Usted está aquí: lunes 6 de noviembre de 2006 Opinión El Estado en coma

León Bendesky

El Estado en coma

El Estado mexicano parece estar en coma, ese estado que se describe como patológico, caracterizado por la pérdida de la conciencia, la sensibilidad y la capacidad motora voluntaria (diccionario de la RAE). El gobierno de Vicente Fox, que se ufana tanto de los cambios que supuestamente ha provocado, en realidad ha llevado a un punto máximo la decadencia del sistema político, del modo en que se gobierna y del sentido de lo que es el Estado, su capacidad de acción y su responsabilidad.

Después de la experiencia electoral del año 2000, de seis años de gobierno foxista ­que están por terminar de la peor manera posible­ y de los conflictos políticos y electorales de los últimos dos años, habrá que revalorar seriamente los derechos que tienen los ciudadanos y admitir abiertamente la esencia tan frágil de la democracia en el país y, más que nada, su descomposición.

La gestión de gobierno de Fox inició con la incapacidad de negociar con las comunidades la expropiación de más de mil hectáreas para construir el nuevo aeropuerto de la ciudad de México. La rebelión que se produjo en Atenco, con los machetes, se volvió el signo de una relación de gobierno que desde Los Pinos sólo se ha sabido llevar del modo más autoritario y violento. El enfrentamiento volvió como un fantasma en 2006, cuando los pobladores fueron salvajemente reprimidos por la policía federal y la del estado de México.

La disputa con el ex jefe de Gobierno del Distrito Federal marcó, igualmente, la estrecha manera de entender la función de gobierno y de ejercer el mando del Estado por Fox. El enfrentamiento llegó hasta la frustrada maniobra para provocar el desafuero de López Obrador y, luego, la burda interferencia del gobierno federal en el proceso de las elecciones para la Presidencia en 2006, que quedó irremediablemente manchado por su esencia fraudulenta.

La misma estrechez de miras mostró el Presidente en la promoción de los intereses políticos de su esposa y, por lo que se presume, de los negocios de sus hijos. Nuevos giros de la vieja tradición política mexicana.

Las grandes propuestas de Fox fueron infructuosas; así ocurrió con las reformas llamadas estructurales (energética, laboral, fiscal); así ocurrió también, y sobre todo, con los programas de combate a la pobreza que, lejos de abatirse ha sido muy resistente a una política económica que no alentó el crecimiento del producto y del empleo. La desigualdad social cada vez más grande es hoy un hecho incuestionable. Más de medio millón de mexicanos emigran cada año a Estados Unidos, expulsados por la falta de oportunidades, mientras el gobierno pavonea sus triunfos en materia financiera sostenidos por el ingreso petrolero y las remesas. Fox no fue capaz de llegar a un mínimo entendimiento migratorio con el gobierno de su colega ranchero Bush, que ahora ha firmado una ley para construir un muro en la frontera.

El círculo se cierra apenas a unas semanas del fin de su gobierno con la grave crisis desatada en Oaxaca. Otra vez la manifiesta incapacidad del gobierno de hacer un trabajo político con los grupos que tienen inconformidades; una vez más tiene que recurrir a la violencia, a pesar de la invocación del secretario Abascal de que por Dios no se reprimiría a la gente de Oaxaca. El laicismo es un concepto complejo, fuera del entendimiento del actual gobierno, y muy mal resguardado en la casona de Bucareli.

Pero la ciudad de Oaxaca fue, en efecto, invadida por las fuerzas federales. Y la odiosa manera de controlar la información por la mayoría de los medios privados y públicos de comunicación hace aparecer a quienes tengan desacuerdos y demandas con el gobierno como si fueran vulgares revoltosos. A esos hay que ponerlos en orden, no faltaba más, en tanto se defiende hasta el final a un gobernador repudiado, a quienes lo sostienen y que no rinde cuentas a nadie. A la gente de Oaxaca había que aislarla y a ello se prestaron todos.

Oaxaca es la expresión de un fallido trabajo político, de la esencia de las alianzas políticas que sólo sostienen y reproducen las estructuras de privilegio e impunidad, de la descomposición del sistema legislativo y de la fallida representación de los intereses de la gente por los partidos políticos. En cambio, todo eso sirve de modo eficaz para aplicar la función del Estado para mantener la asignación de los compromisos de la deuda pública, como ocurre con los bancos, y legislar en materia de telecomunicaciones para provecho de unos cuantos.

El Estado en la era foxista falló contundentemente en una de las asignaciones básicas que es la protección de los ciudadanos. El país se ha convertido en un campo abierto a la delincuencia de todo tipo, el narcotráfico, el contrabando. La inseguridad pública está en su nivel más exacerbado. La ley en México es un bien escaso, como la procuración de la justicia y la salvaguarda de los derechos humanos. Aquí la vida no vale nada, se pierde en un vil asalto o por la estupidez de algún guarura y la soberbia de su patrón.

El acuerdo social en México está destruido y la renovación reciente del Poder Ejecutivo y del Legislativo son parte del proceso. Cambio y decadencia son la pauta en esta sociedad.

 
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