Usted está aquí: domingo 15 de octubre de 2006 Opinión EJE CENTRAL

EJE CENTRAL

Cristina Pacheco

Humo

Ahora sí se te pegaron las sábanas. ¿Viste qué hora es? Reynaldo no tiene ánimos para responderle a su madre y pasa de largo rumbo al patio. El contacto de sus pies descalzos con las baldosas frías lo estremece y le recuerda el consejo que hace años le dio Marcial:

"En este bisnes la cosa es no moverse. Te plantas como los buenos toreros y ¡ya estufas, ya la hiciste!" Se acerca a la pileta, hunde las manos en el agua helada y se empapa el rostro.

Ya completamente despierto, Reynaldo decide que por la noche, cuando termine su jornada, pasará a los Baños Miguel para darse un vaporazo. Desde que comenzó a trabajar de crucecita, primero en el Circuito Interior y después en el Periférico, Marcial le recomendó que se permitiera ese lujo por lo menos cada 15 días, porque así no enfermaría de los pulmo-nes por respirar tanta contaminación.

II

La primera vez que entró en la cabina de vapor Reynaldo sintió asfixia y miedo de fundirse, como el hielo bajo el sol, entre las nubes espesas y cálidas. Para desvanecer sus temores, a cada minuto se palpaba la cara, el pecho, el vientre. La auscultación lo hacía sonreír aliviado.

Desde que logró superar sus miedos, los Baños Miguel se han convertido en uno de sus destinos predilectos. Allí borra la realidad, se pierde de sí mismo y llega a creer que aún es posible realizar su anhelo: disponer de un espacio más amplio que el que ocupa entre los carriles del Periférico.

Cuando en la restructuración de la fábrica su padre perdió el puesto que los sostuvo toda la vida, a Reynaldo no le quedó más remedio que suspender sus estudios y buscar trabajo. Lo consiguió en mercados, talleres y vulcanizadoras. Lo más cercano a sus sueños fue un edificio en construcción. El accidente que sufrió en una rampa lo hizo desistir. Entonces se acercó a Marcial. El tuvo la respuesta: "Anímate y ponte a vender conmigo en el circuito. De crucecita saca uno por lo menos para comer".

En ese entonces Reynaldo aspiraba a mucho más, algo que lo acercara a sus sueños: inscribirse en la Facultad de Arquitectura, conseguir empleo en un despacho de prestigio, independizarse de su familia, darle vuelo a su imaginación en el diseño de edificios intrincados, tener un coche deportivo, irse lejos...

Sus anhelos se fundieron en uno solo -esfumarse- la tarde en que se acercó a un automóvil para ofrecer sus mercan-cías: refrescos y bolsitas de pistaches. Antes de que pudiera huir, escuchó la voz de Elsa, su antigua compañera de la preparatoria: "Rey, ¿andas vendiendo? ¿Pero por qué?"

El se limitó a mirarla en silencio mientras Elsa lo avasallaba con nuevas preguntas: "¿Qué pasó? ¿Por qué no entraste a la universidad?" Reynaldo bendijo el concierto de cláxones que exigía circular al Tsuru y se alejó en sentido contrario, perseguido por la sensación de que Elsa seguía mirándolo.

Esa noche, cuando se reunió con Marcial en la gasolinera donde guardaban sus mercancías, le contó su encuentro con Elsa y terminó jurándole que por ningún motivo, ni por todo el oro del mundo, volvería a vender en el circuito.

Su amigo le preguntó de qué pensaba vivir entonces. Reynaldo no tuvo respuesta y Marcial continuó: "Deja que te presente a mi cuñado Lázaro. El anda de crucecita en el Peri. Yo ya he trabajado allá. Es más o menos como aquí, sólo que hay más tránsito y más velocidad". Esa palabra, velocidad, fue la clave para que Reynaldo aceptara la sugerencia de Marcial.

III

La visión lejana de los hoteles y edificios "inteligentes", el paso de los tráilers cargados con mercancías valiosas y de los coches deportivos le devolvió a Reynaldo la ambición, la carga completa de sus sueños y el ímpetu para realizarlos todos, incluido el rencuentro con Elsa. Quería tenerla cerca los minutos suficientes para demostrarle que no era un fracasado.

Al cabo de unos meses olvidó también esa ilusión. Mientras se ve inmóvil, indefenso frente a los ríos de vehículos que pasan a toda prisa, lo único que le importa es mantenerse a salvo y, a veces, mirar las facciones de sus conductores.

No lo consigue, pero en cambio siente sus expresiones de asombro, incredulidad, horror, desprecio... Para vengarse, Reynaldo los maldice en secreto, les atribuye defectos, vicios abominables y, al final, los mete a todos en un mismo saco: "bola de mamones".

IV

El único lugar donde Reynaldo logra reconstruir sus sueños es en los Baños Miguel. En cuanto se quita la ropa y se desliza en la cabina de vapor, se abandona a la bruma y permite que su imaginación lo vista de éxito, riqueza, aciertos, reconocimiento. Por un momento se transforma en otro, se escapa de su cárcel cotidiana, se va muy lejos...

El grito del bañero: "¡Tiempo!", lo devuelve a la realidad. Es fría, resbaladiza como los mosaicos donde sus huellas se ahogan en los charquitos de agua.

Envuelto en la toalla se dirige a la regadera y se mira los dedos arrugados. Su risa se agranda en el eco y este sonido destruye la ilusión de que es niño de nuevo y puede jugar a inventarse un futuro más amplio que el mínimo espacio que ocupa a diario. Allí permanece inmóvil, con los brazos extendidos, como un crucificado expuesto al peligro, al estruendo, al abandono de los que siempre se van.

 
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