Usted está aquí: domingo 15 de octubre de 2006 Opinión La otra puerta

Carlos Bonfil

La otra puerta

La otra puerta (Naboer/ Vecinos), producción danesa, dirigida por el noruego Pal Sleutane, ha sido una de las propuestas más inquietantes del festival Cinema Europa en la Cineteca Nacional. El retrato del joven John (Kristoffer Joner), recién separado de su amante Ingrid (Anne Bache-Wiig), da lugar a una espiral narrativa donde ficción y realidad se confunden continuamente. En lo que semeja una mezcla de las obsesiones temáticas de Polanski (Repulsión, El inquilino) y las ambigüedades narrativas de un reciente David Lynch (Mulholland drive), incursionamos en el universo mental del joven que materializa sus miedos y frustraciones en las figuras de dos vecinas, posiblemente inexistentes, Anne y Kim, dispuestas a someter su voluntad, humillarlo y, posiblemente, enloquecerlo. Pocas cosas quedan claras al término de la proyección de la cinta, y el argumento entero está sujeto a múltiples interpretaciones. ¿Ha existido Ingrid, la mujer que abandona al protagonista?, ¿o Kim, la joven que lo reta a una sesión de sexo sadomasoquista?, ¿en la trama hay realmente un crimen pasional o sólo la proyección del desvarío del vecino atribulado? Contrario al tipo de relato lineal que propone Polanski en sus dramas claustrofóbicos, donde poco a poco se despejan estas interrogaciones hasta dejar al descubierto la neurosis del personaje, el noruego Sleutane confunde las pistas a su antojo, empeñado en hurgar el comportamiento extraño de su protagonista del único modo plausible, convocando al espectador a perderse en su misma espiral de confusión y desasosiego. Anteriormente Sleutane había presentado una comedia negra, El cartero entra sin llamar (Junk mail, 1997), donde un empleado fisgón irrumpe en las vidas ajenas hasta toparse con un crimen que podría involucrarlo. Aquella mezcla acertada de comedia y thriller ofrecía algunos elementos temáticos que La otra puerta desarrolla en tono mucho más sombrío: el desvanecimiento de la esfera privada, el voyeurismo como detonador de situaciones dramáticas o una crisis de identidad capaz de resolverse en una violencia extrema.

En esta cinta reciente, la joven Anne (Cecilie Mosli), una vecina al parecer muy atenta al drama que acaba de vivir el amante abandonado, lo invita a cuidar a su hermana Kim (Julia Schacht), una chica presuntamente sensible, víctima de agresiones y acoso, que requiere protección. Aquí inicia la fábula del cuidador lady-sitter engatusado, quien vivirá en carne propia la violencia que en principio habría de prevenir. Una violencia que él debe asumir como debilidad propia, y como origen tal vez de su separación con su antigua amante. En el papel central, Kristoffer Joner brinda una actuación formidable, particularmente en esa transformación que lo convierte, a pesar suyo, aunque de modo irresistible, en golpeador de la joven que lo agrede. La escena es fuerte y no ha dejado de suscitar cierta polémica, aun cuando, cabe insistir, todo parece situarse en un plano estrictamente imaginario. El realizador saca además el mayor provecho de recursos muy limitados al sugerir en espacios muy cerrados una atmósfera perturbadora, a la vez irreal y opresiva, ya en el manejo de la cámara en mano al explorar espacios domésticos muy vastos que contrastan con algún pasillo exterior que parece cerrarse al paso del personaje, en el estilo de los hermanos Coen y su lúgubre hotel en Barton Fink, ya en los juegos cromáticos que confieren densidad a la recreación expresionista. Hay nuevas sorpresas en el desarrollo de la trama, algún personaje que irrumpe para darle un giro sorpresivo al relato y volverlo más inquietante, y por supuesto las ambigüedades que son la materia de estos sueños de John, tan próximos a la realidad y a ese cotidiano fantástico que el cine nórdico sigue presentando con singular maestría.

La otra puerta se exhibe esta semana en la Cineteca Nacional.

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