Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 30 de julio de 2006 Num: 595


Portada
Presentación
Bazar de asombros
Democracia y Legitimidad
Elecciones de Estado
MARCO ANTONIO CAMPOS
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUIA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 


ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
a [email protected]

DESNUDAR A LA PATRIA (I DE III)

Si algo me ha llamado la atención alrededor de los temas patrióticos es la incoherencia de la frase "la patria", cuyo sustantivo procede del latín pater, patris y designa, en su sentido general, a la tierra de los ancestros, de los padres. No cuesta mucho percibir su carácter patriarcal: más que a los dos progenitores, se refiere al conjunto de bienes y posesiones del padre, a su patrimonio y familia, incluido el reconocimiento de la línea hereditaria a través de las sólidas instituciones del mayorazgo y la primogenitura. Que la cultura moderna siga siendo, mal que bien, heredera de ese espíritu, explica que la tierra de los ancestros sea una patria. Sin embargo, la duda surge cuando nos damos cuenta de que para decir "patria" agregamos un artículo definido femenino: la. ¿Por qué la patria y no el patria?

No quiero repasar aquí la ardua reflexión de J. J. Bachofen (El matriarcado) en la que él expone una –todavía– incierta etapa matriarcal de la cultura humana, ni las interesantes aportaciones de Fromm a propósito de lo mismo (El lenguaje olvidado), ni los trabajos de Frazer (La rama dorada) o Graves (La diosa blanca) acerca de la zona mítica y antropológica donde se rastrean las capas más oscuras y profundas de la presencia femenina en los diversos estratos culturales, sino enfrentarme de nuevo a una obviedad perogrullesca: si la tierra suele identificarse con lo femenino (porque se embaraza y fructifica, porque es penetrada por el azadón que siembra las semillas, porque el hombre cree haber surgido de ella y de su barro o de sus otros frutos), y si hablamos de la "madre" tierra, ¿por qué la patria y no la matria? ¿Por qué esa sospechosa conciliación de lo femenino como adjetivo (la) con lo masculino como sustantivo (patria)? ¿Por qué pareciera que la concordancia gramatical también debe ser una concordancia semántica?

Más lo pienso y más creo que la patria es una matria: decir que patria es un sustantivo femenino me parece tan ladinamente conciliador como saldar la cuestión diciendo que da igual, que no hay problema. Sin embargo, en español, lo relacionado con la madre es femenino y con el padre, masculino.

Más allá de las palabras, la realidad no me consuela de las dudas antedichas: una de las primeras imágenes que tuve de la patria (de lo vinculado con el padre y sus tierras) fue la de una mujer frondosa cuya vestidura en franca retirada dejaba mirar dos golosos y agresivos senos; con una mano sostenía una bandera tricolor; su bello y perfecto perfil, tocado con un gorro frigio, parecía invitar a los hombres surgidos detrás de las barricadas a que la siguieran. ¿A dónde? Mi tambaleante inocencia suponía que a un festín sexual: estaba muy lejos de saber que esa imagen retomaba la convención de las victorias griegas (femeninas y desnudas del torso), que la mujer era la Libertad, que la pintura era de Delacroix, que se llama La Libertad guiando al pueblo y que su tema es la revolución burguesa de 1830. Cuando supe todo eso no pude evitar los siguientes pensamientos: ¿por qué la Libertad (nadie me pudo quitar la idea de que ella era la Patria francesa) es una mujer semidesnuda y no un hombre en edad senil, un patriarca o un atleta apolíneo apuntando hacia el destino? Nadie me supo dar una respuesta.

Con el paso de los años, creí vislumbrarla en tres imágenes que, al principio, no fueron muy claras. Así, recuerdo mi primer viaje a Xalapa para encontrarme con el poeta Ángel José Fernández; recuerdo la salida de la antigua estación de camiones de ado y, a la izquierda, entre esa primera niebla con la que, a veces, la ciudad sabe recibir a sus visitantes, me topé con el monumento local "A la madre", en la esquina de Ávila Camacho y Juárez. Durante la contemplación de ese conjunto escultórico (metal repintado de oro para simular el bronce sobre un pedestal ocre), lo único que pensé, aunque no lo dije, fue: "mamacita". La joven madre ahí representada (vestido ajustadísimo, nalgona, caderona, exuberante: una chaparrita cuerpo-de-uva) me hizo comprender la pícara frase con la que César Rodríguez Chicharro, motivo de ese viaje xalapeño, solía comentar el contraste entre el puritanismo de Xalapa y el descaro monumental de esa madre congelada: "Don Enrique" –me decía, con su cerrado acento madrileño– la que está ahí es una madre edipicante." Y así era: el retoño sostenido por sus brazos, sobre la cabeza, al que parece hacerle notar su hambre, se aprecia feliz y agradecido ante los generosos pertrechos de la inminente alimentación.