Usted está aquí: lunes 2 de octubre de 2006 Opinión Terrible animal es la juventud

Hermann Bellinghausen

Terrible animal es la juventud

Llegada a ese pasaje turbio que consideramos "adolescencia" sintió crecer el cuerpo como una emanación incontrolable y muchas veces odiosa. Si el pueblo de la infancia había sido cruel, la ciudad ahora arribada lo era de una manera más genérica y anónima. También aquí existir era su pelea, en una soledad similar a otras pero única, extraordinaria, sin que ella se diera cuenta.

Las sinuosas rutas de su madre la hicieron caer en una sociedad blanco-y-negro, maniquea, donde unos son winners y los demás, una bola de loosers, en ocasiones redimibles pues aquí pesaba en serio el american way y esas mierdas, la posibilidad de ascender con base en el oportunismo y el esfuerzo personal. Donde la simpatía y la belleza están bien codificadas; sancionadas y amplificadas hasta el absurdo. Donde opción consumista, éxito en el mercado del sex appeal y sus aplicaciones útiles son la línea a seguir, ella no tenía nada qué hacer. Ni quería. Su naturaleza lo impedía. Con una dolida conciencia de su auténtica e irresistible condición, se dio a la tarea ingrata de ir contra la corriente.

Algo en Clara desafiaba a las demás chamacas de la escuela y el barrio. Las exponía a algo, quizá un espejo, que no podían soportar. Ella deseó una invisibilidad que nunca le fue concedida. Desde pequeña estuvo condenada a ser una presencia, a no pasar desapercibida. ¿Por qué?, si sólo quería que la quisieran, la aceptaran, o por lo menos la dejaran en paz.

Y ya que no iba a ser así, silenciosamente les declaró la guerra. No en los terrenos donde le llevaban ventaja: el ligue, la lana, la guapura de revista. En un terreno inexplorado por barbies y protobarbies: la inteligencia. Fue la de mejores calificaciones. La más elocuente y lista al hablar en público. La observadora ágil. Y le aconteció un milagro, incompleto pero determinante: vio la realidad de este mundo injusto, absurdo y ciego. Su guerra, al principio instintiva, cobró sentido entonces aunque rumbo no, todavía. Ese lo traería la edad adulta. Tuvo precocidades de una manera que nadie comprendió. El milagro fue incompleto pues no vio su propia belleza, no creyó en ella. Concediéndoles la razón a sus "compañeritas", la dio por perdida. La encontraría años después, reflejada en los ojos de los hombres que la iban a amar.

Desdeñó, con una rabia que el crecimiento dulcificaría, el mundo de las flacas, las tetonas y las güeritas. Y se le ocurrieron ideas muy raras en ese medio. Que amaba a su país. Que necesitaba ayudar a cambiarlo. Que si no había solución, habría revolución. Cuál, no supo entonces. Era tan joven. Leía, observaba, aprendía.

Tuvo pequeños oasis sin traición a la vista. No su casa pero sí sus hermanitos y hermanitas (ninguna prima). Alguna otra marginal o friqui de la escuela, como la huérfana Silvia Benavides. Las chulas del salón, faltaba más, la pitorreaban como "Anita la huerfanita" y nunca la invitaron a sus fiestas, igual que a Clara, quien a fuerza de golpes aprendió a no ser indefensa y la defendía.

Estaba sola, pero era libre. No las necesitaba. Era eso lo que no le perdonaron. El terrible animal de la juventud apenas comenzaba. Vio por delante "toda una vida de lucha y de trabajo sin nunca aflojar, toda una vida sostenida de lucha y de trabajo sin nunca flaquear". Y lo pudo decir como en una canción de The Gathering que algún día la salvaría: "If ever conceiving a sense of self/Reflecting upon our desire to dwell and feign/Liberate me".

Faltaban otros años. Lo difícil era seguir adelante sin saberlo. Todavía.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.