Número 125 | Jueves 7 de diciembre de 2006
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Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

Entrevista con Florance Rochefort

Uniones entre personas del mismo sexo

Es preciso defender las libertades para que maduren

Como una contribución a la discusión que genera en México el tema de las sociedades de convivencia, la historiadora francesa Florance Rochefort, especialista en cuestiones de laicismo y género, quien visitó nuestro país para dictar una conferencia en El Colegio de México, ofrece algunas de sus reflexiones sobre diversidad y tolerancia, afirmando que una victoria legal es sólo el primer paso de una resistencia cultural más amplia.

 

Por Carlos Bonfil

En momentos en que en México se acaba de aprobar la Ley de Sociedades de Convivencia, ¿puede aludir a los debates que suscitó una iniciativa similar, el Pacto Civil de Solidaridad (Pacs), antes de su aprobación final en Francia?
Las discusiones fueron en efecto muy fuertes. La ley se aprobó en noviembre de 1999, y había comenzado a discutirse en 1997. El periodo fue muy corto, dos años de debate intenso. Teníamos la impresión de que los obstáculos eran enormes. Tengo la impresión de que había un discurso de oposición desproporcionado, y una opinión pública tranquila, silenciosa, tal vez un tanto indiferente, a final de cuentas no tan hostil a esa ley. Lo que favoreció la aprobación de la ley fue sin duda la llegada de los socialistas a la Asamblea Nacional. Y aunque estos socialistas no estaban muy a la vanguardia en ese combate, su presencia permitió una mayoría favorable. Tal vez en circunstancias políticas menos propicias, todo habría sido mucho más difícil. Entre los argumentos principales destacaban, por supuesto, una oposición católica muy elaborada, con un discurso, digamos, muy teológico laico por parte de los obispos, con casi una defensa del matrimonio civil como una concepción cristiana que, en su opinión, se veía amenazada con ese proyecto de ley. Hubo entonces una configuración interesante de un discurso católico sobre el laicismo, al que no se ponía en tela de juicio, pero al que se deseaba imprimir un sello propio: la oposición abierta a la homosexualidad institucionalizada.

¿Es esto consecuencia de una creciente tolerancia de la sociedad francesa hacia los homosexuales en los últimos años?
Pienso que hay en efecto una evolución enorme que recupera las conquistas de la revolución del 68 y las conquistas feministas que desataron y liberaron un discurso sobre la sexualidad y sobre la homosexualidad. Creo que también existe una afirmación más común de la homosexualidad por parte de las personas mismas en el medio familiar y profesional, y en su vida cotidiana, a lo que se añadió esta moda del outing (sacar a alguien del closet), práctica muy criticada por homosexuales que la veían como demasiado militante, pues cada quien podía vivir su identidad de modo diferente, y no era obligación alguna, sobre todo cuando se exponía a la gente contra su voluntad, por ejemplo, a periodistas, hombres políticos, etcétera. A pesar de todo, eso cambio el estatus público de la homosexualidad. Había una tolerancia privada en las familias, donde siempre había algún hermano, un primo, un hijo, homosexuales, y eso ya parece algo más común. Y es que mucha gente vive con mayor facilidad este modo de vida, y puede vivirlo también en tanto pareja. Lo que ha cambiado con relación al movimiento contestatario de mayo 68, es la aspiración a fundar una unidad, ya sea a partir de dos personas, o de un núcleo familiar. Esta reivindicación, bastante nueva, ya no contradice los valores sociológicamente dominantes que suponen la valorización del lazo familiar.

¿Luego de la aceptación del Pacs, qué quedó de la idea de una supuesta amenaza contra la familia, argumento central de la derecha? ¿Qué balance le sugieren estos últimos años?
Lo que ha cambiado es la manera en que el debate se ocupa hoy menos del matrimonio y mucho más de la filiación. Y como el problema de la filiación se ha vuelto una cuestión muy fuerte políticamente, ideológica e intelectualmente, no se habla para nada del Pacs, a pesar de que esta ley se está reformando actualmente, con una votación en 2006 y su promulgación anunciada para enero del 2007, con el fin de abordar las últimas limitaciones a los derechos de los pacseados en relación con los derechos de las personas casadas, en lo relativo a sus bienes, a la herencia y a las cuestiones fiscales. Por ello ya no habrá casi diferencia alguna entre los derechos de los concubinos y los de los casados.

