Usted está aquí: viernes 10 de noviembre de 2006 Opinión Economía Moral

Economía Moral

Julio Boltvinik
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Markus y el paradigma de la producción / VI

Motivaciones negativas y positivas

Búsqueda del sujeto revolucionario

La economía moral es convocada a existir como resistencia a la economía del "libre mercado": el alza del precio del pan puede equilibrar la oferta y la demanda de pan, pero no resuelve el hambre de la gente

Según Giörgy Markus (GM), la radicalización del paradigma de la producción que lleva a cabo para superar sus dificultades, consiste en interpretar sus distinciones básicas como relativas a un proyecto práctico de transformación derivado de los intereses y necesidades de agentes particulares. (Véase la entrega de Economía Moral del 03/11/06.)1 Markus continúa preguntando qué tanto afecta la referida radicalización al significado del concepto de contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, cuya intención, en la teoría madura de Marx, es conectar las condiciones objetivas que hacen posible la transformación social radical, con las fuerzas sociales capaces de llevarla a cabo. Si no se establece esta conexión, la teoría degenera en un análisis puramente "cientificista" de las disfunciones del sistema de reproducción, sin dar cuenta de motivación alguna para el cambio, o en una expresión "ideológica" de aspiraciones revolucionarias "sentidas", sin demostrar que son realizables. Sólo se puede fundamentar la afirmación de que la teoría "supera la filosofía", si se puede mostrar que las aspiraciones radicales que desafían el sistema de relaciones sociales constituyen el elemento medular de las "contradicciones objetivas" del sistema. El enunciado de Marx: "la mayor fuerza productiva es la propia clase revolucionaria", resulta constitutivo en la construcción marxiana del concepto de contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción. GM analiza dos interpretaciones posibles del sentido de la frase entrecomillada que pueden tener sustento en los escritos de Marx (la incapacidad creciente del capitalismo para reproducir una fuerza de trabajo con las calificaciones necesarias, y la que identifica a los trabajadores en tanto clase como la mayor fuerza productiva). Al considerarlas problemáticas, termina analizando la interpretación basada en el argumento central de las últimas obras de Marx: las disfunciones de la economía capitalista que se traducen en una amenaza constante a los niveles de vida elementales de las masas básicas de trabajadores (entendidos como los niveles de necesidades "mínimas", cuya satisfacción peligra en tiempos de crisis) mientras para otros (que forman parte del creciente "ejército industrial de reserva") significa la pobreza desesperada. Estas disfunciones producen inevitable y directamente entre los trabajadores motivaciones radicales que trascienden el sistema, y que son idénticas a la aspiración "natural" de cada individuo a garantizar la satisfacción de sus necesidades básicas, "elementales".

Cuando Marx establece el vínculo entre las condiciones objetivas y las motivaciones subjetivas del cambio radical subsumiendo a la clase trabajadora en la noción de "fuerza productiva", transforma a los destinatarios y sujetos de su teoría en un "objeto construido" por la teoría, argumenta GM. Este paso está conectado con la idea misma de teoría crítica, que no puede ser mera sistematización de aspiraciones conscientes, o sentidas, de los asalariados, sino que se propone llevarlos a la conciencia de sí, lo que conlleva una distinción entre conciencia "empírica" y "atribuida". El marxismo es también una "crítica" de su sujeto, la clase obrera de esta sociedad, y se asume como parte del proceso de aprendizaje práctico que interrumpe la integración cotidiana "normal" de los trabajadores en el capitalismo. La teoría de la clase obrera tiene que ser también una teoría sobre la clase obrera: la comprensión de sí misma supone la explicación crítica de su conducta "normal" que revela su necesidad y su atrocidad histórica, sostiene GM.

