Usted está aquí: jueves 14 de diciembre de 2006 Gastronomía Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba

Los otros antojos

COMER TAMBIEN LA otra comida, la que nos puede hacer temblar la mano porque es repulsiva. Comer ratas, por ejemplo. Ahí están el Rattus rattus o rata negra y el Rattus norvegicus o rata gris (noruega), que, famosamente, los parisinos preparaban cuando las fuerzas prusianas sitiaron la ciudad en la guerra de 1870-71; ahí están la rata gigante (Cricetomys gambianus) y la aún más grande rata de caña (Thryonomys swinderianus), que alcanza, sin la cola, 60 centímetros; ahí, el ratón casero: los tres suelen formar parte de la sabrosa dieta del Africa Occidental. Ahí está aquella página del Curiosities of food, de Peter Simmonds (1859): "En China, la sopa de rata se considera igual que la sopa de rabo de res; y una docena de buenas ratas alcanzará los dos dólares o nueve chelines. Además de lo atractivos que les resultan los distritos de oro, California es tan abundante en ratas que los chinos pueden vivir como emperadores celestiales y pagar muy poco por su alimento. Las ratas de California son más grandes que las de los antiguos Estados de América, como todo en este lado del continente: son colosales, altamente sápidas, y muy abundantes". Ahí están las ratas en confit de los maoríes. Ahí también un párrafo de las Mil y una noches que sucede tras una pelea marital: "Y ella no cesó de llorar y de rebajarse ante su esposo hasta que éste concedió a la reconciliación. Y ella estuvo feliz, y alzóse, y quitóse las ropas y dijo: Oh, amo, ¿qué tienes para que coma esta tu sirvienta? Y él dijo: Destapa ese cuenco, y en el fondo hallarás los huesos asados de las ratas que cenamos; ráscalos, y luego ve al tarro aquel, donde hallarás unas heces de cerveza que puedes beber". (Curiosamente, en su traducción de las Noches, el querido sir Richard Burton, con una enorme facilidad para el understatement, no apunta nada de la cena de ratas, pero se detiene varias líneas en la palabra "cerveza", que, aclara, en árabe es mizr o mizar, árabe vulgar búzah, "del que proviene nuestro booze".)

INSECTOS NO, PORQUE hasta Juan el Bautista los comía: "Y tenía Juan su vestido de pelos de camellos y una cinta de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre" (Mateo 3:4), y porque están aprobados por el Levítico (11:22): "Estos comeréis de ellos: la langosta según su especie, y el langostín según su especie, y el aregol según su especie, y el haghab según su especie" (o sea, grillos y saltamontes); pero comer arañas, una clase diferente: la arachnida, que se reproduce y pervive en casi cualquier condición, y cuyas formas son interminables. Hillyard (Book of the spider, 1995) enumera entre los afectos a la araña "indios de Sudamérica, bosquimanos de Africa del Sur, y los aborígenes o nativos de Australia", y describe cómo los indios piaroa de Venezuela capturan, cocinan y comen la tarántula goliat, el alcance de cuyas patas llega a los 25 centímetros: la toman con una hoja para evitar el roce de los pelos, que puede causar urticaria, con una vuelta de la mano les arrancan el abdomen y exprimen su contenido en otra hoja, que se envuelve y ata y a su vez se cuece al carbón. Terminada la cocción, se le extraen los colmillos, que el bien educado los usará como mondadientes. Se consumen los huevecillos de la hembra, y la blanca carne que se halla en el interior del abdomen y en las patas se asa también: su sabor, dicen, se parece mucho al de los langostinos. (El doctor Bristowe, en 1924, había observado que en Laos era común coger arañas gigantes y arrancarles el abdomen a mordidas. Su sabor era suave; parecido al de papa cruda mezclada con lechuga.)

COMER TAMBIEN LA otra comida, la que nos puede hacer temblar la mano porque nos duele, porque estamos destruyendo algo hermoso (salvo que nada es hermoso, sino a los ojos del hombre; así escribe Caeiro: eu fico triste como um pôr de sol / para a nossa imaginação: sólo en nuestra imaginación la puesta de sol es triste). Comer delfines en el mercado de Tsukiji, de Tokio; comer sopa de sangre de tortuga en el Commander's Palace, de Nueva Orleáns; comer león (he visto filetes de león en el mercado de San Juan, pero aún no me he atrevido a comprarlos), que, dice Louis Leipoldt en el friqueante Cocina de ciudad del Cabo, "es tan bueno como el venado"; comer tigre de Siberia, para apresurar su extinción; comer tigre blanco, "el qual (está escrito) es avisado y recatado, y regálase como el gato, y no consiente trabajo ninguno; y tiénese en mucho. Y tiene el pecho blanco y el pelo lezne. Y regaña y muerde y arranca con los dientes, y corta; y gruñe y brama. El tigre blanco dizen que's capitán de los otros tigres, y es muy blanco, y es muy bueno de comer..." Comer linces y berrendos y rinocerontes albinos.

PROPONGO QUE NOS arrastremos para comer ratas, que las comamos crudas e incluso vivas; propongo que cojamos arañas enormes y les arranquemos el vientre a mordidas mientras su líquido blanco nos escurre de las comisuras de los labios; propongo que comamos tortugas y sus huevos y delfines y ballenatos y gorilas blancos y tigres siberianos. No hay ningún final elegante o digno, y si lo hubiera no nos lo mereceríamos. Propongo que acabemos con todo para empezar a hacer lo que quisimos hacer desde el principio: comernos los unos a los otros y acabar por fin con esta imbécil pesadilla.

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