Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de diciembre de 2006 Num: 613


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Más allá de la belleza
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ entrevista con YANNIS KOUNELLIS
Una muestra llamada a ser referente
EDUARDO ESPINA
Gonzalo Portocarrero, en prosa y en verso
PEDRO GRANADOS
Síncopes
(fragmentos, inédito)

ALLAN MILLS
Réquiem por un fracasado
GUSTAVO OGARRIO
Santa María de Onetti
CARLOS PASCUAL
De la corrección política
RICARDO BADA
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Señales en el Camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

(h)ojeadas:
Reseña de Jorge Alberto Gudiño Hernández sobre Las motivaciones inútiles

Cuento
Reseña de Alejandro Michelena sobre Un rico universo narrativo


Directorio
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LAS MOTIVACIONES INÚTILES

Jorge Alberto Gudiño Hernández

Coetzee, J. M.,
Vida y época de Michael K,
Literatura Mondadori,
México, 2006.

Nadie puede poner en duda la calidad literaria de John Maxwell Coetzee (Sudáfrica, 1940). No sólo porque en 2003 se le haya otorgado el Premio Nobel. Desde antes ya se perfilaba como un autor con una prosa extraordinaria, de un poder devastador. Ser el único escritor que ha ganado el prestigiado Premio Booker en dos ocasiones avala esta afirmación. Si bien este galardón lo obtuvo, por primera vez, en 1983 por Vida y época de Michael K., este título apenas ha sido publicado en español este año.

Michael K. es un hombre de treinta y un años que nació con labio leporino. Aunque el defecto de nacimiento no le ha hendido el paladar, su madre decidió apartarlo de las escuelas "normales" para evitar las burlas. Lo dejó en un internado mientras ella se ocupaba de las labores domésticas de una familia importante en Ciudad del Cabo. Cuando, años más tarde, Michael ha logrado hacerse de un puesto de jardinero para el Ayuntamiento, su madre cae enferma. Son tiempos de guerra en Sudáfrica, las garantías individuales han sido abolidas y, por más que quiere Michael llevar a su madre al pueblo donde nació, no consigue el permiso para hacerlo. Emprende un periplo llevándola sobre una carretilla, que él mismo ha adaptado, sólo para toparse con obstáculos a cada paso del camino. Llegar a un hospital donde la madre muere es el fin de todo un proceso que le había hecho ver que cuidarla era la razón de su existencia. Conservando de ella sólo una urna con sus cenizas, la vida deja de tener sentido para él.

Es por eso que decide continuar el viaje hasta llegar a un pueblo devastado por la guerra y la migración. Ahí se encontrará a sus anchas hasta ser atrapado. Los trabajos comunitarios que le proporcionan comida y techo no le atraen en lo absoluto. Decide escapar. Lo hace para iniciar una nueva vida al amparo de un extenso campo deshabitado donde intentará mimetizarse con el entorno. Jardinero al fin, empieza a plantar calabazas, la única semilla que ha encontrado. Lo hace sin la conciencia de que, cuando maduren, serán demasiadas para él solo.

A Michael no le importa. Ha encontrado un nuevo sentido en la soledad. Cazando lagartijas y algunos pájaros, se esconde de todo contacto humano en una cueva de la que sale sólo por las noches para cuidar sus plantas. Llegado el momento, disfrutará de comer los frutos con un placer desconocido hasta entonces. Sin embargo, el tránsito de un grupo de rebeldes cerca de su territorio consigue que lo lleven preso como presunto miembro de una banda a la que no conoce. Su delgadez es extrema; sus fuerzas, nulas, y sus ganas de vivir han desaparecido. Incapaz de afrontar los ejercicios cotidianos, lo ponen a cargo de un médico que hará hasta lo imposible por volverlo a un estado saludable. Es inútil. Michael se niega a comer, a alimentarse con sueros. Sólo le interesa un puñado de semillas de calabaza que guarda como el tesoro más valioso. De ahí que el doctor se ocupe de él. En su persona encontrará una nueva forma de ver la vida y de entender las motivaciones de las personas.

Michael escapará de nuevo. Lo hará para encontrarse con una runfla de excluidos que buscará ayudarlo. Se repetirá entonces su historia. Tanta gente interesada en Michael y él sin ánimos de aceptar su ayuda. Será en medio de un torbellino de emociones que empieza a morir con la misma imagen que lo ha obsesionado desde la muerte de su madre: la posibilidad de cuidar un huerto, de hacer germinar semillas de distintos tipos, de regarlas con el agua sacada de un pozo cegado. Entonces la sonrisa volverá a dibujarse en su labio leporino que nunca se operó.

Vida y época de Michael K. cuenta tres historias. La de un país que está en guerra sin que se sepan bien a bien las razones. Los campamentos de trabajos forzados, las injusticias, la nula visión de las autoridades. Es una guerra en la que no se escuchan disparos. Tampoco se ven muertos tirados en las calles y, sin embargo, es tan cruenta como cualquier otra que haya sido narrada.

También es la historia de un éxodo. La imagen de la madre dentro de una carretilla que es empujada por Michael es de las que se quedan tras los párpados, imposibles de borrar. Es claro que la guerra es lo que causa la partida. Pero lo es también la enfermedad, el deseo por salir de una ciudad donde sólo pueden ser maltratados. Llevar a su madre a cuestas es una proeza en el sentido más amplio de la palabra, no sólo por lo que implica para los personajes, sino porque les permite darse cuenta de la importancia que tiene la madre para Michael. Una importancia que, por desgracia, no es compartida.

Por último, es la historia de aquél que, limitado física e intelectualmente, busca el sentido de su vida en la libertad que le es arrebatada ante el menor pretexto. Michael no busca nada más que estar tranquilo, que lo dejen cultivar su huerto inexistente, que le permitan cazar y comer lagartijas y dormir cada vez que lo vence el sueño. Un imposible que no encaja dentro del sistema, pero tampoco dentro de la rebeldía. Nadie puede entender que quiera dejarse morir sin luchar. Ni siquiera el instinto le permite a su cuerpo responder a los estímulos más elementales. A él no le interesa eso.

Sin temor a equivocarme, puedo asegurar que Vida y época de Michael K., es un libro destinado a convertirse en un clásico, si no es que ya lo empieza a ser. La calidad en el dibujo de un personaje que, a un tiempo, inspira desagrado y ternura, que da una lección de vida donde otros sólo encuentran reproches y extrañeza, le da a esta obra una fuerza especial. Atrapa desde las primeras líneas y no deja descansar en la lectura. Pero tampoco lo permite en el sentimiento, en un desasosiego que se va empozando en el ser mientras el lector se cuestiona la validez de sus motivaciones, de sus impulsos vitales. Leer a Coetzee es apostar fuerte; es hacerlo en el entendido de que uno no saldrá incólume de la experiencia porque, de hecho, terminará convirtiéndose en propia. Y enfrentarse con uno mismo no es nada sencillo.