¿Luego de la legalización del matrimonio gay y de la adopción en España, Bélgica y Holanda, entre otros países, considera usted que Francia muestra aún retraso en reformas jurídicas de este tipo?
El Pacs podría ser el equivalente del matrimonio, pero el Pacs fue el objeto de una movilización muy intensa por parte de personas que tampoco deseaban un matrimonio aún estigmatizado como burgués. Lo que subsiste es la idea de una unión alternativa, de una unión libre, con un impulso libertario, como si en el Pacs se diera una unión mucho más sincera que en el matrimonio convencional. Esta ideología es todavía fuerte en Francia. Por ello pienso que la transformación apunta más hacia la ampliación del Pacs, hacia la adopción o la procreación, y en todo caso hacia la posibilidad de filiación que tendrán las parejas del mismo sexo en el marco del Pacs. Esto a menos que surja alguna reivindicación militante en torno al matrimonio, pero hasta el momento todo se ha constituido en torno al Pacs. El matrimonio gay no es, en todo caso, una reivindicación dominante en el momento actual.

¿Cómo entiende usted la evolución de iniciativas similares en los países latinoamericanos?
La transformación de las costumbres le llevan hoy la delantera a la ideología. Cuando el marco democrático permite que el debate pueda ampliarse para escuchar otras voces, se crea un laboratorio de valores y tal vez de instituciones futuras muy interesantes, aun cuando no dejan de plantear problemas nuevos. Y el hecho de que esto surja en países donde uno esperaría menos su aparición por el impacto del catolicismo sobre las mentalidades, es algo sumamente notable. De la minoría llega la innovación, pero es necesario confrontar las experiencias, evolucionar intelectualmente sobre la conceptualización de lo que está sucediendo, y permitir las simbolizaciones y los ritos. Hay todo un debate sobre los nombres, por ejemplo, sobre cómo denominar a la persona con la que uno vive, que uno ha elegido. ¿Se hablará de divorcio en caso de separación? Estamos en el ámbito de la refundación, y entre más amplias sean las confrontaciones, y diversificados los ejemplos, más podremos beneficiarnos con una reflexión más rica. Pienso que hoy necesitamos una reflexión de orden ético, de orden simbólico, sobre lo que está sucediendo.

¿La visibilidad de los homosexuales se ha incrementado de manera positiva con este tipo de iniciativas?
Sí, así lo creo, aunque también se desencadenan reacciones negativas nada desdeñables, pues estamos en un contexto internacional religioso y fundamentalista muy grave. La mujer emancipada y el homosexual son, en ese contexto, figuras negativas. Hay en ello una oposición a la modernidad, a lo ultramoderno. A la figura negativa de Occidente, la de una modernidad occidental que habría contaminado a los países del fundamentalismo. No habría que menospreciar la importancia de una reflexión sobre las respuestas que exige esta estigmatización de las sexualidades y de las emancipaciones.

Hay en estas posibles respuestas uno de los aspectos positivos de la globalización.
Positivos y negativos. Positivos en la medida en que todo va muy rápido. Hay una mayor circulación de ideas y de métodos, también de las posibilidades de transformar la propia vida privada y de cambiar las leyes, pero al mismo tiempo el aspecto globalizado significa también que hay otras minorías —ya no tan minoritarias— que pugnan, como en la iglesia católica, por un endurecimiento sobre esas cuestiones. Nunca hubo una gran apertura, pero ahora la hay todavía menos. Se trata de una regresión sobre la posibilidad de pensar de modo diferente las sexualidades. Y eso es algo que a nivel mundial, a nivel de las conferencias internacionales, crea alianzas objetivas para dirigirse a Dios, viejos discursos siempre útiles entre fundamentalistas musulmanes y católicos, y que van en contra de los derechos humanos y los derechos sexuales.

Se crean, con todo, espacios nuevos de libertad.
Espacios de libertad, sí, pero espacios fuertemente cuestionados. No hay que dejarse engañar. Son libertades que es preciso defender. No son espacios que deba uno considerar conquistados. Habrá que hacer digerir todas estas transformaciones, hacerlas madurar intelectualmente. Y en eso la ficción, el cine, la cultura en general, juegan un papel decisivo. Esto es algo que a final de cuentas influye sobre todas aquellas personas que no se sienten directamente concernidas por el problema.