Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de diciembre de 2006 Num: 614


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El hilo rojo
MÓNICA LAVÍN
La historia de Kostas G.
CARLOS CHIMAL
Salvador
SALVADOR CASTAÑEDA
Suéter
CARLOS PASCUAL
Andrés Henestrosa, el libro y la lectura
JUAN DOMINGO ARGÜELLES
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Tetraedro
JORGE MOCH

(h)ojeadas:
Reseña de Enrique Héctor González sobre De la cima a la sima


Directorio
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Carlos Chimal

La historia de Kostas G.

Para Jaime Avilés, quien estuvo ahí

Un día de sol errático, mientras limpiaba pescadillas y las ponía en una fuente sazonada con sal y pimienta, más algunos trozos de culantro, cebolla cortada en rodajas, cinco rebanadas de limón y un poco de albahaca, tocó a mi puerta Kostas G., el amigo al que todos reciben pero a quien nadie busca. Le escribía a mi mujer, mirando a mis vecinos los turcos salir a pasear con sus niños arropados, cuando llegó él. Así que no pude acabar de mojar esos remedos de merluza con vino blanco ni de introducir la fuente en el horno que ya esperaba caliente, por suerte a fuego suave.


Jimmy Rodríguez-ZoneZero, Volver al desierto, Argentina, 2001

Lo conocí en un bar del pequeño poblado portugués de Elvas, después de un partido de la liga setubalense. Ahí nos enfrascamos en una discusión tratando de entender por qué los escritores se fascinan con algo de lo que conocen tan poco. Una discusión que se ha extendido hasta el barrio hamburgués de Altona. Kostas G. es de esos amigos que no quieres ver hasta que los ves. Y entonces no puedes hacer más que escucharlos.

Hasta hace poco, me dijo, el deporte más celebrado entre los escritores era el boxeo. Hemingway creía tener talento en el cuadrilátero luego de haber tomado lecciones con Pound, y volcó ese interés en retratos de pugilistas que van desde el vanidoso Robert Cohn de El sol también se levanta hasta el apático Ole Anderson, quien aguarda su propio homicidio en el clásico cuento "Los asesinos". A algunos escritores, los más aventureros, les gusta que el "profesor" James Figg se haya declarado a sí mismo el primer campeón inglés, apoyado no por un agente sino por sus puños. Entre ellos estaban Pope y Swift. Cien años más tarde podía verse a Lord Byron en las habitaciones del ex campeón John Jackson practicando "el noble arte", y a William Hazlitt disputando un combate en algún anfiteatro de Londres.

Kostas G. será un practicante de esa forma sublimada de castigar el cuerpo que se llama futbol hasta que sus rodillas lo delaten. Después de todo, el fut genera la misma expectación en el público y aborda los mismos temas que el boxeo: la lealtad en la cancha/cuadrilátero, el dolor mental y la pericia física, el estrellato y la soledad, como en El miedo del portero ante el penalty, donde Handke ve al hombre solo (el árbitro de liga pueblerina), quien está obligado a tomar una decisión. Le preguntamos a los escritores vecinos qué creen que siente un jugador al patear un balón: la idea de equipo, de que los once de la tribu están enfrentando un adversario que es una distorsión onírica de sí mismo. Es decir, que su debilidad, el riesgo de fracasar y de ser gravemente heridos, sus cálculos mentales, todo ello puede considerarse como poderes que pertenecen al Otro. Los parámetros de su propio ser no son más que afirmaciones, fronteras del yo que hay en el Otro. Alguien podría pensar que esto es ir demasiado lejos en materia de cabecear y conectar al adversario, o de patear una esfera de plástico y aire. Pero Kostas G. sabe que cuando un boxeador ha sido noqueado y el espíritu material de un equipo ha sido socavado en la cancha, no significa pérdida del conocimiento, o incluso mutilación; quiere decir, más bien, por medio de una analogía, que han sido puestos fuera de combate en el Tiempo. La cuenta de los diez antes de declararse noqueado, los últimos quince minutos del segundo tiempo, constituyen cierto paréntesis metafísico a través del cual deben internarse el boxeador en la lona y la oncena que va atrás en el marcador, si esperan continuar en el Tiempo.

