Ojarasca 111   julio 2006

Urnas llenas, democracia vacía

Llegamos tarde a la "democracia moderna". Tan tarde como 2000. Y ya nos despedimos de ella. Tan pronto como 2006. Paradójicamente fue el progreso lo que la remató. Por un lado, la infatuada monstruosidad de los medios electrónicos de comunicación devenidos Secretaría Nacional de Propaganda, y enseguida Supremo Tribunal Electoral (y que se regocije José Goebbels en su chiquero mortal). Por el otro, la irreal realidad virtual de los votitos que van cayendo uno por uno, mira, la pantalla no miente. El sistema no puede fallar. La dichosa tecnología.

Fue el doble golpe de Estado de George Bush el primer experimento exitoso de que la voluntad de los votantes (esa parte de la población que opta o acepta ir a las urnas) se puede alterar, hackear o borrar en los conteos electrónicos. El sistema "caído" de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Manuel Bartlett fue un adelanto primitivo de lo que hemos visto evolucionar de Florida (2000) y Ohio (2004) a hoy en México, con mayor esplendor técnico y eficacia ChoicePoint en el reciente golpe de Estado cibernético (en marcha) que asestaron Fox y los suyos la primera semana de julio. O de la tecnología como amenaza de la democracia electoral en última frontera.

Fuera de que este "progreso" no ha terminado de perfeccionarse, poco falta para que ni boletas hagan falta, bastará presionar un botón o rozar una pantalla en el cuadrito indicado. El resto lo harán los conteos predeterminados, los programas, los algoritmos, la irrealidad. Y tampoco se pugnará por abrir o incinerar los engorrosos paquetes panzones de papeletas: no existirán. Oh, la voluntad popular...
 

Siendo que la democracia electoral poco ha existido en las últimas décadas, y que como marca histórica México se convulsiona cuando la ilegitimidad se prolonga para perpetuarse en el poder y pasa a la burla (Santa Anna, Maximiliano, Díaz, Salinas: ninguno se fue en pie, aunque sólo el último pudo reponerse interpósitas personas).

Siendo que no todo es lo que parece. Que en la vida pública de los pueblos hay más de lo que se ve (siendo "lo que se ve" o sea "existe" lo que muestran y/o maquillan los medios).

Siendo que a contracorriente de lo que conceden las graciosas leyes del Senado Impopular, sus diputados supernumerarios y los tribunales colegiados a espaldas de la gente, los pueblos indígenas han caminado por su cuenta, ganando en los hechos espacio físico y cultural para su autodeterminación y su libertad.

Siendo que la democracia también es así, y los pueblos irradian al resto de la sociedad las posibilidades vivas de representación colectiva. Siendo que la experiencia de la Asamblea Popular del Pueblo Oaxaqueño (APPO), nacida al calor coyuntural de la lucha del magisterio, significa una lección de madurez de los movimientos sociales, vemos que las organizaciones políticas y gremiales, y los ciudadanos no indígenas, encontraron la senda del gobierno popular imaginable gracias a que las comunidades y los municipios indígenas tienen vida propia (ganada a costa de cárceles y sangre), tienen conciencia y tienen con qué.

Siendo que están los municipios autónomos zapatistas de Chiapas, y un renovado movimiento independiente en la misma entidad burlada una y otra vez por los políticos y los patrones. Y que siguen las experiencias autónomas en el sur de Guerrero, la sierra Huichola, la meseta P'urhépecha, las montañas de Puebla y Veracruz. Y que no ceden la lucha batiente en los bosques de Chihuahua, la resistencia y la organización en los campos de cultivo en las tres Californias, el movimiento popular urbano e indígena en el Distrito Federal, Morelos y el Estado de México.

Siendo real todo esto en la presente y confusa hora de la traición electoral, la impotencia técnica y económica, la usurpación definitiva de la ley por las camarillas del poder, México tiene hacia dónde mirar y encontrar alternativas eficaces y pacíficas. Muchos pueblos viven lo que el país aún no. Y no porque estén a salvo de la destrucción (nunca antes hubo mayor presión para despojarlos de sus territorios), sino porque ya saben qué hacer, ya decidieron no dejarse y poseen la legitimidad necesaria para darse la democracia, gobiernos propios y legítimos, solidarios, colectivos, no fin en sí mismos sino compromisos de servicio, donde la autoridad no es del gobierno, sino del pueblo que los nombra.

Estamos en el ocaso de una era. Todavía no en el comienzo de otra. Pero la democracia sigue siendo la luz que ilumina, allá lejos, el horizonte.
 

umbral




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