le desdibujan el destino, ora la circunstancia, la terca, la recochina realidad de un país que sabe torcer manos y futuros; una realidad que se parece pero que no es, o al contrario, ésa que desde la literatura trazaron Sainz y sus gazaperos nihilistas que no sabían que lo eran, Agustín y sus adolescentes que psicoanalizaban al perro, Revueltas y sus revolucionarios aferrados con pétrea voluntad a su Bakunin, y también esa realidad que un González de Alba que ya no existe nos contó una vez, y aquella otra que hacía preguntar a Salvador Castañeda ¿Por qué no dijiste todo?, así como el "alma melancólica en conserva" de Moral Tejeda… todo eso, sí, pero pasado por el tamiz de un desencanto quizás aún mayor, y al mismo tiempo tratado con un afecto, con un cariño escritural, si vale decirlo así, que lo deja a uno pensando de nueva cuenta en la absoluta necesidad que tenemos, como lectores, de que en nuestra narrativa se oigan temas y palabras que para algunos, como Ciertosautores, no vale la pena retomar.

Esta Sonrisa de gato es, como a su manera lo sigue siendo cada una de las referencias mencionadas, y como a fin de cuentas ha de ser toda literatura que de verdad sea digna de ser así llamada, una forma de buscar la felicidad, o bien una descripción afectuosamente pesimista de lo difícil pero indispensable que resulta ir en pos de ese nirvana. Que yo sepa, el único gato literario que sabe sonreír, inventado por Lewis Carroll, no muestra los dientes para comunicarnos una jocundia que está lejos de sentir, sino que lo hace siempre desde la socarronería, como confirmando aquello de que la risa es la cortesía de la desesperación, exactamente como se percibe en la voz del Jorge Moch narrador, que nos explica cuál es la única manera en la que este Gato, agazapado y reconcentrándose en sí mismo, puede sonreír:

Y en medio de tantísimo sufrimiento, carajo, pero sí, feliz sin remedio. Feliz por cortísimos lapsos. Feliz a cuentagotas. Feliz, apenas, para recordar como bálsamos diminutos, dulces grageas luminosas, los mínimos instantes en que su vida había dejado de ser una triste colección de excesos y agresiones. Feliz de a poquito, nomás para aceptar que la felicidad, con todo en contra, con momios de mil a uno, logra brotar como una flor de una piedra.

Así precisamente, a cuentagotas, Jorge Moch disemina en la novela los pocos momentos en los que la derrota, el sin remedio de ciertas situaciones o la propia incapacidad para ser felices de tiempo completo, nos permiten anunciarle al mundo que de súbito, quién sabe por qué, sentimos que no todo está de la chingada aunque nos esté llevando; que no importa si la felicidad, como bien decía Cortázar, suele tener el centro amargo; lo que importa es que aparezca, como de hecho y felizmente, valga la redundancia, surge en las páginas de esta Sonrisa de gato.