Al establecer esta distinción entre conciencia "empírica", inducida por el sistema, y conciencia "atribuida" (adecuada a los objetivos socialistas), Marx la asimila a las distinciones entre apariencia y realidad, y entre ignorancia y conocimiento verdadero, continúa GM. El proceso por el cual la clase trabajadora alcanza la conciencia de sí, su autonomía práctica e histórica, se vuelve sinónimo del reconocimiento de aquellos intereses "reales" que la teoría le adscribe. La autoeducación práctica a través de experiencias de lucha social se identifica con el aprendizaje de la verdad preexistente. La libertad es la conciencia de una necesidad preestablecida. En este sentido la forma marxiana de la teoría crítica contiene en su propia estructura la posibilidad de la práctica política del "sustitucionismo".

Pero al autopostularse la teoría crítica como forma de unidad realizada entre autoeducación y ciencia positiva, la presuposición de un sujeto exclusivo, único y unitario de la transformación revolucionaria se convierte en un postulado de la teoría, en una condición categórica de su posibilidad, señala GM. Esto reduce la gama de motivaciones radicales posibles que queda reducida a una negatividad abstracta. En efecto, del proletariado como elemento y objeto del proceso capitalista de reproducción, sólo se puede afirmar, en el mejor de los casos, que le caracterizan aquellos "móviles" que están dirigidos contra el capitalismo, pero faltan entonces motivos a favor de una sociedad socialista. Si el vínculo entre las condiciones objetivas y las intenciones radicales se establece por medio de la noción de "intereses objetivos", la teoría crítica debe (para resolver esta ausencia) hacer del socialismo la alternativa única, teleológicamente predeterminada, al capitalismo. Es la interpretación determinista del "presente" la que invoca la interpretación finalista del "futuro", que resulta por completo necesaria si la motivación radical se identifica como garantizar la satisfacción de las necesidades elementales, ya que cada victoria táctica disminuye y calma este tipo de motivaciones. La concrescencia paradójica del determinismo y el finalismo en la teoría de la "reificación" de Marx, que él elabora al mismo tiempo que la comprensión "negativista" de las motivaciones radicales y que la interpretación "cientificista", constituyen una constelación teórica que configura no sólo la forma más elaborada hasta hoy de la teoría crítica, sino también su forma más coherente.2

Pero esta versión de la teoría de Marx en El Capital entra en conflicto con intenciones más generales esbozadas en sus trabajos tempranos, a las cuales nunca renunció, y que implican una comprensión radicalmente nueva de la intersubjetividad como objetividad social externa que "determina" y trasciende a los sujetos, pero que también tiene el significado objetivo de ser el "portador" de dicha intersubjetividad sólo en la medida en que se ve incesantemente retransformada en las necesidades y capacidades subjetivas de individuos empíricos, a través de sus propias actividades e intercambios sociales concientes y deliberados, que pueden tener un carácter no sólo reproductivo, sino también creativo. Los individuos empíricos son los únicos sujetos de la historia porque el mundo entero de objetividad social es su creación y sólo tiene un sentido humano-social en relación con sus prácticas. Pero son irrevocablemente seres limitados y finitos porque lo que son y pueden ser está siempre delimitado y circunscrito por "circunstancias sociales" heredadas. La nueva noción de intersubjetividad implica una noción de "sujeto" que conecta en una unidad las ideas de autonomía y de finitud humanas.

Es esta unidad dialéctica ­sugerida en las obras tempranas de Marx­ la que se descompone en sus trabajos tardíos en un determinismo de los sujetos empíricos y un finalismo (teleología) del sujeto colectivo. Incluso la transformación más importante de la teoría marxista, el remplazo tácito del proletariado como vehículo único de la revolución por la humanidad encarnada en el mundo de los valores y las objetivaciones culturales, que Markus atribuye al Lukács tardío, a Benjamin, a Adorno y a Marcuse, entre otros, dejó intacta esta estructura básica.

