Usted está aquí: miércoles 8 de noviembre de 2006 Opinión Fox: viaje denegado

Editorial

Fox: viaje denegado

La negación del permiso legislativo al presidente Vicente Fox para que viajara a Australia y a Vietnam ­en donde el mandatario tenía previsto participar en la 14 reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC)­ tiene aspectos de fondo y de forma que es pertinente analizar por separado.

Por principio de cuentas, el país vive una circunstancia crítica en la cual los atentados explosivos perpetrados en esta capital son sólo un elemento menor. Lo más grave es la crisis generalizada de una institucionalidad política cuyos dirigentes, empezando por el propio Fox, no han sabido estar a la altura de los desafíos. Tal crisis institucional se expresa en al menos cuatro conflictos diferentes: la incertidumbre generada por el turbio proceso electoral de este año y el descontento de un importante sector del electorado por resultados oficiales que considera adulterados; la situación imperante en Oaxaca, que ha terminado por poner en jaque la alianza tácita entre los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional (PRI), luego de que ambas fuerzas políticas medraron con un asunto social local hasta convertirlo en un foco de alerta internacional; la embestida del foxismo contra las organizaciones sindicales, que ha generado una tensión latente, y el virtual derrumbe de la seguridad pública ante la ofensiva de la delincuencia organizada en regiones del norte, el centro, el sur y el sureste del país.

En esta circunstancia preocupante, fluida y volátil, en la que para colmo el partido gobernante se empeña en operar una transición presidencial diáfana y tranquila, como si en la nación imperaran la calma y la armonía, el más elemental sentido de Estado indicaría que un viaje al extranjero del titular del Ejecutivo federal no podía ser vista más que como una expresión de irresponsabilidad y de extremada frivolidad.

Pero el equipo de Los Pinos no sólo se negó a ver la gravedad del momento, sino que desdeñó las expresiones del PRI y del Partido de la Revolución Democrática contrarias al pretendido periplo. Con esa soberbia, expuso a la institución presidencial a una nueva humillación por parte del Legislativo. Fox queda, así, como el único presidente al que se le ha negado el permiso para viajar, y le ha ocurrido, para colmo, en dos ocasiones: en abril de 2002 el Senado denegó la autorización a Fox para visitar Estados Unidos y Canadá, en protesta por el entreguismo del mandatario ante Washington y en respuesta a la grosería con que el entonces canciller Jorge G. Castañeda trataba al Legislativo.

El mandatario acusó entonces al PRI de resistirse al "cambio". Ahora, cuando la promesa de ese "cambio" se ha traducido en una alarmante y exasperante regresión a algunos de los aspectos más deplorables del pasado priísta, Fox pronunció una colérica y desmedida réplica a la denegación del permiso para viajar, se quejó de haber sido "secuestrado por la voluntad autoritaria de unos cuantos" y acusó a los legisladores del tricolor y del sol azteca de propinar "un revés a los intereses de la nación y de la sociedad mexicanas" y de "hacer quedar mal a México ante el mundo".

Las desmesuras saltan a la vista: las cancelaciones de viajes de Estado por situaciones internas en el país del dignatario visitante son moneda corriente en la diplomacia internacional y el país no pierde gran cosa, si es que alguna, con la ausencia de su presidente en Australia y Vietnam. En cambio, un berrinche en cadena nacional como el que escenificó ayer el mandatario constituye un triste episodio final a los seis años en los que Fox se ha empeñado en desacreditar, disminuir y restar autoridad a la institución presidencial. Ahora el todavía titular del Ejecutivo tiene dos tareas por delante: recuperar la calma y restaurar su alianza con el priísmo, indispensable para que pueda heredarle el devaluado cargo a Felipe Calderón.

 
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