Usted está aquí: miércoles 15 de noviembre de 2006 Opinión Un siglo con Henestrosa

Luis Martínez

Un siglo con Henestrosa

Ampliar la imagen Andrés Henestrosa nació en Ixhuatán, Oaxaca, el 30 de noviembre de 1906 Foto: José Antonio López

¿Quién es Andrés Henestrosa? Se trata de un hombre que a lo largo de un siglo supo entender que su deber terrestre, que su lucha en la vida tenía que ser la de propagar la alegría. Nació en Ixhuatán, Oaxaca, el 30 de noviembre de 1906. Cuentan que una gitana le predijo: "Vivirás muchos años, como catorce veces seis años". Por fortuna se equivocó, pues la multiplicación anunciada suma 84. Aquella gitana que le vaticinó una edad longeva también le auguró logros y honores. Todos los conoció Andrés.

Oaxaca en este año celebra el bicentenario de Benito Juárez, el niño indígena que como Andrés salió de su tierra en busca de un mejor destino. Los dos niños oaxaqueños abandonaron su lugar de origen buscando el alfabeto, buscando la educación que les entregara nuevos horizontes para sus vidas. A los dos les define la voluntad y la firmeza de sus principios. Benito Juárez dejó un escrito personal además de sus cartas y su diario.

En la obra de Henestrosa Apuntes para mis hijos encontramos los testimonios escuetos y el desarrollo vital, que por medio de la educación y de la entrega a las mejores causas de la nación consolidó en su grandeza el señor Juárez. Justamente lo vio Andrés de la siguiente manera: "...en manos de Juárez la pluma no era un instrumento de recreo sino de creación. Como era frugal su mesa, lo era su expresión. La porción indispensable de pan para ir viviendo; las palabras más necesarias, para expresar sus pensamientos".

Andrés Henestrosa nos deja en el Retrato de mi madre un homenaje poético para Martina Man, su madre, donde resalta el coraje, la fortaleza y el paradigma de esta mujer. Dice Mauricio Magdaleno que Andrés reduce la historia de las cosas fabulosas a unas cuantas páginas, desafiando al tiempo y al espacio y ­agrega­ señor de espléndido dominio de la prosa castellana. Los hombres que dispersó la danza apareció en 1929 y fue saludado como revelación del alma mágica zapoteca.

Para Cibeles Henestrosa, Andrés, su padre, es un caso curioso de memoria: recuerda canciones, coplas, dichos, discursos, versos que oyó y retuvo entre sus cinco y 12 años, tiempo que vivió en el rancho y en su pueblo. Nos cuenta Cibeles que llegó a México en diciembre de 1922 y que desde entonces aprendió dichos y modismos a los cuales recurre, como aquél que dice: "¡Eso!... que te digo dile, si no no le digas nada".

Pocos saben que Andrés siempre fue un gran cantor, le gusta tener como divisa una vieja copla española: Yo no canto porque sé, ni porque mi voz sea buena; canto porque me da el gusto en mi tierra y en la ajena. Es un cantor temperamental. El dice, entre burlas y veras, que como no tiene fama de cantor que perder, ni contrato que ganar, canta; si le sale bien, perfecto; si no, su barco sigue su rumbo. Durante una comida en que se consumía mezcal y mole oaxaqueños, Carlos Chávez le pidió que cantara alternando con el trío Los Calaveras, Andrés se resistió hasta que dijo: Si ha de ser, que sea, al fin y al cabo a mí las calaveras...

Nuestro querido Andrés Henestrosa cumple fructífero primer centenario, venciendo al tiempo; sigue siendo un hombre generoso, le entregó toda la riqueza de su biblioteca a Oaxaca. Seguramente, como quería el poeta, mientras se resuelven las cosas nos deja un testamento de vitalidad y de amor a México, para que leyéndolo podamos entender el movimiento perpetuo de un hombre claro, certero y patriota, de un hombre lluvioso y alegre, enérgico y otoñabundo.

 
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