Usted está aquí: miércoles 23 de agosto de 2006 Opinión POESIA PARA LLEVAR

POESIA PARA LLEVAR

Ricardo Yáñez

Alma Rocío

ALGO A DESTIEMPO, porque así es uno con los amigos, si no cruel al menos descuidado, vengo a hablar aquí, en la última entrega de esta columna (en el espacio seguiremos, conste), de algo aparentemente no relacionado con ella. Vengo a hablar de una voz (si bien desde mi perspectiva -es un sentir, no un asegurar-, nada más relacionado con la poesía que la voz).

EN UN TALLER nayarita de (digámoslo así) sensibilización a la creatividad por escrito conocí a Alma Rocío Jiménez. Como suele ocurrir al principio (pero ese taller fue siempre, no obstante si es que no gracias a las deserciones, muy homogéneo), igual que todos se perdía entre todos.

UN DIA SE me ocurrió que alguien debía cantar. Se trataba de propiciar una experiencia poética in situ, y la música, para el caso el canto, debo haber dicho, ayuda mucho a eso. No recuerdo cómo fue que cantó Rocío sobre un montón de percudidas sillas de plástico apiladas.

-¿QUE HACES EN este taller? Tú deberías estar ahorita mismo en un escenario -debo, al concluir el ejercicio, haber dicho también.

LA RECUERDO, PUEDE ser un recuerdo falso, vestida de negro, un vestido sencillo, de línea A, creo le llaman, largo, y con zapatos de plataforma. La vi así caminando por el centro de Tepic, pero acaso otro día. No sé. Entonces estaba casada con el guitarrista y compositor José Luis Rochín, quien ya falleció; supongo que Guido, su hijo, que por estos días entrará a la secundaria, y canta también y toca el piano, era un bebé. Tengo la foto del niño en un cassete de entonces, pero entonces no lo conocí.

MAS ME PIERDO en detalles. El caso es que hace poco más de un mes, esta soprano obtuvo un segundo sitio en Trujillo, Perú, en concurso cuya convocatoria reunió a más de cuarenta cantantes de, según entiendo, más de quince países, entre ellos Francia, Chile, Cuba, Rusia, Estados Unidos, Venezuela y, claro, el anfitrión.

DUEÑA DE UN registro emocional que lo mismo se acerca a la gracia que a la pasión, al frágil lirismo que al trágico desbordamiento (siempre, desde luego, en mi impresión, en absoluto la de un especialista en la materia), lo que primera o primaria o hasta primigeniamente transmite la voz de Alma Rocío, que igual canta un bolero de Consuelo Velázquez que un aria de Puccini o Mozart (pero no, no igual: sabe hacer las muy indispensables diferencias, tanto técnicas como expresivas), es una como brisa de ensoñación que concentra en el sentir y tiende, suavemente, a escalofriar.

PENSABA YO EN ella al ayer o antier hojear Los trabajos de Persiles y Segismunda, y topar con Feliciana de la Voz, quien, "con sosegado semblante, sin mover los labios ni hacer otra demostración ni movimiento que diese señal de ser viva criatura, soltó la voz a los vientos, y levantó el corazón al cielo, y cantó unos versos que ella sabía de memoria... con que suspendió los sentidos de cuando la escuchaban, y acreditó las alabanzas..." En eso y en lo que hemos, gozosamente, trabajado juntos. Gracias, Rocío. Y felicidades.

 
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