Usted está aquí: sábado 28 de octubre de 2006 Opinión Tiziano: la máscara del poder

Vilma Fuentes

Tiziano: la máscara del poder

Rostros severos, miradas de soslayo, reojos que no inspiran el miedo, tampoco el desprecio, sólo el orgullo de ser quien se es. No se mira de frente sino al semejante. Los demás no merecen la mirada directa, franca, que pudiese emanar de una igualdad. Severidad sin rastro de tristeza, las miradas oblicuas de los retratos pintados por Tiziano Vecellio (1488-1576) pertenecen a hombres de poder. A sus mujeres también. El poder no es una fiesta, pero tampoco un funeral.

El Musée National du Luxembourg en París presenta, hasta enero de 2007, una exposición titulada con acierto: Titien: le pouvoir en face (Tiziano: el poder enfrente, ¿o en cara?) En todo caso, de las caras que sirvieron de modelo al artista emana, con obviedad, la sensación de poderío. Aún no hay ninguna vergüenza de encarnar el poder, al contario, se le asume con altivez, pero sin arrogancia. Se trata de un destino de combate, de lucha a vida o muerte, no de un puesto. La misma altivez respiran los rostros femeninos, menos severos, aunque tampoco arrogantes: presencias que representan el triunfo de la vida, no sobre la muerte sino sobre la posibilidad vencida por ellas de la nada.

"Se siente bien que para Tiziano, cuando dispone una Venus de la carne más pura, blandamente ensamblada sobre la púrpura, en la plenitud de su perfección de diosa y de cosa pintada, pintar fue acariciar y juntar dos voluptuosidades en un acto sublime", escribe Paul Valéry. La diosa de Venus y amor mira de soslayo al querubín que acaricia su hombro, al pintor, al tiempo mismo: parece en otro lado porque acaso se sabe ya en otra parte, ese lugar al que ha accedido mediante la pintura. El instante conservado íntegro, con su absoluta pureza, por los pinceles del Tiziano. ¿La divinidad es otra cosa? La carne de la diosa, abundante y blanda, triunfa también de ese otro enemigo que la acecha con su cortejo de años.

No sin humor, la duquesa del Este, su mecenas, proporcionó al artista un retrato de ella pintado en su juventud para servir de modelo a Tiziano, ¿por qué dejarse pintar en su edad madura cuando el artista es capaz de rescatar su juventud? Lo que no le impidió comentar que la belleza de la mujer representada era superior a la suya en esos años ya pasados. Pero la coquetería no es un monopolio femenino: hubo también hombres que, sin duda recargados de trabajo, proporcionaron retratos de antaño para servir de modelos al pintor.

Si los retratos de mujeres son menos severos que los de los hombres (Laura Dianti, la Sultana roja -la esposa predilecta de Solimán-, Mujer con sombrero con plumas, Mujer joven, cortesanas y grandes damas), no dejan de tener su historia. Como la de Mujer con niña, magnífica pintura que el Tiziano hizo de su amante y su hija natural, Emilia, tela recién restaurada y recuperadas las figuras femeninas, pues durante siglos se supuso que se trataba de la representación del arcángel y Tobías: Orazio, su hijo legítimo, celoso del honor familiar o de la herencia, convirtió a la madre en arcángel Gabriel (rasgos masculinizados y alas en la espalda) y a la hija en Tobías.

Pero si los retratos femeninos tienen su historia, los de los hombres forman la Historia: Carlos V, Felipe II de España, Francisco I de Francia, el Papa Pablo II, algunos de sus más eminentes protectores, emperadores, monarcas de toda Europa, duques de Venecia, Florencia, Este, Padúa... También músicos, escritores (el Aretino se quejó diciendo que su retrato estaba inacabado, tal vez al ver su manto liso sin brocados de oro, incapaz de comprender la modernidad del pintor), amigos, banqueros. Papas y cardenales, condotieros y cortesanas. Miradas oblicuas que no auguraban precisamente la buenaventura y podían conducir a cruzar el Puente de los Suspiros a los condenados a muerte, puente bajo el que pasan ahora las góndolas de los enamorados... Venecia no era una fiesta. Fastuosa, sí, de poderío, de sus espasmos. Esos espasmos con que el poder estalla de risa sardónica al vencer para sobrevivir. Espasmos agónicos que Bacon, el observador contemporáneo sin duda más atento de esos retratos, reproduce con crudeza en sus telas de papas y cardenales venidos de un territorio que ya escapó al tiempo: la pintura del Tiziano.

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