Pero no debemos engañarnos, repara Kostas G. Si a veces parece que los escritores sienten una atracción particular por los deportistas, es porque eso les permite difundir lo que piensan. Tú que aprecias el arte, me halaga, sabrás por qué digo que cualquier semejanza entre ambas ocupaciones es un acto de pura imaginación premeditada. "La soledad de cada uno al ponerlo todo en juego", "la ostentación del ego al desnudo" y otras frases como éstas, que tratan de relacionar la suerte del escritor con la del deportista, contienen juicios más del deseo que de la realidad de sus respectivos propósitos. Es precisamente la condición del escritor sobre el insalvable abismo que existe entre su profesión y las contiendas deportivas lo que impulsa estas comparaciones. El futbol no es un encuentro estético o una danza erótica; es un trabajo riesgoso, como el del gladiador. Sabemos que los jugadores profesionales de soccer son la versión moderna de los gladiadores de la Roma imperial. Y por eso algunos despistados los insultan desde las gradas.


Raúl Sisniega-ZoneZero, Ecce hommo, serie: Todo parece absurdo para mí, México, 2004

Sí, le digo, ya Skármeta resumió la suerte de los hinchas en Soñé que la noche ardía: "Experimentaron primero los estragos de la ira y enseguida la resaca amarga de la desesperación."

Un encuentro es un encuentro, sigue él, y en los mejores la habilidad de los protagonistas, su coraje y gracia pueden hacernos olvidar por momentos el fin hacia el que están siendo arrojados. Si no me crees, tú que lees, échale un ojo a las memorias del "carnicero" Toni Schumacher, arquero de la selección alemana que destrozó las piernas de la delantera de Francia en aquella semifinal de España ’82. Schumacher relata con paso firme las corruptelas de la liga alemana. No alcanza a ser gran literatura, pero la intención es clara y provoca el efecto esperado: muchos jugadores alemanes lo tomaron personal y se volvieron más profesionales... y cautelosos.

Claro, replico, en un tono similar, donde la crónica toma la batuta, se encuentran las memorias de Denis Howell, el árbitro inglés que condujo la final Alemania vs Inglaterra en 1966. Howell nos regala en el capítulo Tiempo extra, una espléndida narración desde la óptica del juez en la cancha, en una época de crisis galopante. Según Kostas G., la Copa del Mundo se halla en un momento que ya dura cuarenta años, parecido al de Bobby Robson, quien tuvo la fortuna de dirigir a Francis y a Lieneker, y aun así no llegó a ser campeón. Fiel a su parroquia helénica, Kostas G. insiste en que el soccer es el mandamás del Olimpo pero no el campeón olímpico, ¿lo sigues?

Yo lo animo citando a Beltrán, el personaje de Juan Ruiz de Alarcón en Las paredes oyen:

Si el cuero fuera de vino,
aun no fuera desatino
sacarle el alma a porrazos.
Pero, ¡perder el aliento
con una y otra mudanza,
y alcanzar, cuando se alcanza,
un cuero lleno de viento!

Entonces brindamos con vino del Rhin para celebrar la advertencia de Gonzalo Rojas cada vez que se celebra una Copa:

"Qué desmadre, Mundo; todo lo futbolero, pelotas
y patas, se jerarquiza hasta la cresta
del Aconcagua: ¿metáfora/ de patear por patear, o exhibición
de cuero del Testículo
en el césped hinchado así: Mayúsculo; que eyacula y
hace eyacular
estadios enteros y salpica
retórica y grasa por
satélite en
los idiomas todos: el maya,
¿el etrusco incluso?
Pensar
que hubo toreros, gladiadores
en la apuesta,
y ritmo./ Píndaro
hubiera llorado."

A Kostas G. también le gusta citar a los clásicos. ¿Sabías, me dice, que Passolini creía en dos clases de futbol: uno prosístico y uno poético? Y me da ejemplos que él mismo se atreve a actualizar: Bulgarelli (Ballack) juega un futbol en prosa: es un "prosista realista"; Riva (Ronaldinho) juega un futbol poético: es un "poeta realista". Rivera (Zidane) juega un futbol en prosa pero su prosa es poética, de artículo en la mejor sección cultural francesa.

Lástima, le digo, que Passolini no viviera para admirar la prosa estetizante de Cruyff, Schuster y Gascoine. Nos despedimos en la entrada del Deutsches Elektronen Synchroton, a unas cuadras de mi casa. Mientras me identificaba lo vi alejarse. Lástima por él, quien probó suerte en el Sporting de Lisboa y lo pusieron de patitas en la calle. Por eso no tuvo para la langosta rociada de vino verde, y el fado que oyó en el puerto lo puso blando y rodó por las estrechas banquetas de piedra blanca cuya inocencia desaparecía como alas de mariposa mal disecada. Paciente, hizo una prueba junto a los brasileños. El pasto era denso y alto en las orillas, incipiente y quemado al centro. Todo fue nada. Bastó con que uno de aquellos hiciera el mismo trabajo en el acarreo de balones para que, gracias a la doble nacionalidad, fuera tomado. Ahora es distinto pero Kostas G. ya es viejo para ese trabajo.