El "neomarxismo" de la posguerra fue el primero en cuestionar estos postulados de manera explícita y general. La consolidación de la sociedad neocapitalista hizo que la perspectiva de una revolución basada en la inseguridad de la simple subsistencia se volviera en su mayor parte irrelevante para las realidades de las sociedades occidentales desarrolladas. El surgimiento espontáneo de varios movimientos radicales, posterior a la desestabilización de las sociedades neocapitalistas al final de los años sesentas, llevó al pensamiento marxista a un periodo de "búsqueda del sujeto", lo que conlleva la disolución de la construcción teórica que le permitía articular y justificar su pretensión de validez, sostiene GM. La posibilidad de la teoría crítica volvió a ser una cuestión; la "crisis" del marxismo es ahora abierta y explícita, concluye.

El proyecto marxiano de una "teoría de la revolución social" es en sí mismo antinómico, prosigue GM. En cuanto teoría de la revolución social, tiene que demostrar que la actividad humana colectiva y consciente puede cambiar radicalmente el curso de la historia: tiene que disipar todas las ilusiones fetichistas que suponen poderes trascendentes y fines inmutables que determinan el destino humano. Tiene que ser la negación decidida de la posibilidad de cualquier punto de vista metahistórico. Se ve obligada, por lo tanto, a considerar la conciencia como "conciencia de una práctica existente", a considerar todos sus productos ­ideas, valores, teorías­ como los de individuos reales, concretos. Pero entonces, ¿cómo puede ser posible en absoluto una teoría de la revolución social que por su significado inherente y su intención inmanente, apunta a la transformación radical de estas condiciones históricas actuales?

La respuesta de Marx a esta pregunta, en su intención más general, consiste en transformar simultáneamente el significado de "realidad social" y de "teoría". Una teoría de la revolución social es posible sólo si logra vincularse con la realidad no sólo como objeto de análisis y explicación, sino también como sujeto, a la vez limitado-"condicionado" y activo-poiético, lo cual "se expresa" en la caracterización dual pero unificada de un sujeto "sufriente" y "combatiente". Sólo así puede la teoría "desarrollar, a partir de las formas presentes de la realidad existente, la realidad verdadera como su deber y su fin último". La teoría crítica no pretende "prescindir de presuposiciones" pero sus presuposiciones son "empíricas reales": la existencia en la sociedad de "fuerzas" subjetivas radicales de este tipo, que la teoría no "describe", sino que las lleva a su expresión articulada, fuerzas que, por el otro lado, no "consumen" la teoría como un producto cultural, sino que reconocen en ella la articulación de sus propias aspiraciones que no pueden ser satisfechas bajo las condiciones de vida imperantes. Esta serie concluirá en la próxima entrega.

1 Dicha entrega y la de hoy resume contenidos de la traducción (realizada por Tessa Brisac, y revisada por mí) del capítulo 5 de la segunda parte del libro de Giörgy Markus, Language and Production. A Critique of the Paradigms (D. Reidel Publishing Company, Dordrecht, Países Bajos, 1986). La traducción será publicada en el número 23 (enero-abril del 2007) de la Revista de Antropología Social, Desacatos, del Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social, CIESAS. Irá precedida de una presentación que yo preparé, y en el cual me he basado para redactar las cuatro primeras entregas de la serie sobre esta obra presentadas en Economía Moral.

2 Markus identifica los Grundrisse como el único escrito en el que Marx formula una concepción de "motivaciones positivas" para el cambio radical (intenciones y necesidades radicales, cuyo contenido trasciende el capitalismo), pero sostiene que este escrito presenta rasgos utópicos, ya que las "motivaciones positivas" se basan en la perspectiva de un desarrollo industrial inevitable que tecnológicamente elimina, al final, la distinción entre trabajo físico e intelectual, entre tiempo de trabajo necesario y libre. La transición de los Grundrisse a El Capital, problemática en otros aspectos, significa mayor coherencia teórica y una comprensión más realista del presente y sus tendencias, concluye Markus,.

 
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